Director periodístico
No sé qué resulta más desalentador: una presidenta que no tiene claras sus responsabilidades o una que intenta evadirlas (para luego retractarse hasta con dádivas sanitarias). La vergüenza es la misma cualquiera sea la interpretación de sus palabras. Como lo es también la que genera el Congreso, que reemplaza a ‘niños’ por ‘mochasueldos’, tiene a una legisladora que dona sillas de ruedas a costa de la solidaridad forzada de sus trabajadores y una mayoría que se muestra a favor de una nueva ‘ley mordaza’ contra la prensa; o una Fiscalía con excesos carcelarios, que inventa delitos para exigir penas infinitas, y un golpista que asegura que su acto de rebelión fue una inocente “proclama”.
Suenan a minucias políticas —mediocridades y populismos, para el aplauso o la risa fácil—, pero juntas generan pobreza. Sí. Tracemos sino el camino inverso: esta semana, el INEI reveló que la pobreza aumentó de 25.9% a 27.5% en el 2022 —a niveles de hace doce años y con 9 millones de peruanos pobres—, cuando en la prepandemia cayó hasta 20.2%, su mejor escenario desde la liberación de la economía en los años noventa. Atrás quedaron los tiempos de elogios globales sobre la reducción drástica de la pobreza en el Perú, que la llevó a la mitad en una década. ¿Las razones de la subida? La inflación y el bajo crecimiento económico. ¿Dos factores lejanos a la política? No.
Es cierto que la inflación es global: era lógica tras la pandemia, cuando el dinero se abarató en el mundo con las tasas de interés de referencia en el piso para reflotar las economías, la crisis de las cadenas de suministros y, luego, la guerra de Ucrania, que encareció el petróleo, el gas y las materias primas de alimentos que exportaba. Pero la política peruana y el infame Gobierno de Pedro Castillo aportaron con su inestabilidad permanente, que encareció el dólar y, con ello, los insumos y productos importados, que ya venían caros. Lo que vino después, con la crisis que nos dejó su golpe fallido, fue la cereza de la torta: carreteras bloqueadas y mercados incomunicados no son más que productos que no llegan a sus destinos y cuyos precios se elevan. Ergo, solo más inflación.
Del lado del crecimiento económico, el obstáculo que representó Castillo y sus secuaces se tradujo en el 2022 en una contracción de 0.5% de la inversión privada, que, ya en la era de Dina Boluarte —y tras los ciclones sociales y climatológicos—, según el MEF, mantendrá su ritmo de caída en el 2023. No hay un escenario de confianza para el sector privado, cuya relevancia en la disminución de la pobreza se resume en esta sentencia que el economista Diego Macera le soltó a Trome hace dos años: “Lo único que crea empleo sostenible es la inversión privada. No hay otra receta mágica”. Sin más opciones de empleo y con la inflación todavía a tope, los millones de peruanos que están en el límite de la pobreza tienen un vector político transversal en sus destinos. Y todo resta.
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