RENUNCIA. Ayer, muy temprano, Aníbal Torres puso a disposición del presidente Pedro Castillo su cargo de presidente del Consejo de Ministros. Pero las horas pasaban y el mandatario no se pronunciaba –no se sabía si aceptaría la renuncia–. A diferencia de ocasiones previas, en que la salida del titular de la PCM generaba especulaciones sobre quién lo reemplazaría, así como sobre otros cambios en el Gabinete, en esta ocasión el día transcurrió sin demasiado alboroto.
Más bien, hubo otras noticias que compartieron las primeras planas con la de Torres: la negativa de Castillo de declarar en la Fiscalía por el caso de ascensos en las Fuerzas Armadas (quiere hacerlo en Palacio de Gobierno, pese a que no es testigo sino investigado) y la presentación del nuevo entrenador de la selección masculina de fútbol. Es que el “timing” nunca fue una de las fortalezas del renunciante premier, quien se caracterizó por sus inoportunas y desproporcionadas reacciones ante cualquier crítica que recibía su jefe. Esos exabruptos, así como la figura de Torres, serán recordados como un acto de humorismo no tan político, aunque las consecuencias de su deficiente gestión serán muy serias.
Fue durante sus casi seis meses en el cargo que la calidad de la administración pública, entendida como prestadora de servicios básicos a la ciudadanía, aceleró su deterioro y, con ello, resquebrajó aún más la institucionalidad en el Estado peruano. Mientras Torres recorría el país diciendo disparates, en los mal llamados “Consejos de Ministros Descentralizados” –su elogio a Hitler fue rechazado por las embajadas de Israel y Alemania, pero no por Castillo–, ciertos ministerios y agencias supuestamente autónomas eran copados por partidarios y allegados al Gobierno, se acentuaba la fuga de funcionarios de carrera, se ejecutaba menos presupuesto de inversión y aumentaban los indicios de corrupción.
Quizás lo único destacable de su paso por el Ejecutivo fue que estuvo desde el inicio. Primero como titular de Justicia y luego al frente de la PCM (desde el 8 de febrero). Todo un logro para un régimen que cambia ministros con pasmosa frecuencia. Dicho esto, no sería muy sensato abrigar esperanzas de que su reemplazo sea el personaje “dialogante y convocante” que muchos reclaman, pero si Castillo logra encontrar (o convencer) a alguien menos chirriante y que tenga alguna noción de en qué consiste su trabajo, sería interesante. El premier irritable ya se fue (o eso parece), sin embargo, y según las encuestas, es otra renuncia la que espera la mayoría de peruanos.