POBREZA. En el 2020 la pandemia asestó un duro golpe a la economía peruana, del que todavía se está recuperando, aunque a menor velocidad que el año pasado –y enfrentando un alto riesgo de estancarse–. Los más perjudicados han sido los hogares de menores recursos, cuyo gasto ha disminuido como consecuencia de la caída de sus ingresos, ante la precarización del mercado laboral (más informalidad y más subempleo). Esto se refleja en las cifras de pobreza monetaria del 2021 publicadas por el INEI el jueves pasado.
Si bien hubo una reducción con respecto al 2020, pues pasó de 30.1% a 25.9% de la población del país, siguió bastante por debajo del resultado del 2019, es decir, de su nivel prepandemia (20.2%). Pero lo más alarmante es que hay diez años de rezago, pues la tasa del 2021 es similar a la del 2012 (25.8%). En esa época, a medida que el PBI crecía de manera sostenida, la pobreza monetaria descendía, también de manera sostenida –salvo el bache del 2017, por los estragos causados por El Niño costero–.
Dado que el impacto económico del covid-19 ha sido mucho más profundo y amplio, tomará más tiempo alcanzar los niveles de pobreza del 2019 y, lo más importante, retomar la tendencia a la baja. Que ese tiempo se pueda reducir dependerá en gran medida de las medidas que se implementen para apuntalar la economía, o como es el caso del gobierno de Pedro Castillo (y del Congreso), que se dejen de aplicar medidas o hacer anuncios en contra de la iniciativa privada que dañan las expectativas y, por ende, la generación de empleo formal.
Si se piensa abordar el problema con más gasto social, sin evaluar al detalle cuáles realmente apoyan a las familias pobres ni cómo mejorar su eficiencia (las filtraciones, el excesivo gasto administrativo y la subcobertura siguen sin ser solucionados), no se lograrán mejoras porque esos programas ayudan a mitigar los efectos de la pobreza, pero no ayudan a salir de ella. Aparte que si la inversión privada continúa en retirada y el PBI comienza a estancarse, habrá menor recaudación y, en consecuencia, menos recursos fiscales para destinar a esos programas.
Como era de suponer, hay más pobreza en el ámbito rural que en el urbano, y en la sierra y la selva que en la costa. Otro dato preocupante es el porcentaje de población vulnerable –en riesgo de caer en pobreza monetaria–, pues incluye a más de la tercera parte de la población del país (34.6%). Sigue habiendo demasiados pobres (o vulnerables) en un país supuestamente rico, y el discurso altisonante no los sacará de esa situación.