Presidente del Consejo Privado de Competitividad
La frase “partido a partido”, muy utilizada en el argot futbolístico, describe bastante bien el escenario que le toca jugarse al país. Esta expresión hace referencia a la construcción de un camino en función a cómo se vaya presentando la situación. Implica no dar absolutamente nada por sentado, haciéndose necesario contextualizar con realismo eventos inmediatos que puedan tornarse en impredecibles. Todo esto teniendo como única arma posible el conocimiento de nuestras debilidades, y por supuesto, nuestras fortalezas.
Lo anterior es una descripción muy certera de la forma como el país se viene jugando su destino desde hace varios años, aunque de manera mucho más peligrosa desde que Pedro Castillo asumiera la presidencia como fruto del anti-voto que, finalmente, derivó en su fallido intento del golpe de estado y la explosión de actos de violencia en diferentes localidades. Si bien hay claras muestras de que el funcionamiento de las instituciones ha permitido que el gobierno de transición de Dina Boluarte coja las riendas del Ejecutivo, y que las Fuerzas Armadas hayan ido tomando control de los actos vandálicos, nuevas incertidumbres se posan sobre el país. Con el oficializado adelanto del proceso electoral a abril del 2024, el país entra de lleno a una nueva campaña electoral el 2023. Si bien, esta puede verse con una cara esperanzadora -si queremos ser positivos- basta ver el pasado electoral reciente para saber que un fuerte ánimo pesimista rondará, con alta probabilidad, las decisiones de los principales actores económicos.
Podría desprenderse cierta ilusión si el Congreso de la República da señales de ir avanzando prontamente con algunas de las necesarias reformas políticas que permitan un proceso electoral que converja mejor con las expectativa ciudadanas. Pero también, podría ser que nuestros legisladores, tan acostumbrados a decepcionarnos, terminen por hacer poco o nada, y con ello lanzarnos de nuevo por el tortuoso camino de elegir al “menos malo” en los próximos comicios, con lo que nuestro ratio de gobernates por año continúe incrementándose como frío síntoma de un sistema democrático que seguirá desprestigiándose. ¿Pero cuánto y hasta cuándo?
Hace años que las encuestas indican que el apoyo al sistema democrático en el Perú se mantiene por debajo del promedio latinoamericano. Hace diez que se observa que la tendencia va claramente en picada. Y a pesar de todo ello, el país continúa resistiendo. Esta cifra que manifiesta una clara debilidad de nuestro sistema político paradójicamente refleja las fortalezas de nuestras instituciones económicas, construidas sobre las base de la Constitución de 1993. Es cierto que esta no es perfecta, pero sí ha permitido definir un camino de aperturas y libertades a los agentes económicos, respeto de los contratos y un clima de estabilidad macro-fiscal definida a partir de la independencia del Banco Central y la prudencia en el manejo financiero del Estado.
Esta institucionalidad en lo económico es lo que permite que las empresas y familias, grandes y pequeñas, continúen “moviendo la máquina”, y que a pesar de todo ni la más pesimista de las proyecciones anticipe que crezcamos por debajo del 2.0%. Sí, es cierto que esto no es suficiente, y no es motivo de alegría, pero viendo toda la aplanadora de sucesos adversos que hemos enfrentado, consiente que sigamos viendo una luz al final del túnel. Y es así como, aunque las condiciones no son hoy de las mejores, y nos hemos esmerado en ponernos las cosas más difíciles aún, los inversionistas continúan confiando en nuestros fundamentos, a pesar de la adversidad que pesa sobre los países emergentes en un contexto donde los riesgos globales son más agudos. A nivel regional, por ejemplo, los bonos del Tesoro se comparan bastante bien, y nadie anticipa que el país vaya a perder su grado de inversión. De hecho, recientes declaraciones de Moody’s sorprendieron positivamente a los mercados, al observar la forma como nuestras precarias instituciones políticas resolvieron con transparencia y prontitud el fallido intento golpista del 7 de diciembre.
Dicho esto, es cierto que tenemos muchas cosas por las que estar verdaderamente preocupados. Nadie puede pensar, ni siquiera sugerir, que este modelo extremo de “cuerdas separadas” entre la política y economía sea una forma sostenible de traer bienestar al país. Sin embargo, en este contexto del “partido a partido” se convierte en una fortaleza. Nuestra institucionalidad económica se ha venido constituyendo en un fuerte blindaje para surcar mares turbulentos y esquivar obstáculos, no sin que ello haya dejado de dejar marcas y daños que vienen mellando su estructura y funcionamiento. Esta coraza nos da -creo- espacio para seguir aguantando un poquito más. Tomemos esto como una buena noticia en la dimensión y tiempo que corresponde. Pero también entendamos esta nueva crisis como una reiterada llamada de atención del destino que nos advierte que esta forma de conducirnos tiene una fecha de caducidad que está muy pronto a expirar sino hacemos nuestros deberes.