Director periodístico
Estamos hartos. Estamos heridos. Y estamos muertos.
Estamos hartos. Porque no hay líderes visibles de las protestas, pero sí demandas reñidas con el orden democrático y la sucesión presidencial, y una violencia con la que sus dirigentes pretenden crear su soñado momento constituyente desde un cobarde —y cómodo— anonimato. Y porque no hay estrategia más allá de la represión, pero sí un discurso de polarización, de buenos y malos, con un Ejecutivo que ya solo sobrevive y un Congreso mezquino con el país, incapaz de establecer el adelanto de elecciones —cuyo anuncio le restaría justificación a las protestas—, mientras se aferra a una miserable cuota de poder, sin excepciones a lo largo de todo el espectro político.
Estamos heridos. Hay policías y manifestantes que sangran, y ciudadanos de todo el país que sufren las consecuencias de una convulsión social no vista en décadas: pobladores de regiones aislados, sin combustibles, alimentos ni medicinas, y una inflación a la que solo le faltaba el incendio interno para terminar de prolongarse. Ya en Gestión trazábamos que, al ritmo que iba, el 2023 cerraría con un 20% de inflación acumulada y un 17% menos de poder adquisitivo en tres años para los que ganan un salario promedio. A esto se le sumará el efecto de lo que vivimos y que Phase Consultores calcula en al menos tres puntos porcentuales en cada resultado mensual, sobre la base de diciembre.
Una cadena de restaurantes en una región turística cierra cuatro de su decena de locales y echa a un centenar de empleados a la calle, porque los números ya no le dan. En Cusco, Machu Picchu está cerrado indefinidamente y, en el sur, el gremio de Transportistas de la Macroregión Sur amenaza con un “apago de motores” si el Gobierno no desbloquea las vías: exige —con razón— “garantías absolutas de seguridad y bienestar”. La espiral económica es descendente: sin logística y transporte en una parte relevante del país, resulta incalculable el disparo que tendrá la inflación. Al BCR no le quedará de otra —como ya pronostica el BBVA Research— que mantener alta o elevar la tasa de interés de referencia, lo que encarece los créditos y pone a raya al crecimiento económico.
El turismo y el agro son, lamentablemente, sectores piñata. Al primero lo desapareció la pandemia y fue uno de los últimos que empezó a recuperarse; al segundo, la ineptitud del Gobierno anterior, que no le dio una salida a la crisis de los fertilizantes. Ambos generan un empleo que hoy se paraliza. Recupero una cita para insistir con un punto: “En el Perú, las crisis pueden afectar a todos, pero no a todos por igual”, escribió en el pasado Rosanna Ramos-Velita, presidenta de la caja rural Los Andes.
Estamos muertos. Un peruano más cayó en las protestas, el primero en Lima y el número 58 en el país. Es legítimo que el Estado actúe en contra de la violencia, como lo será el juzgamiento de los excesos: no hay blanco o negro. El Perú necesita definiciones urgentes antes que un estallido más.