CADE 2022. El primer CADE –según el presidente del CADE, Felipe Valencia-Dongo– en tener el “hambre” en la agenda. Como él mismo señala, esto es bueno como malo igualmente.
Todos estamos preocupados por la crisis alimentaria.
Según una encuesta nacional realizada en noviembre pasado por el Programa Mundial de Alimentos (PMA), junto con el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (MIDIS) y el Ministerio de Salud (MINSA), más de la mitad de la población peruana se encontraba en situación de inseguridad alimentaria. Pongámoslo en términos normales: más de la mitad de la población del Perú tenía, en cierta medida, hambre. ¿Qué significa, específicamente? La encuesta encontró que más de la mitad de la población del Perú se vio obligada a comer menos (menos de tres comidas al día), a comer de manera diferente (alimentos más baratos y de menor calidad) y a reducir los gastos esenciales (por ejemplo, en salud).
La mitad de la población del Perú es una cifra espeluznante. Pero esto no termina ahí. Más de un millón de personas comieron en promedio una sola vez al día o nada en la semana previa a la encuesta. Una encuesta más reciente del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) encontró que 35% de familias había reducido mucho su consumo de alimentos, y estimaba que más de tres millones de personas adultas habrían consumido alimentos en ollas comunes o comedores populares en la semana anterior a la encuesta.
Si bien este número seguramente sorprenderá a muchos peruanos acostumbrados a pensar en su país como una potencia económica (verdad) y un país sin hambre (algo que he escuchado varias veces), al menos podemos estar agradecidos de que las ollas comunes y los comedores populares existan para ayudar a llenar este vacío (estomacal) literal La encuesta del PMA/MIDIS/MINSA encontró que muchas familias estaban lidiando con sus propias crisis alimentarias personales, haciendo cosas que implicaban riesgos para su bienestar y perspectivas económicas futuras.
La crisis alimentaria es un problema económico, una crisis de poder adquisitivo (o, como decimos en los círculos de seguridad alimentaria, una crisis de acceso a los alimentos) más que de disponibilidad de alimentos. Y sabemos por qué esto está sucediendo (a la inflación, que afecta particularmente a la alta proporción de trabajadores peruanos en empleos informales y precarios, se suman las desigualdades cruzadas y de larga data). Siempre es importante comprender por qué existe un problema, pero ahora debemos estar preparados para pasar de hablar sobre el problema a movilizar soluciones.
Aquí nuevamente debemos estar agradecidos. Si bien eliminar el hambre es una tarea compleja, existe una gran cantidad de conocimiento colectivo en el Perú sobre cómo hacerlo (después de todo, este es un país cuyo progreso en la reducción del retraso del crecimiento infantil - no hace muchos años atrás- es una historia de éxito mundial). Y asegurarse de que un millón de peruanos no se acuesten con hambre cada noche es un muy buen punto de partida.
Los peruanos con inseguridad alimentaria severa (y los que tienen un poco menos de hambre también) necesitan asistencia adicional. Lo necesitan ahora y debe ser más que una sola vez, algo predecible con lo que puedan contar. Las ollas comunes y los comedores populares necesitan apoyo y hay espacio para que la protección social se expanda y beneficie a más personas en más lugares (incluidos los entornos urbanos).
Hay evidencia global que demuestra que el costo de la factura de tales intervenciones no debe verse como un costo sino como una inversión. Y hay muchas maneras de brindar a las personas vulnerables el apoyo que necesitan de una manera que estimule los mercados locales, ya sea aumentando las transferencias de efectivo o suministrando alimentos nutritivos de productores locales.
Esperamos que la crisis alimentaria sea un problema a corto plazo, pero debemos tener cuidado de no caer en ilusiones. Incluso si se trata de un problema a corto plazo, tiene el potencial de tener graves consecuencias a largo plazo. La desnutrición ya le costaba al Perú el 4,6 % de su PIB anual antes de la pandemia (este será el tema de un artículo futuro), respaldada en parte por el consumo de alimentos más baratos, de calidad inferior y bajo valor nutricional. Es casi cierto que la crisis alimentaria de hoy empeorará este problema, sin beneficio para nadie. Por el contrario, es para nuestro beneficio común evitar que esto suceda. Seguramente, incluso en el contexto político polarizado de hoy, ¿todos podemos acordar en esto? El ambiente en el CADE de este año es alentador.
*Sarah Laughton, representante país del Programa Mundial de Alimentos, Naciones Unidas
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