El marzo pasado China e India se abstuvieron de votar dos resoluciones de la Asamblea General de la ONU que deploraban la invasión rusa de Ucrania, exigían el retiro inmediato de las fuerzas agresoras (la primera) y reclamaban el respeto del derecho humanitario en esa guerra (en el segundo caso).
Previamente, en febrero, Rusia y China suscribieron una declaración conjunta en que se reconocieron como grandes potencias, refirmaron sus derechos en “zonas adyacentes comunes”, coincidieron en el diagnóstico del momento de transición que vive el sistema internacional, se manifestaron contra el unilateralismo de “algunos actores” (léase Estados Unidos y la coerción económica), reafirmaron su cooperación estratégica y subrayaron su “amistad sin límites”. ¿Fue esa declaración conjunta el reflejo de una alianza o sólo de una de cooperación de seguridad que permite afirmar a China que Rusia es su “principal aliado”?
Ahora que la invasión ha generado una creciente actividad occidental expresada en apoyo político, económico (incluyendo sanciones a Rusia) y aprovisionamiento de armas a Ucrania, China se ha visto en la necesidad de clarificar su posición frente a interlocutores económicos principales.
En la reciente reunión cumbre virtual entre el presidente chino Xi Jingpin y las autoridades de la Unión Europea (los presidentes de la Comisión y el Consejo Europea, Úrsula Von der Leyen y Charles Michel), los antecedentes mencionados sólo se han expresado en visiones antagónicas del conflicto. Éstas han situado a las partes en posiciones contrarias sin más canales de aproximación que el pragmatismo en la relación bilateral.
En efecto, mientras la Unión Europea ha sugerido a China que, dado el “impacto reputacional” que tiene el apoyo chino a Rusia, es necesario que esa potencia se distancie de esa vinculación, el presidente Chino ha recomendado a la UE que adopte una posición más independiente de Estados Unidos en esta coyuntura (Reuters). No hay allí mención a alianza alguna.
Es más, si China y la UE intercambian diariamente alrededor de 2 mil millones de euros diariamente y han cerrado la negociación de un acuerdo general de inversiones (diciembre, 2020) mientras Europa movería entre 250 y 500 mil millones de dólares en fusiones y adquisiciones chinas (Real Instituto Universitario de Estudios Europeos de la Universidad CEU San Pablo), lo que estuvo en juego en esa reunión fue la fluidez de una de las principales corrientes económicas del escenario global.
En el marco de las posiciones adoptadas ese flujo puede verse afectado seriamente si, por ejemplo, las partes no formalizan el acuerdo de inversiones mencionado, si China realiza actividades económicas con Rusia que se enmarquen en el ámbito de sanciones impuestas a esa potencia o si la elaboración actual de la estrategia europea que “configurará” la relación con China es permeada fuertemente (como lo será) por la grave situación actual.
Esa probabilidad no es baja en el marco del fortalecimiento de la relación económica sino-rusa que ha incrementando sustancialmente el uso de las monedas nacionales en el comercio bilateral. Esa estrategia será menos amigable aún frente a la posibilidad de un enorme aumento de la importación china de petróleo ruso a la luz del conflicto energético con Europa (China es el segundo consumidor mundial de petróleo con gran capacidad de absorción) y del aprovisionamiento de una amplia gama de bienes -incluyendo los de alta tecnología- a Rusia hoy afectados por las sanciones occidentales (y un nuevo paquete que vendrá).
De otro lado, condicionada como está China en el conflicto euroasiático, su posición podría atraer, además, a otros países asiáticos canalizando el cuestionamiento que estos vienen expresando en torno al rol occidental en ese conflicto. Ese estímulo se incrementará con la creciente propensión al empleo del yuan en el comercio intrarregional asiático (China se ha esmerado, p.e., en establecer un sistema de pagos asiático -el Sistema Internacional de Pagos Interbancario -CIPS- con base en renminbi que cuenta con el apoyo de la banca occidental en el Asia- como alternativa al SWIFT del que Rusia ha sido excluido).
Sin embargo, no todo en Asia marcha en la dirección china. El incremental expansionismo de esa potencia en el Mar del Surde la China, los temores que ésta despierta en sus vecinos, la conflictiva relación con Japón y Corea del Sur y su más agresivo reclamo sobre Taiwán como parte del territorio chino, ha generado en el área un creciente recurso al balance de poder.
Para evitar el predomino y expansión chinos en el Pacífico, Occidente ha conformado el AUKUS, un mecanismo norteamericano, británico y australiano para contener a China en el Océano Índico. A esta agrupación de seguridad colectiva se suma el QUAD, un mecanismo de diálogo cooperación de seguridad que incluye a grandes potencias asiáticas: India y Japón.
Estos regímenes de seguridad no sólo los únicos que reducen la cooperación de seguridad china con sus vecinos. A esa capitis diminutio se agrega la pérdida de cohesión entre los miembros asiáticos de los BRICS. Esa organización ha perdido poder centrípeto entre grandes y medianas potencias que aspiraban a incrementar su status para desempeñar una mayor rol en el sistema internacional.
En efecto, los integrantes de esa agrupación (Brasil, India y Suráfrica además de China y Rusia) vienen desempeñando desde hace un tiempo roles singulares en la transición estratégica en que vivimos. Las tendencias centrífugas del conflicto ruso-ucraniano incrementarán aún más esa singularidad.
Este es el caso de la India, que tampoco acompañó las resoluciones de la Asamblea General de la ONU condenando la invasión rusa.
Si bien es cierto que esa posición acerca a India y Rusia, esa aproximación está balanceada por asociaciones de seguridad indias con Occidente sugiriendo que Nueva Delhi intensificará el recurso al balance de poder extrarregional antes que al mero alineamiento centroasiático. Veamos.
En consonancia con la decisión “neutral” India en la ONU y con la más antigua relación de cooperación entre India y la ex -URSS (y con Rusia), el canciller ruso Sergei Lavrov acaba de realizar una visita a Nueva Delhi mientras el aliado chino no lograba mejorar la relación con la Unión Europea en Bruselas.
El canciller ruso ofreció a su par indio, Subrahmanyam Jaishankar, incrementar sustantivamente las ventas de petróleo, granos, aceite de girasol y carbón coque a precios “políticos” siguiendo la prácticas de la era soviética.
La oferta de estos commodities escasos por la guerra puede ser maná del cielo para cubrir necesidades fundamentales de la población e industria indias. Especialmente si va acompañada de un comercio que se tranza en rupias y rublos (como en el caso chino con el yuan) que permite a Rusia escapar a la denegación de financiamiento en dólares erosionando así la base monetaria de esa divisa como moneda dominante.
Es más, el fortalecimiento de la relación indo-rusa favorece el acceso fluido y barato a la oferta militar rusa (India sigue dependiendo de esa fuente de aprovisionamiento en muy alto porcentaje) y también al desarrollo de proyectos gigantescos como el NSTC (el corredor de transporte multimodal Norte-Sur que permitiría conectar la India con el Báltico) cuya ambición tiene una dimensión similar a la del la ruta de la Franja y de la Ruta china.
Y si ese proyecto geopolítico compite con China, la rivalidad con esa potencia también se incrementa mediante la participación india en el mecanismo de cooperación de seguridad QUAD con socios norteamericanos, australianos y japoneses decididos a contener la expansión china en el Océano Índico.
Si en 2021 esta relación de seguridad ha sido recientemente fortalecida por visitas presidenciales mutuas promovidas por Estados Unidos, ésta se ha forjado desde las décadas en que India decidió, sin lograrlo plenamente, mitigar la dependencia de armamento ruso procurando acceso a fuentes de aprovisionamiento militar norteamericanas y francesas.
Ello ocurrió luego de que la rivalidad sino-india, siendo antigua, pasara a la beligerancia en 1962 cuando India debió solicitar asistencia norteamericana para contener a China en sus fronteras. Y luego se agravó con el apoyo chino a Bangladesh (un país secesionista) y Pakistán (un rival musulmán que tiene apoyo norteamericano).
Si, como en el caso chino, el conflicto en el Este de Europa y su proyección eurasiática ha actualizado viejas rivalidades, éstas se intensifican o mitigan recurriendo a diversos mecanismos de balance de poder entre países asiáticos y entre los integrantes de BRICS.
En ese contexto, este mecanismo de cooperación entre potencias aspiracionales encuentra menos intereses comunes de lo que ya había perdido en tanto que los nuevos roles que reclama la transición del sistema internacional son más singulares. Si bien China e India dicen ser neutrales en el conflicto ruso-ucraniano ello no implica mayores niveles de cooperación entre ellas que no sea las puntuales y pragmáticas. Al revés que en el caso sino-ruso, la rivalidad entre aquéllas puede haberse incrementado en un marco de creciente competencia de poder en el sistema internacional.