Este lunes se cumplen dos años de la última visita de Estado del presidente chino, Xi Jinping, lo que ha suscitado dudas de que su ausencia de los foros internacionales pueda hacer resentir el estatus de una China que, con las fronteras cerradas por la pandemia, sigue aislada del exterior.
Xi, que intervino a distancia en el Foro Económico Mundial de Davos, viajó por última vez al extranjero el 17 de enero del 2020 para entrevistarse en Myanmar con la entonces consejera de Estado, Aung San Suu Kyi, ahora en prisión tras el golpe de Estado con el que los militares pusieron fin a la transición democrática birmana el 1 de febrero del 2021.
Allí, Xi también vio al general Min Aung Hlaing, uno de los impulsores de la asonada, y salió del país con decenas de acuerdos vinculados con su proyecto estrella de las Nuevas Rutas de la Seda.
Cinco días después de su vuelta, China decretaba el primer gran confinamiento de la pandemia para atajar el estallido de COVID-19 en Wuhan (centro), que permaneció más de dos meses aislada del resto del país.
Pekín impuso una implacable política de tolerancia cero contra el COVID-19 que, si bien ha logrado dejar su contador de fallecidos en menos de 5,000 -según estadísticas oficiales-, supuso el cierre prácticamente total de sus fronteras, así como confinamientos y restricciones a la movilidad allá donde detectaba rebrotes.
Al margen del efecto de esta estrategia sobre la economía de la “fábrica del mundo” o en el atasco logístico global, China afronta este aislamiento en medio de una mayor hostilidad en el plano diplomático, con reproches desde Occidente por las ausencias de Xi en las cumbres del G20 y COP26 del pasado otoño.
“Estas ausencias no reflejan una pérdida de poder o de influencia sino la obsesión china por la seguridad”, opina el experto español Xulio Ríos, quien sí cree que la falta de interacciones dificulta “la capacidad de China para construir confianza”.
China, “en estado de revista”
Xi delegó la diplomacia en emisarios de confianza como el ministro de Exteriores, Wang Yi, quien en el 2021 mantuvo una extensa agenda interna y externa, especialmente con representantes de países en desarrollo. Solo en la última semana, Wang recibió a media docena de cancilleres de Oriente Medio.
Mientras el mundo lidia con la pandemia tras la llegada de la variante ómicron, China, con más de un 86% de población vacunada, no da visos de alterar su ‘COVID cero’: “Cada opción tiene sus costes, en términos económicos y también de vidas humanas. Es difícil de predecir, pero si algo es previsible es un endurecimiento de las medidas para controlar los brotes”, comenta Ríos.
“El país debe estar en estado de revista. Son conscientes de que en cualquier momento la situación se puede descontrolar y eso les quita el sueño”, dice el analista, que cita la importancia política que Pekín le da a los próximos Juegos de Invierno, pero también el XX Congreso del Partido Comunista (PCCh) de octubre, que decidirá si Xi continúa al frente del país un tercer mandato.
La agenda interna es “definitoria” para los funcionarios, según el investigador: “No quieren correr riesgos que empañen esa imagen del PCCh como garantía en la respuesta al virus. Ahora tratan de defender que su opción es mejor para proteger a las personas en contraste con los datos de contagios y muertes en otros ‘rivales sistémicos’”, indica.
“Esta estrategia puede funcionar dentro, pero fuera no olvidan de los fallos de los primeros momentos de la pandemia, adobados ahora con alusiones a otros temas que afectan seriamente a su imagen internacional, como las denuncias de abusos por los derechos humanos en la región de Xinjiang o la pérdida de libertades en Hong Kong”, concluye el académico.
De la “xiplomacia” a la diplomacia en la nube
Xi realizó su primera visita de Estado en el 2013 a Moscú para entrevistarse con el presidente ruso, Vladímir Putin, quien puede convertirse en el primer líder con quien el mandatario chino se reúna en persona desde el estallido de la pandemia.
Putin asistirá a la inauguración de los Juegos en Pekín, a los que Estados Unidos, Reino Unido o Australia no enviarán representantes en un boicot diplomático como respuesta a los abusos en Xinjiang, negados por China.
Lejos quedan estampas como las de Xi bebiendo pintas de cerveza en Reino Unido acompañado del entonces primer ministro británico, David Cameron, charlando con campesinos costarricenses, haciéndose un “selfi” con el Kun Agüero en el estadio del Manchester City o visitando una escuela en Tacoma (EE.UU.).
Aquellas visitas forjaron lo que a partir del 2017 los medios estatales llamaron la “Xiplomacia”, una ofensiva comunicativa que se servía del presunto carisma del presidente para mejorar la imagen exterior del país.
Ahora, la propaganda oficial denomina a las videoconferencias de Xi “diplomacia en la nube”, con 79 llamadas telefónicas o la asistencia virtual a 40 eventos en el 2021, además de centenares de discursos, cartas y vídeo-mensajes.
Los funcionarios chinos aseveran que la diplomacia del país no se ha detenido “ni un momento” a pesar del COVID-19, con la defensa del “multilateralismo” y la “cooperación de beneficio mutuo” como los conceptos más repetidos durante estos dos años.