Por Gidon Eshel
Las políticas agrícolas mundiales han evitado el hambre, pero también han aumentado las enfermedades, la degradación ambiental y el cambio climático, al mismo tiempo que desperdician los recursos naturales y socavan la biodiversidad. La necesidad de repensar esas políticas ha sido clara durante décadas, pero poco ha cambiado. Así como sería una pena desperdiciar la crisis de Ucrania al no repensar las políticas energéticas, sería igualmente desalentador si no usamos esta guerra como una oportunidad para repensar nuestras políticas agrícolas.
Aparentemente es inevitable la hambruna en países de todo el mundo, más marcadamente en África. Se deriva de la supuesta pérdida de producción de trigo de Rusia y Ucrania –alrededor de 100 millones de toneladas al año o una cuarta parte del total mundial– y de exportaciones de fertilizantes nitrogenados de Rusia –alrededor de 7 millones de toneladas anuales antes de la invasión o el 7% del uso global–.
En abril, el índice de precios de los alimentos publicado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación subió un 30% con respecto a un año antes. Mientras que los precios mundiales de los fertilizantes aumentaron un 125% interanual en enero y otro 17% entre principios de año y marzo.
Dada la estacionalidad de la producción agrícola y los persistentes problemas en las cadenas de suministro, ningún cambio de política puede combatir la escasez de este año. Pero la hambruna todavía es evitable.
Estados Unidos y Canadá ahora tienen cerca de 44 millones de toneladas de trigo en sus reservas. Los cereales secundarios de Norteamérica duplican estas reservas a niveles que pueden sustentar por completo a 45 millones de personas durante un año.
Las reservas de legumbres y frutos secos de las naciones ricas elevan esto a 50 millones de personas al año a solo unos meses de la próxima cosecha de trigo en Norteamérica.
Y luego está la alimentación del ganado. Más de 250 millones de toneladas de trigo, cebada, avena y otros cereales se utilizan en todo el mundo para pienso, de lo cual, más de 90 millones se usan solo en Estados Unidos, Canadá, Europa occidental y Australia. Esta inversión ofrece sorprendentemente poco.
Cien kilogramos de proteína de pienso para alimentar al ganado producen entre 10 y 15 kilos de proteína de aves, huevos, lácteos, o solo 3 kilos de proteína de vacuno. Así, el mundo sacrifica anualmente para la producción ganadera al menos 220 millones de toneladas de cereales ricos en nutrientes, más del doble del déficit de trigo de Rusia y Ucrania.
La hambruna de trigo en Egipto, Túnez y Yemen prevista para este año, así como el malestar político que a veces provoca esa escasez de alimentos, podría prevenirse utilizando las reservas existentes de cereales y legumbres y redirigiendo cereales de la alimentación para el ganado a alimentos humanos de emergencia. Pero tales medidas son inherentemente temporales. ¿Qué pasa con el futuro a largo plazo?
Analicemos las dietas de dos personas hipotéticas. La primera consume la dieta promedio en Estados Unidos, en tamaño y composición. La dieta de la otra persona es idéntica en todos los sentidos, excepto que la carne de vacuno que normalmente consumen los estadounidenses (unos 50 a 70 gramos diarios) ha sido reemplazada por una mezcla diversa y nutritiva de alternativas de origen vegetal.
Si comparamos las necesidades de recursos de solo la carne de vacuno o su alternativa de origen vegetal, esa porción de la dieta requiere anualmente alrededor de 1,200 metros cuadrados de tierras de cultivo y más de 12 kilos de fertilizante nitrogenado para la persona que consume la dieta con carne, pero cerca de 400 metros cuadrados y 3 kilos de fertilizante nitrogenado para quien come la dieta vegetariana.
Podemos reemplazar la carne por alimentos de origen vegetal para contrarrestar futuros déficits de trigo como el provocado por la invasión a Ucrania. Con rendimientos anuales del trigo de cerca de 1,300 a 1,400 kilos por cada 4,000 metros cuadrados en Estados Unidos y Canadá, y 2,700 a 3,600 kilos en el noroeste de Europa, compensar por completo el déficit mediante la producción de 50 millones de toneladas adicionales de trigo en cada continente requiere entre 360,000 millones y 380,000 millones de hectáreas y entre 140,000 millones y 190,000 millones de hectáreas, respectivamente.
Cada persona que reemplaza la carne de vacuno por alimentos de origen vegetal ahorra casi 25 metros cuadrados, lo que liberaría estos terrenos. Para compensar por completo una escasez como la provocada por la invasión a Ucrania, se requiere que entre 215 millones y 250 millones de norteamericanos y europeos adopten la transición de la carne de vacuno a alimentos de origen vegetal, lo que reducirá el consumo actual de carne de vacuno en Norteamérica y Europa entre un 42% y un 45% y entre un 14% y un 18%, respectivamente.
Tal transición sería neutral en cuanto a fertilizantes, ya que el cambio en la dieta ahorraría suficiente fertilizante para contrarrestar la elevada demanda adicional de trigo para compensar el hambre en Ucrania. Dado que la transición de la carne de vacuno a una dieta vegetariana ahorra cerca de 10 kilos de fertilizante por persona, los entre 215 millones y 250 millones de personas que ahora consumen una dieta de origen vegetal ahorrarán de 2.2 millones a 2.5 millones de toneladas de nitrógeno.
El fertilizante adicional que requerirían las superficies de trigo añadidas es la tasa mediana de fertilización con nitrógeno para el trigo de Estados Unidos y la UE -41 y 56 kilos por 100 metros cuadrados por año, respectivamente- multiplicada por los entre 36 millones y 38 millones y los entre 14 millones a 19 millones de nuevas hectáreas de trigo requeridos, y entre 2.3 millones y 2.6 millones de toneladas de fertilizante.
La transición de la carne de vacuno a la dieta de origen vegetal ahorraría casi todos los costos de fertilizantes para producir el trigo adicional para combatir el hambre provocada por la guerra en Ucrania, que es esencial a la luz de los 7 millones de toneladas faltantes de las exportaciones rusas de fertilizantes.
Más allá de evitar que millones de personas sufran de hambre sin necesidades adicionales de fertilizantes, el cambio parcial en la dieta reducirá las tasas de mortalidad por enfermedades cardiovasculares y cáncer entre un 10% y un 18%. Aquellos que hagan un esfuerzo adicional y renuncien por completo a la carne disfrutarán de reducciones aún mayores, además de bajar de peso y disminuir los niveles de colesterol y glucosa en la sangre.
Si, como se proyecta, millones de personas experimentan hambruna pronto, no será un “hambruna causada por Putin”, sino una hambruna fácilmente prevenible por elección, provocada porque la gente y los líderes de las naciones ricas han decidido que prevenirla es demasiado inconveniente.