La pandemia del cólera de principios de la década de 1830 golpeó con dureza a Francia. Acabó con casi el 3% de los parisinos en un mes, y los hospitales se vieron desbordados por pacientes cuyas dolencias los médicos no sabían explicar. El fin de la pandemia provocó un resurgimiento económico en el que Francia siguió a Gran Bretaña en la revolución industrial.
Sin embargo, como sabe todo lector de ‘Los miserables’, la pandemia también contribuyó a otro tipo de revolución. Los pobres urbanos, los más afectados por la enfermedad, arremetieron contra los ricos, que habían huido a sus casas de campo para evitar el contagio. En Francia, la inestabilidad política se mantuvo durante años.
Hoy en día, mientras el COVID-19 hace estragos en los países más pobres, el mundo rico está al borde de un auge pospandémico. A medida que las vacunas reducen las hospitalizaciones y las muertes causadas por el virus, los gobiernos levantan las órdenes de confinamiento y distanciamiento social.
Muchos analistas pronostican que la economía estadounidense crecerá este año más de 6%, al menos cuatro puntos porcentuales por encima de la tendencia anterior a la pandemia. Otros países también están a punto de registrar un crecimiento inusualmente rápido. El análisis de The Economist de los datos del PBI de las economías del G7 desde 1820 indica la poca frecuencia de este tipo de aceleración sincronizada con respecto a la tendencia. No ha ocurrido desde la expansión de la posguerra en la década de 1950.
La situación es tan desconocida que los economistas recurren a la historia para saber qué esperar. Los datos señalan que, tras períodos de grandes trastornos no económicos (como guerras y pandemias), el PBI tiende a recuperarse. Sin embargo, también ofrecen otras tres lecciones.
En primer lugar, aunque la gente está dispuesta a salir y gastar, la incertidumbre persiste durante un tiempo. En segundo lugar, las crisis animan a personas y empresas a probar nuevas formas de hacer las cosas, lo cual altera la estructura de la economía. En tercer lugar, como muestra el ejemplo de ‘Los miserables’, a menudo se produce un período de agitación política con consecuencias económicas imprevisibles.
Veamos en primer lugar el gasto de los consumidores. Los datos de pandemias anteriores indican que, durante la fase aguda, las personas se comportan como lo han hecho durante el último año de COVID-19: acumulando ahorros a medida que las oportunidades de gasto desaparecen. En la primera mitad de la década de 1870, durante un brote de viruela, la tasa de ahorro de los hogares británicos se duplicó.
La tasa de ahorro de Japón se duplicó con creces durante la primera guerra mundial. En 1919-1920, mientras la gripe española hacía estragos, los estadounidenses guardaron más dinero en efectivo que en ningún otro año posterior hasta la segunda guerra mundial. Cuando llegó la guerra, el ahorro volvió a aumentar, y en 1941-1945 los hogares acumularon saldos adicionales por valor de un 40% del PBI.
La historia también ofrece una guía de lo que hace la gente cuando la vida vuelve a la normalidad. El gasto aumenta, lo que lleva a la recuperación del empleo, si bien no hay muchas pruebas de excesos. La sensación de que el final de la peste negra se celebró con “fornicaciones desenfrenadas” y “alegría histérica”, como suponen algunos historiadores, carece (probablemente) de fundamento. Los años de la década de 1920 distaron mucho de ser locos, al menos los primeros.
En la Nochevieja de 1920, tras haber dejado atrás de modo definitivo la amenaza de la gripe española, “Broadway y Times Square se parecían mucho a los viejos tiempos”, según un estudio, aunque Estados Unidos se sentía “un país enfermo y cansado”. Un documento reciente del banco Goldman Sachs estima que, en 1946-1949, los consumidores estadounidenses sólo gastaron alrededor del 20% de sus ahorros excedentes. Ese gasto adicional impulsó sin duda el auge de la posguerra, aunque a finales de la década de 1940 los informes mensuales del gobierno sobre la “situación empresarial” estaban plagados de temores ante una inminente desaceleración (y, de hecho, la economía entró en recesión en 1948-1949).
El consumo de cerveza disminuyó en esos años. El cauteloso comportamiento de los consumidores quizás sea una de las razones de que haya pocas pruebas históricas de repuntes inflacionarios inducidos por una pandemia.
La segunda gran lección de los auges pospandémicos está relacionada con el “lado de la oferta” de la economía, con el cómo y dónde se producen los bienes y servicios. Aunque, en conjunto, las personas parecen propensas a la frivolidad después de una pandemia, algunas pueden estar más dispuestas a probar nuevas formas de ganar dinero. Los historiadores creen que la peste negra hizo más aventureros a los europeos. Subirse a un barco y zarpar hacia nuevas tierras parecía menos arriesgado cuando había tanta gente muriendo en casa.
Apollo’s Arrow, un libro reciente de Nicholas Christakis, de la Universidad Yale, muestra que la pandemia de gripe española dio paso a “mayores expresiones de la asunción de riesgos”. De hecho, según un estudio de la Oficina Nacional de Investigación Económica de Estados Unidos publicado en 1948, el número de empresas nuevas o startups se disparó a partir de 1919. Hoy en día, la creación de nuevas empresas vuelve a aumentar en todo el mundo rico, en tanto los empresarios tratan de colmar los huecos del mercado.
Otros economistas han establecido un vínculo entre las pandemias y otro cambio en el lado de la oferta: el uso de tecnologías que permiten ahorrar trabajo. Los jefes quizás quieran limitar la propagación de enfermedades, y los robots no se enferman. Un documento elaborado por investigadores del FMI analiza una serie de brotes recientes de enfermedades, como el ébola y el SARS, y concluye que “los acontecimientos pandémicos aceleran la adopción de robots, especialmente cuando el impacto sanitario es grave y está asociado a una importante recesión económica”.
La década de 1920 fue también una época de rápida automatización en Estados Unidos, sobre todo en el manejo de las centralitas telefónicas, uno de los trabajos más comunes para las jóvenes estadounidenses a principios del siglo XX.
Otros economistas han establecido un vínculo entre la peste negra y la imprenta de Johannes Gutenberg. Todavía no hay pruebas claras de un aumento de la automatización a causa del COVID-19, aunque abundan las anécdotas sobre la aparición de robots.
No obstante, si la automatización priva a las personas de puestos de trabajo es un asunto diferente. Algunas investigaciones señalan que, en realidad, la situación de los trabajadores mejora tras las pandemias. Un documento publicado el año pasado por el Banco de la Reserva Federal de San Francisco concluye que los salarios reales tienden a aumentar. En algunos casos, eso se debe a un mecanismo macabro: la enfermedad mata trabajadores, y deja a los supervivientes en una posición de negociación más ventajosa.
En otros casos, el aumento de los salarios es el producto de cambios políticos: ésa es la tercera gran lección de los períodos históricos de expansión. Cuando mucha gente ha sufrido, las actitudes hacia los trabajadores pueden cambiar. Es lo que parece estar ocurriendo en esta pandemia: los responsables políticos de todo el mundo están relativamente menos interesados en reducir la deuda pública o en evitar la inflación que en reducir el desempleo. Un nuevo informe de tres académicos de la Escuela de Economía de Londres también concluye que el COVID-19 ha hecho que los ciudadanos de toda Europa sean más reacios a la desigualdad.
En algunos casos, las presiones han dado lugar a desórdenes políticos. Las pandemias sacan a la luz y acentúan las desigualdades preexistentes, lo que lleva a los perjudicados a intentar poner remedio a su situación. Según un estudio, el ébola aumentó en un 40% la violencia civil en África Occidental en el 2013-2016. Una investigación reciente del FMI analiza el efecto desde el 2001 de cinco pandemias en 133 países (entre ellas, el ébola, SARS y zika) y concluye que han provocado un aumento significativo del malestar social.
“Es razonable esperar que, a medida que la pandemia desaparezca, el malestar pueda reaparecer en lugares donde ya existía”, escriben investigadores en otro documento del FMI. El malestar social parece alcanzar su punto máximo a los dos años del final de la pandemia. De modo que disfrutemos del auge que se avecina mientras dure, pues la historia podría dar otro giro en breve.