Workers spray sanitiser at the Ilopango International Airport as a preventive measure against the coronavirus disease (COVID-19), in Ilopango, El Salvador, March 10, 2020. REUTERS/Jose Cabezas
Workers spray sanitiser at the Ilopango International Airport as a preventive measure against the coronavirus disease (COVID-19), in Ilopango, El Salvador, March 10, 2020. REUTERS/Jose Cabezas

En febrero del 2014, una huelga en el Metro de Londres ofreció a los teóricos de la gestión una lección sobre resiliencia y adaptación. Los londinenses tuvieron que repensar sus rutas de transporte. Estudios de las universidades de Oxford y Cambridge hallaron que alrededor del 5% mantuvo sus nuevos itinerarios, y los beneficios económicos de largo plazo para uno de cada 20 que adoptaron mejores vías para llegar al trabajo fueron mayores que los costos de corto plazo de la disrupción.

La expansión global del covid-19 presenta un desafío mucho más grande para el mundo corporativo. Los temores en torno a las ganancias se están propagando casi tan rápido como el virus. Goldman Sachs estima que el aumento de las ganancias para las empresas del índice S&P 500 podría detenerse. Los indicadores de actividad empresarial se han hundido en Asia y se espera que se debiliten en el resto del mundo a medida que el virus cruce más fronteras. Y los consumidores están gastando poco, a menos que sea en mascarillas, pañitos higiénicos y sopa enlatada.

Algunas empresas retomarán el piloto automático cuando la amenaza amaine, pero para otras la interrupción tendrá un efecto duradero y acelerará tendencias en organización empresarial. Dos de ellas son muy importantes. Primero, los próximos meses serán un experimento gigante respecto a si las nuevas tecnologías posibilitan la masificación del teletrabajo, con lo cual se agilizaría la reinvención de la oficina. Segundo, para las empresas que ya están preocupadas por las inestables cadenas de suministro, a causa de la guerra comercial, el virus les otorga otro motivo para reconfigurarlas.

En cuanto a la primera tendencia, las empresas tendrán que preguntarse si dejarán que sus empleados viajen, asistan a conferencias e incluso vayan a la oficina. En los tres casos, la respuesta es crecientemente “no”; muchas grandes compañías, entre ellas Amazon y JPMorgan Chase, han prohibido viajes no esenciales, y aerolíneas y hoteles reportan fuertes caídas en reservas.

Según una encuesta de la Global Business Travel Association, los viajes de negocios, que les cuestan a las empresas más de US$ 1 millón de millones anuales —y emiten tanto carbono como Ucrania—, podrían caer más de un tercio por la pandemia. Asimismo, los grandes eventos corporativos están siendo cancelados. Este mes, ya no se realizarán la mayor cita anual petrolera (Houston) ni el Salón del Automóvil de Ginebra. Esto es una mala noticia para las empresas organizadoras de eventos.

Al mismo tiempo, más empresas están aprendiendo a amar la telecomunicación. El 3 de marzo, JPMorgan Chase indicó a sus miles de banqueros en Estados Unidos que trabajen en casa mientras testee sus planes de contingencia. Twitter ha pedido lo mismo a sus 5,000 empleados y Sony ha cerrado algunas de sus oficinas europeas. Además de poner en evidencia cuán inflados están algunos presupuestos para viajes, los planes de contingencia también podrían revelar cuán ineficiente es el uso del espacio de oficina.

Las grandes compañías británicas y estadounidenses pagan en promedio US$ 5,000 por empleado en alquiler anual, pero solo entre 40% y 50% de los escritorios es utilizado. Si los gerentes descubren que la productividad aumenta —o al menos no cae— si el personal se aísla en casa, la opción del teletrabajo luciría irresistible. Los inversionistas están apostando en esa dirección. En el último mes, los precios de las acciones de la plataforma de mensajes corporativos Slack y de la fabricante de software para videoconferencias Zoom subieron 18% y 35%, respectivamente.

En el caso de la segunda tendencia, desde la década de 1980, las cadenas de suministro se han vuelto más complejas y globales, y ahora las grandes empresas dependen de miles de proveedores. La adopción de la fabricación optimizada y la entrega justo a tiempo de componentes, iniciada por Toyota en los años 70, ha hecho más eficiente la producción pero más vulnerable a alteraciones, pues cada vez se almacenan menos materiales necesarios. La media de inventarios en las empresas del S&P 500 es 66 días —apenas nueve en Apple—.

Cuando ocurren desastres naturales, las grandes compañías suelen capearlos trasladando temporalmente su producción a áreas no afectadas, pero a diferencia de inundaciones, terremotos e incluso la guerra comercial chino-estadounidense, para los cuales estas empresas tienen cierta experiencia planificadora, el covid-19 podría afectar simultáneamente a todos sus potenciales proveedores. En tal escenario, contar con inventarios mayores y proveedores locales ya no podría considerarse un despilfarro, sino verse como necesario.

El virus no hará desaparecer los viajes de negocios ni las cadenas de suministros optimizadas. Las fábricas chinas están volviendo a operar y los viajeros de negocios volverán a los aeropuertos. Pero la crisis ofrece una chance para experimentar con nuevas formas de hacer las cosas, y cuestionar los viejos hábitos. Los CEO no debieran ser inmunes a esta oportunidad.


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