El Alto se cierne sobre La Paz, la capital administrativa de Bolivia, como la hoja de una guillotina. En 1781 Tupac Katari, un líder indígena, sitió La Paz española a 500 metros (1,600 pies) abajo. A principios de la década del 2000, las protestas de alteños obligaron a sacar del cargo a dos presidentes bolivianos: Gonzalo Sánchez de Lozada, que buscaba exportar el gas de Bolivia a través de Chile; y Carlos Mesa, su sucesor, que se opuso a sus demandas de nacionalizar las reservas de gas. Eso allanó el camino para la elección en el 2005 de Evo Morales, el primer presidente indígena de Bolivia, y miembro del pueblo aymara, que considera a El Alto como su capital.
Morales cuenta con su apoyo mientras trata de persuadir a los bolivianos de extender sus 13 años en el cargo en una elección prevista para octubre. Pero los alteños son de mentalidad independiente. Algunos rechazan su decisión de postular desafiando un referéndum en el 2016. Pero sus dudas son más profundas. Morales es izquierdista y El Alto es un lugar empresarial al que le gustan los bajos impuestos y la regulación laxa. El apoyo a su socialismo es selectivo. La ciudad más revolucionaria de Bolivia es de alguna manera la más liberal.
El Alto, la ciudad más alta del mundo a 4,150 metros sobre el nivel del mar, ha progresado durante la presidencia de Morales. Con una población de 900,000 habitantes, es la segunda ciudad más grande de Bolivia, después de Santa Cruz, y experimenta el crecimiento más rápido. La ciudad comenzó a crecer a principios del siglo XX cuando los migrantes comenzaron a llegar desde el altiplano, las tierras altas andinas del oeste de Bolivia. Establecieron vecindarios regidos por prácticas traídas de sus pueblos, como el liderazgo rotativo.
En 1957, estos se unieron para formar el consejo vecinal, que asumió el papel del estado. Junto a las organizaciones de trabajadores, cavó los primeros pozos y construyó caminos. También proporcionó ley y orden, lo que a veces ha significado ejecutar presuntos delincuentes. La Federación de Juntas Vecinales, ahora llamado Fejuve, todavía ayuda con la provisión de infraestructura en los crecientes suburbios de la ciudad. El Alto se constituyó como una ciudad separada de La Paz en 1985.
En la “guerra del gas” del 2003, los rebeldes en las alturas bloquearon las carreteras que conectan La Paz con gran parte del resto de Bolivia. Sánchez de Lozada envió al ejército. Después de que murieron casi 60 personas, huyó del país. Esta insurrección ayuda a definir la ciudad hoy en día. Roger Chambi, un activista aymara, señala a un visitante el edificio que alberga la Radio San Gabriel, donde los líderes insurgentes realizaron una huelga de hambre. El eslogan desafiante de El Alto, “De pie, nunca de rodillas”, aparece en todas partes.
La política ahora parece menos urgente. "En este momento, la economía lo es todo", dice Chambi. El Alto es el centro de una red internacional que comercializa bienes de todo tipo, muchos de ellos de contrabando. Estos vinculan a los ricos comerciantes de la ciudad, llamados qamiris, con fabricantes en China. Esta red a menudo se extiende a otras ciudades bolivianas y a Brasil y Argentina. Quizás cuatro quintos de los alteños trabajan en la economía informal. La "economía sumergida" de Bolivia es la más grande del mundo como parte del PBI, según el FMI.
El corazón comercial de El Alto es el vasto mercado al aire libre llamado “16 de Julio”, abierto los jueves y domingos. Casi exentos de impuestos y sin regulación, los comerciantes pagan a su sindicato por permisos para abrir puestos que venden de todo, desde remedios a base de hierbas hasta piezas de automóviles. Las mujeres aymaras custodian las mercancías, con sus sombreros inclinados hacia adelante. Muchos qamiris poseen puestos de mercado.
Más allá del mercado, los pequeñas negocios se dejan ver esparcidos por las calles. Están surgiendo viviendas de varios pisos. Los propietarios dejan los ladrillos expuestos creyendo (erróneamente) de que esto los exime del impuesto. Los terrenos aparecen en los registros de la ciudad como vacíos, otra artimaña para evitar impuestos. Esta evasión ingeniosa genera respeto. Cuando trabajó brevemente como mesero, "hice todo lo posible para no vender cerveza con recibo", cuenta Chambi.
Las fachadas chillonas de los "chalets" alivian el paisaje urbano de color marrón ladrillo. Los qamiris que los poseen pueden no pagar impuestos, pero a diferencia de la élite de más larga data de Bolivia, no compran propiedades en Miami, dice Chambi. Ellos financian fiestas que tienen lugar todos los fines de semana. Una vez al año, un qamiri recibe el costoso honor de pagar más que nadie por Gran Poder, un carnaval en La Paz.
Los forasteros a menudo ven a El Alto como un reflejo de sus prejuicios. Los izquierdistas celebran las características comunales de su economía, que incluyen el ‘ayni’: ayuda de vecinos para realizar una construcción o negocio, algo que el beneficiario deberá corresponder. Las fiestas son una forma de dar comida y bebida a los pobres. Los anarquistas admiran la autorregulación de El Alto; los liberales, su vigoroso capitalismo. La ciudad parece combinar todo esto. Pablo Mamani, un sociólogo, describe a El Alto como una ciudad “con amplia solidaridad”, pero “absolutamente liberal” en materia económica.
El Alto tiende a votar por Morales y aplaudió su nacionalización de las reservas de gas en el 2006. Le gustan los subsidios y las obras públicas, pero exige que el Estado mantenga su distancia. “El Alto espera mucho del Estado”, dice Mamani. Eso va de la mano con una ética de autosuficiencia. En la cultura aymara, “uno tiene que trabajar para uno mismo”.
Los alteños le dan poco crédito a Morales por su prosperidad. Muchos son escépticos sobre su candidatura a la reelección (en la que Mesa será su principal oponente). Recuerdan la práctica aymara de liderazgo rotativo, incluso si no siempre la practican. "La gente ve [la campaña de Morales] con sospechosa", afirma Chambi.
No obstante, El Alto lo ha apoyado, excepto en dos ocasiones. En el 2010, cuando intentó reducir los subsidios a la gasolina, los alteños bloquearon nuevamente las carreteras. Morales retrocedió en su decisión. Cinco años más tarde rechazaron al candidato a alcalde de su partido a favor de Soledad Chapetón, una mujer aymara de centro-izquierda. Esos son fuertes recordatorios para Morales: no dé por sentado el apoyo de El Alto.