Por Clara Ferreira Marques
La sátira ambiental del director Adam McKay “No miren arriba” no es precisamente sutil. Los personajes acaparan la pantalla, la parodia es obvia, los ataques dirigidos son abundantes y un gran elenco de estrellas compite por el espacio. Ah, y el planeta está a punto de explotar.
El todo es un monumento a la ira y la frustración, lo que explica por qué la película entusiasma más a los científicos ambientales que a los críticos de cine. Ya sea por los pasos en falso de los protagonistas o los del cineasta, el filme también ofrece una valiosa lección sobre los desafíos —que son muy reales— de correr la voz sobre la urgencia de una acción global contra el cambio climático.
La historia de esta comedia ácida de Netflix Inc. es simple. Una estudiante de doctorado (Jennifer Lawrence) y un tímido profesor de astronomía (Leonardo DiCaprio) descubren un cometa gigante que chocará contra la Tierra en aproximadamente seis meses y acabará con toda señal de vida.
Sin embargo, no logran convencer a nadie, y mucho menos a la presidenta estadounidense —una populista y fumadora empedernida interpretada por Meryl Streep— de que tome las medidas correctas. Los medios están distraídos y todos los demás solo quieren ganar dinero cuando se descubre que el asteroide contiene tierras raras y minerales.
La película representa bien algunas cosas importantes. Capta la dificultad de expresar un mensaje tan abrumador para nuestra limitada imaginación que por lo general no provoca acción, sino indiferencia o desesperación. La exasperación, palpable a través de la película, es una realidad diaria para quienes trabajan en política ambiental.
La gente realmente escucha solo lo que quiere escuchar, como cuando la presidenta de Estados Unidos (Streep) se aferra a que la certeza de que el cometa impacte la Tierra es justo inferior al 100 % —”digamos que es del 70% y sigamos adelante”— e ignora a los científicos que tiene al frente. La película retrata el canto de sirena de la tecnología con su pensamiento “gana-gana” no comprobado y la toxicidad del falso equilibrio. Como en la vida real, la lucha entre los investigadores y los intereses políticos y económicos es asimétrica.
También hay mucho que criticarle a una película que dedica tanto tiempo a la indignación. Por un lado, la metáfora es demasiado simple. El calentamiento global no es sencillamente un único cometa que se precipita hacia la Tierra sin que el humano lo haya provocado. La amenaza del calentamiento global es difusa y preocupante por su propia imprevisibilidad; además, industrias enteras lo están acelerando.
En términos de mensajes ambientales, los protagonistas caen en muchas trampas. En un momento, la película sugiere que la salida de casillas de los científicos en un programa de televisión liviano es una prueba de la ignorancia de la sociedad —pero también es una cuestión de comprender a la audiencia y los prejuicios humanos.
Nadie se niega a aceptar el cambio climático porque esté demasiado preocupado por alguna ruptura de las celebridades, como es el caso en la película. Se nos dificulta entender las realidades climáticas que se sienten distantes en el tiempo o el espacio, o que simplemente son imposibles de imaginar en el contexto de nuestras experiencias.
Superar ese obstáculo cognitivo no necesariamente significa simplemente seguir el consejo que le dan al científico representado por DiCaprio, “sin mucha matemática”, sino lograr que el mensaje sea relevante y difundirlo a través de una voz familiar confiable y enmarcado en los términos locales.
Sabemos que es crucial que la comunicación sea local, y existe amplia evidencia de que los mensajeros confiables, ya sean líderes comunitarios o meteorólogos que conectan el clima extremo con el calentamiento global, pueden lograr que la gente cambie de opinión. No obstante, aquellos que intentan transmitir el mensaje en esta película no llegan a esto.
La película tampoco le otorga poder de acción a la población en general, o incluso a otras naciones. Las personas responden mejor cuando sienten que pueden influir, y si hay soluciones disponibles. En lo referente al calentamiento global, significa describir el problema pero luego decirle a la audiencia que tienen un papel que desempeñar —como consumidores, por ejemplo, y, más importante aún, como votantes—. Así es que la concientización se convierte en acción.
“No miren arriba” no convencerá a nadie que estuviera indeciso, sobre todo por la falta de empatía. Con sus claros villanos, la historia trata a los detractores y escépticos con desdén, ya sean las masas distraídas por las redes sociales, los periodistas ávidos de clics o los padres de Lawrence en Michigan que dicen estar “a favor de los trabajos que creará el cometa”, pero no hay compasión o explicación. Intimidar rara vez es efectivo cuando el objetivo es cambiar las opiniones de otros.
Pero ese no era realmente el punto. Ciertamente hay algo de absurdo en la naturaleza de la reacción al calentamiento global. Como resultado, la gente se está interesando en la película, y eso es importante, como me dijo Tom Brookes del Consejo de Comunicaciones Estratégicas Globales, una red de expertos en relaciones públicas centrada en el tema ambiental. Puede que haga mella solo en aquellos que ya están preocupados, pero como indicó Brookes, en este momento es la abrumadora mayoría de la población mundial —y un grupo vasto y variado que necesita ser galvanizado.
Hay ficción climática mucho mejor. Hay mejor sátira y mejor comedia, algunas de ellas dirigidas por el mismo McKay. Pero esta película ha logrado que millones hablen sobre el calentamiento global y ahora es la más vista de Netflix en decenas de países.
¿Pueden las grandes estrellas de Hollywood ser mensajeros confiables y cerrar la brecha entre la concientización y la acción? Esa es otra pregunta totalmente aparte.