Bajo cualquier otra circunstancia habría sido una gran noticia la inesperada renuncia del presidente del Grupo Banco Mundial. Sin embargo, la razón que presentó el presidente saliente, Jim Yong Kim, sobre su renuncia el lunes fue aún más reveladora.
Kim dijo que dejaba la agencia de desarrollo y creación de infraestructura más poderosa del mundo para unirse a un fondo de inversión en infraestructura del sector privado, porque considera que “es el camino a través del cual podré tener mayor impacto sobre temas globales como el cambio climático y el déficit infraestructural en los mercados emergentes”.
Es difícil imaginar una acusación más poderosa del rol del Banco Mundial en el mundo en desarrollo que ver que su presidente vota con los pies.
A decir verdad, Kim tiene razón. El Banco Mundial no ha sido eficiente en lo que se supone debe ser su principal tarea: movilizar fondos para inversión en infraestructura en países más pobres. La brecha financiera que los mercados emergentes deben cubrir es enorme; se necesitan anualmente entre US$ 1 billón y US$ 1.5 billones para inversión en infraestructura.
¿Cuánto pueden los bancos de desarrollo multilateral recaudar en total? Al combinarlos todos -no solo el Banco Mundial sino también bancos de desarrollo multilateral como el Banco Asiático de Desarrollo- pueden gastar cerca de US$ 116,000 millones por año, según Nancy Lee, del Centro para el Desarrollo Global. Lo peor es que únicamente US$ 45,000 millones de este monto se invierten en infraestructura.
Una posible respuesta al problema sería una mejor capitalización de estos bancos. Pero, como bien lo evidenciaremos en la batalla entre el gobierno de Trump y el resto del mundo que ahora es inevitable por la renuncia de Kim, a EE.UU. no le interesan las instituciones multilaterales como el Banco Mundial. (Surge un contraste con China, país que busca potenciar las instituciones que domina, como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura).
Así las cosas, no hay más dinero para el Banco Mundial y aunque tuviera un fuerte compromiso, no llegaría cerca de lo necesario para abarcar el “déficit de infraestructura” del que habla Kim.
¿De dónde tendrá que llegar el resto del dinero? Pues ... de nuestros bolsillos. El dinero de los ahorradores a través del mundo se reunirá y será enviado al extranjero donde se pueda poner a producir, es decir, en el mundo desarrollado. En otras palabras, la finanza privada entra en la ecuación para entregar una fracción de los US$ 90 billones en ahorros de los países ricos para invertirlos en la infraestructura de los mercados emergentes.
Aquí es donde el Banco Mundial se ha quedado corto. Cuando fue establecido en los años 1940, se suponía que el banco debía trabajar de la mano con el sector privado, y no entregar su propio dinero bajo subsidios o préstamos. De hecho, se suponía que debía funcionar como una especie de aseguradora.
Henry Morgenthau, quien fue secretario del Tesoro de EE.UU. cuando se estaban estableciendo los Acuerdos de Bretton Woods, fue muy claro sobre el rol de la banca: “El principal objetivo de dicha entidad debe ser promover el envío al extranjero del capital privado para su inversión productiva, compartiendo los riesgos de los inversores privados en grandes empresas... Lo más importante en las operaciones de los bancos será garantizar los préstamos, para que los inversores cuenten con una garantía razonable sobre sus fondos en el extranjero”.
Sin embargo, como lo indica Annalisa Prizzon, del Overseas Development Institute, las cosas no salieron así. De hecho, en el 2013, menos de 2% de los fondos totales movilizados por todas las instituciones financieras de desarrollo tomaron la forma de garantías de préstamos.
En lugar de trabajar con el sector privado, el Banco Mundial se ha convertido en una burocracia floja y desmesurada del sector público que sobrevive al halagar a sus gobiernos anfitriones y al caminar sobre seguro con los donantes.
La mayoría de sus créditos son otorgados directamente a los gobiernos. El personal del banco únicamente debe supervisar el proceso de préstamo y solo requieren capacidades mínimas de especialista. Los gobiernos donantes pueden maniobrar y utilizar el banco como herramienta de su política exterior.
Los gobiernos receptores controlan dónde va el dinero -frecuentemente hacia sus propias compañías o instituciones estatales. Nadie necesita realmente trabajar mucho mientras todos se lleven bien, razón por la que el banco se complica tanto tratando de evitar, por ejemplo, a grandes “clientes”, como el gobierno de la India.
Se han desplegado esfuerzos para cambiar este perezoso equilibrio en los últimos años. Desde principios del mandato de Kim, el Banco Mundial y otras agencias de desarrollo multilateral han intentado restar prioridad a los préstamos concesionales como instrumento y aumentar el perfil de las garantías.
Sin embargo, la partida prematura de Kim nos dice todo lo que necesitamos saber sobre el éxito que ha tenido este esfuerzo.