Gasto por venganza: excederse después de un período de restricción. ¿Le suena familiar?
Después de la gran recesión de 2007-2009, los estadounidenses comenzaron a ahorrar en promedio entre el 7% y el 8% de sus ingresos. Luego vino la pandemia mundial y nuestras tasas de ahorro se dispararon porque teníamos menos oportunidades de gastar. En marzo del 2020, la tasa de ahorro personal promedio alcanzó el 13.1%. En abril del 2020, fue un sorprendente 33.1%. Las tasas de ahorro personal promedio han bajado, pero se mantuvieron continuamente por encima del 10% hasta hace unos meses, cayendo al 9.8% en mayo del 2021.
La caída del ahorro y el aumento del gasto de los consumidores que hemos visto este verano boreal coincidieron con las campañas de vacunación, la reapertura de las economías y la posibilidad de volver a reunirse en grandes grupos. Una encuesta reveló que el estadounidense promedio gastó US$ 765 más por mes en el verano del 2021 en comparación con el del 2020. Los millennials y la generación Z gastaron un promedio de US$ 1,016 más al mes, y las dos principales categorías fueron salir a cenar y viajar.
Esta fue una buena noticia para los resultados de las empresas, pero de repente el concepto de “gasto por venganza” se convirtió en un tema de conversación candente. El enjambre de consejos de finanzas personales para preservar los ahorros y evitar este comportamiento pospandémico no se quedó atrás.
No estoy tan seguro de que ese sea el consejo correcto.
Esta pandemia nos ha hecho pasar por un trauma colectivo. Se han perdido y se siguen perdiendo vidas, hay empresas que han cerrado de forma permanente, se han interrumpido carreras indefinidamente y la dinámica del hogar cambió. El hecho de superar un día de encierro fue percibido como un éxito en sí mismo. Tiene que haber una válvula de escape después de un prolongado estado de privación.
Con demasiada frecuencia, la retórica de las finanzas personales se centra en las tácticas de abstención: por ejemplo, no gaste en “deseos” hasta tener una cuenta de ahorros de emergencia totalmente financiada y se hayan pagado todas las deudas. Pero pedirle a la gente que siga privándose antes de probar la normalidad y la diversión, aunque sea para reconstruir sus redes de seguridad financiera, no funciona. No tiene en cuenta las emociones humanas y, francamente, parece que roza la crueldad exigir aún más sacrificio después de un período tan difícil.
El gasto por venganza también apoya a las economías locales y está recuperando sectores que han estado cerrados durante más de un año. Ir a espectáculos y eventos en vivo, comer en restaurantes locales (especialmente los que no pertenecen a cadenas), dar propinas generosas y comprar en tiendas de propiedad local puede ayudar a estimular la comunidad. Yo mismo, que suelo ser bastante tacaño incluso en los tiempos previos a la pandemia, me he vuelto un adepto a las compras impulsivas y he comprado entradas para múltiples espectáculos de Broadway, una víctima muy añorada de la pandemia.
El gasto por venganza tampoco se trata solo del consumismo tradicional. También puede ayudar a reconectarnos después de muchos meses de habernos visto obligados a permanecer separados. Teniendo en cuenta la seguridad, ahora es más fácil viajar para visitar a un ser querido que no pudimos ver en más de un año o simplemente darse el gusto de poder viajar fuera de la ciudad natal. Estas libertades podrían no durar si las nuevas variantes como delta y mu traen de vuelta las restricciones.
La clave es equilibrar el gasto con los esfuerzos por estabilizar una vida financiera alterada por la pandemia. Esto es importante para las personas que quieran conservar parte del dinero que ahorraron durante los confinamientos.
Una forma de encontrar este equilibrio es analizar sus compras. ¿El gasto por venganza es un verdadero placer perdido o una reacción instintiva de “FOMO” (término millennial para ‘miedo a perderse algo’)?
Personalmente, me he dejado llevar por ambas versiones. Ver como los negocios locales cerraban permanentemente durante la pandemia me empujó a adoptar una mentalidad de “haz las cosas que quieras hacer cuando puedas”. Los restaurantes que habían estado en mi lista de deseos de la ciudad de Nueva York no volverán y lamenté la oportunidad perdida y me reprendí por pensar “puedes hacerlo en cualquier momento”.
Por otro lado, la privación de más de un año sin eventos en vivo también me llevó a una compra inusual: una entrada para un festival de música. Mirando la pulsera RFID que finalmente llegó por correo, hice una mueca antes de pensar: “Bueno, es una experiencia”. ¿Preferiría que los US$ 159 estuvieran en mi cuenta de ahorros? Tal vez. ¿Hubiera preferido gastarlos en un evento que valoro más? Sin duda.
Hay un nivel de pensamiento crítico que debemos aportar a nuestros gastos impulsivos por venganza. Todo un enigma, lo sé. Pero es importante recordar que se debe gastar de acuerdo con los valores de cada uno. Hay que asegurarse de dar prioridad a lo que uno valora personalmente, no lo que quieren los amigos o familiares o a lo que simplemente no se ha podido acceder durante casi dos años. Eso podría implicar algunas conversaciones difíciles.
Como mínimo, reserve una cantidad de dinero con la que se sienta cómodo como “gasto por venganza” que no afecte drásticamente sus otros objetivos financieros. Permítase una buena cena fuera o vaya al cine y derroche en aperitivos caros o reserve un vuelo para visitar a alguien.
En última instancia, todos tendremos diferentes enfoques emocionales sobre lo que significa salir de una pérdida de tiempo y un confinamiento prolongado. Lo que no necesitamos es ponernos puntillosos si eso incluye estirar ocasionalmente el presupuesto.