Ya pasaron las elecciones de mitad de periodo en Estados Unidos; los demócratas sobrevivieron al caos en la frontera suroeste; algunos grupos proinmigración tienen la ilusión de que se abra un espacio político en el próximo Congreso para una reforma migratoria bipartidista.
Eso no sucederá. Los republicanos intentaron utilizar como arma imágenes de inmigrantes concentrados en la frontera para obtener un triunfo aplastante pero su propósito fracasó. Ahora bien, eso no significa que la política de inmigración ya no sea tóxica.
Una reforma racional, del tipo que pudiera aliviar la saturación que hay en la frontera y convertir la inmigración en un proceso legal y humano, sigue estando tan fuera del alcance del sistema político estadounidense como cuando Donald Trump se lanzó a la presidencia tildando a lo mexicanos de criminales y con la promesa de un muro fronterizo para aislarlos del país.
En el país del MAGA (Make America Great Again, “Que Estados Unidos vuelva a ser grande”), la inmigración ha puesto de manifiesto pasiones que no se pueden contener apelando a la lógica económica. Ante todo, habrá desconfianza, ira, temor. En lugar de centrarse en los beneficios que los inmigrantes aportan a las sociedades ricas cuyas poblaciones están envejeciendo, millones de estadounidenses optan por creer que los extranjeros vienen es a reemplazarlos.
Incluso el presidente Joe Biden, quien prometió acabar con la política de deportación de Trump de la era del COVID, la ejecutó para evitar que los venezolanos buscaran asilo en Estados Unidos. En lugar de derribar el muro fronterizo de Trump, está llenando algunos vacíos donde se evidencia mucho movimiento.
El temor que el Estados Unidos adepto al MAGA tiene frente a los inmigrantes no solo se interpondrá en el camino de una política sensata sobre inmigración. Aún tiene el poder de llevar a los estadounidenses hacia un lugar muy oscuro.
Antes de que se enraizara la tendencia MAGA en Estados Unidos, había un mayor nivel de satisfacción en el país la última vez que el sistema político produjo una “reforma migratoria integral”. La nación se mantenía unida por la amenaza que planteaba un enemigo soviético en común. China era pobre y aún rural, la globalización no existía, los “no blancos” solo representaban el 20% de la población y el latino vivo más famoso era Desi Arnaz.
Ronald Reagan estropeó las cosas. Su Ley de Control y Reforma de la Inmigración de 1986, que legalizaba a millones de personas que vivían de manera ilegal en Estados Unidos, prometía detener la inmigración no autorizada en el futuro al castigar a aquellos empleadores que contrataran trabajadores indocumentados. Así, ofrecía a la par un camino para contratar extranjeros de manera legal.
Pero falló. Para 1990, la población indocumentada había ascendido nuevamente a 3.5 millones. Una década después de la ley, la proporción de estadounidenses que querían menos inmigración alcanzó su nivel más alto en registro y los intentos de reforma de los presidentes George W. Bush en el 2007 y Barack Obama en el 2013 nunca lograron salir del Congreso. En su lugar, Estados Unidos pasó a construir muros.
El primer muro se construyó a lo largo de la frontera entre San Diego y Tijuana durante la Administración Bill Clinton. Al final de la Administración Trump, el muro abarcaba unos 1,127 kilómetros de la frontera suroeste de 3,145 kilómetros. Dada la dirección de la política estadounidense, es poco probable que las medidas de Trump sean las últimas en verse.
El presidente Biden aprovechó su primer día en el cargo para enviar al Congreso otro proyecto de ley de reforma migratoria integral. Pero este ya no es el Estados Unidos de la época de Reagan. La globalización y la automatización han privado a las áreas rurales de oportunidades económicas y diezmado gran parte del núcleo industrial. La inmigración ha duplicado con creces la proporción de personas no blancas de la población.
Las mayorías blancas que tenían un poder indiscutible en la década de 1980 se sienten mucho menos afianzadas hoy en día. Si bien no otorgaron a los republicanos el triunfo aplastante que esperaban en las elecciones de mitad de periodo, conservan un poder político sustancial, y no quieren que haya cada vez más “color” en Estados Unidos.
Esta postura no es exclusiva de Estados Unidos La inmigración también afecta a las mayorías blancas en gran parte de Europa. Italia y Francia vienen pasándose la pelota con los barcos que transportan inmigrantes del norte de África. Los británicos, cuya desesperación por retomar el control de sus fronteras los llevó a abandonar la Unión Europea, le están pagando a Francia para evitar que decenas de miles de inmigrantes se aventuren en botes inflables a través del canal de la Mancha.
La inmigración está transformando la política de las llamadas democracias liberales de Occidente. Desde Trump hasta Viktor Orbán de Hungría y Giorgia Meloni de Italia, la hostilidad de los nativos blancos de edad avanzada hacia el cambio que representan los inmigrantes impulsa regímenes autoritarios que prometen proteger a los nativos de los inmigrantes.
Esto presenta un desafío crucial para el liberalismo en Estados Unidos y más allá. Cuarenta y dos millones de personas en América Latina dicen que les gustaría migrar a Estados Unidos, según Gallup. Un conjunto de desafíos entrelazados, desde conflictos hasta el cambio climático, empuja a millones de personas a abandonar África en busca de una vida más segura y digna en otro lugar. Las presiones migratorias no cesarán.
Las elecciones de mitad de periodo, sin embargo, dan una luz de esperanza. Una mayor inmigración puede exacerbar la paranoia racial y étnica que da vida a la tendencia política MAGA. Pero el 8 de noviembre los votantes presentaron la imagen de una nación que puede evaluar sus propios intereses y controlar sus inclinaciones más oscuras.
En términos de bienestar económico, el interés propio de los estadounidenses exige más inmigrantes, no menos. Los extranjeros representan más del 18% de la fuerza laboral no agrícola, al alza frente a menos del 15% en el 2005.
Según pronósticos del Pew Research Center, sin nuevos inmigrantes, la población en edad de trabajar se reducirá a 166 millones en el 2035, desde 173 millones en el 2015.
Los estadounidenses en edades avanzadas y con dolencias tendrán dificultades para encontrar las enfermeras y los asistentes de salud en el hogar que necesitan. De hecho, ya está sucediendo.
Hay muchos inmigrantes a los que les encantaría venir a trabajar y ayudar a Estados Unidos, incluidos los adeptos al MAGA, a convertirse en un país más próspero. Tarde o temprano, la mayoría de los votantes estadounidenses y los políticos que los representan no tendrán más remedio que apoyar una legislación que abarque esa realidad.
Por Eduardo Porter