Los riesgos a los que se enfrentan los inversionistas y la economía mundial son innumerables y siguen aumentando. Le preguntamos a una de las personas más visionarias de la industria financiera qué es lo que más le preocupa en los próximos cinco a 10 años.
Mohamed El-Erian, asesor económico en jefe de Allianz SE y columnista de Bloomberg Opinion, se refirió al enorme riesgo que crea la desigualdad mundial.
Lo que más me preocupa es la desigualdad, tanto dentro como entre países. Y es algo que los mercados financieros dejan de lado como un problema social y no lo consideran realmente como un problema económico o financiero. Y nos hemos arriesgado a que el tema de la desigualdad cobre impulso. El COVID ha sido un factor ampliamente desequilibrante, pero en lugar de volver a la situación en la que estábamos antes de la pandemia, ahora estamos creando una dinámica que empeorará la desigualdad y causará que esta tenga una mayor relevancia en las disrupciones sociales en todos los ámbitos.
Una sociedad muy desigual no es una sociedad económicamente sana. Pero lo que me preocupa aún más es la desigualdad de oportunidades. Fuimos testigos de las consecuencias del COVID para las personas que no tenían WiFi en casa, que no tenían computadoras. Sabemos que los distritos escolares públicos perdieron el contacto con muchos de sus estudiantes y que esos estudiantes no solo se estaban convirtiendo en desempleados, sino que también en personas no empleables, lo que significa una generación perdida de jóvenes.
A medida que salimos lentamente del COVID, sus consecuencias crean diferentes dinámicas en todo el mundo. Si se encuentra hoy en un país en desarrollo, ya no puede suponer que las empresas acudirán a usted. La responsabilidad recae cada vez más en que usted vaya donde el empleador. Y ese es el problema real cuando la educación está rezagada, cuando la tecnología está rezagada. Así es que me preocupa que veamos que este proceso masivo se hace más grande, si no tenemos cuidado.
Estábamos viendo una película trágica y luego llegó el COVID y presionó el botón de avance rápido. Primero, empeoró la desigualdad de la riqueza porque la respuesta al COVID implicó inyecciones masivas de liquidez de la Reserva Federal para impulsar los precios de los activos. ¿Y quién es el propietario de los activos? Son los ricos. Entonces, si miramos lo que sucedió, las personas del segmento superior de la distribución de la riqueza está mucho mejor que antes del COVID. Pero en el tramo inferior, no ha ocurrido lo mismo.
Pensemos en las personas cuyos trabajos han sido desplazados por este gran paso hacia la digitalización, que para empezar no tienen activos financieros y no se benefician de lo que ha sucedido con los precios de los activos. Además, esperan comprar una casa, pero el aumento de los precios los ha excluido del mercado de la vivienda. Así que, de repente, tanto la riqueza como los ingresos reales y potenciales han disminuido para ellas.
A esto se suma que, de pronto, hay un desajuste de las competencias. Hay niveles récord de vacantes que el mercado laboral no logra llenar con trabajadores. Y luego tenemos lo que los economistas llaman equilibrios múltiples: un resultado negativo, que no da como resultado una reversión simple, sino que una alta probabilidad de un resultado aún peor.
Ya sabemos cómo es porque lo hemos experimentado. Desde el punto de vista económico, parece una demanda agregada insuficiente, que es una forma elegante de decir que a medida que los ricos obtienen más ingresos y más riqueza, gastan menos. Los pobres tienden a consumir más. Entonces, si todo el incremento del ingreso y la riqueza va a los ricos, tendremos un problema de demanda, lo que significa que tendremos un problema de crecimiento.
Y ya hemos tenido un período del llamado estancamiento secular, y lo que mis colegas y yo llamamos la nueva normalidad, donde logramos un crecimiento bajo e insuficientemente inclusivo. Sabemos cómo es eso. Conocemos las consecuencias sociales. Es una guerra cultural. Es alienación. Es marginación. Eso no es bueno para la sociedad. Corroe la estructura de la sociedad.
Sabemos lo que significa en términos políticos. Las personas se convertirán en votantes preocupados de solo un tema, y los votantes que consideran solo un tema pueden ser capturados por todo tipo de cosas. No es de extrañar que estemos viendo un aumento del populismo en todo el mundo. Lo que a continuación se traduce en un mundo menos igualitario. Crecí teniendo interés en los países en desarrollo y durante décadas fue casi un hecho aceptado, no una hipótesis, casi un hecho aceptado, que estos países convergerían hacia las economías avanzadas.
Pero, ¿adivinen? Estamos teniendo divergencias en este momento. Y sospecho que esta divergencia no es a corto plazo. Así que podríamos vivir en un mundo menos igualitario, o para ser más claro, en un mundo mucho más desigual. Y eso es problemático para la coordinación de la política económica global, la interdependencia, la inmigración. Y podría seguir dando ejemplos. Entonces es problemático. Lo hemos probado y no nos agrada el resultado, pero podría empeorar aún más.
El sueño americano se trata de aprovechar estas increíbles oportunidades y poder ascender en la escala de ingresos. Existe una noción correcta de que la desigualdad puede incentivar a las personas a trabajar más duro, a hacerlas mejor, pero llega un punto en el que se pasa de alentar a las personas a hacer cosas buenas a realmente restar valor, no solo al bienestar económico, sino también al bienestar social y político.
No creo que el sueño americano esté muerto. Creo que es más difícil de lograr. Si para empezar no se tiene la educación adecuada, si no se tiene un conjunto de activos, la pendiente se hace mucho más empinada y ese es un problema real para demasiadas personas.
La receta es invertir en infraestructura física y humana. Se trata de permitir a las personas hacer más y hacerlo mejor. Se trata de brindar a las personas oportunidades de transformación. La inversión debe comenzar a una edad muy temprana, en prekínder, exponiendo las mentes brillantes a una educación y oportunidades emocionantes.
Esto debe continuar a lo largo de la escuela primaria, la secundaria y la universidad, lo que haría que las universidades de élite sean más accesibles para las personas que merecen estar allí, pero que sus oportunidades se vieron mermadas por provenir del barrio incorrecto o porque sus padres nunca tuvieron la posibilidad de educarse.
Hay mucho que se puede hacer. Se trata fundamentalmente de hacernos la pregunta: “¿Cómo permitimos que nuestros recursos, humanos y físicos, sean más inclusivos y más productivos?”.