Los Estudios Churubusco, un enorme complejo en Ciudad de México, operan desde 1945; en ese tiempo han supervisado cerca de 3000 películas y más telenovelas de las que se recuerdan. Hoy, en uno de sus platós, se encuentra algo del futuro: una pared curva y luminosa de 800 paneles LED, extendida en un panorama del tamaño de cuatro autobuses de dos pisos.
La pantalla gigante, que muestra un telón de fondo de Ciudad de México generado por computadora, es manipulada por técnicos que pueden cambiar el clima o reorganizar edificios desde una consola cercana cubierta de monitores relucientes e interruptores. Es “como pilotar el Apolo 11″, dice Mónica Reina, directora de Simplemente, la empresa que la construyó.
Este estudio de producción virtual, el primero en América Latina, se construyó el año pasado a petición de Amazon Studios, que lo utilizó para rodar “Cada minuto cuenta”, una serie dramática sobre el terremoto de 1985 en Ciudad de México que empezará a emitirse en Prime Video el 8 de noviembre.
En la misma semana, Warner Bros Discovery lanzará “Como agua para chocolate”, una serie de emisión en continuo que cuenta con la producción ejecutiva de Salma Hayek, y Netflix estrenará “Pedro Páramo”, su adaptación cinematográfica de la novela mexicana posiblemente más famosa (y ciertamente más extraña). Los tres estrenos representan la producción más cara hasta la fecha de cada una de esas empresas de emisión en continuo en México; Netflix cree que “Pedro Páramo” es la película mexicana más cara jamás realizada.
Durante décadas, los ejecutivos de Hollywood han ido al sur de la frontera en busca de servicios de producción baratos. Pero, cada vez más, ven en México una fuente de chispa creativa. Cuando le preguntaron a Ted Sarandos, codirector ejecutivo de Netflix, cuál era el lugar que más le entusiasmaba, respondió que México. La demanda mundial de televisión en español casi se ha triplicado en los últimos cuatro años, y México representa una cuarta parte de los programas, según estima Parrot Analytics, que da seguimiento al interés de los consumidores.
México tiene una larga historia como centro de producción cinematográfica, ya que asumió el relevo cuando Hollywood se ralentizó durante la Segunda Guerra Mundial. Durante un tiempo, en la década de 1940, el cine fue la sexta industria más grande de México. Más tarde, los talentos huyeron a México de la dictadura española, en las décadas de 1940 a 1970, y de la dictadura argentina, en las décadas de 1970 y 1980.
Todo esto ha dado a México “el ADN de la producción internacional”, aseguró Avelino Rodríguez, director de Canacine, un organismo de la industria. Cuando Netflix realizó su primer contenido original en lengua extranjera, hace nueve años, optó por hacerlo en México (con “Club de Cuervos”, una serie futbolística de comedia-drama).
A pesar de toda su experiencia técnica en la realización de películas, los mexicanos rara vez han visto sus propias historias contadas de forma convincente en la pantalla. Aunque la taquilla mexicana vende más entradas que la de cualquier otro país después de India, China y Estados Unidos, sus salas de cine están dominadas por películas extranjeras. Y cuando México se ha convertido en protagonista, su imagen con frecuencia ha sido cansinamente familiar: predominan los wésterns y los siempre populares narcodramas y novelas. “La gente equipara el cine mexicano con un género”, en lugar de una nacionalidad, afirmó Alejandro Ramírez, director general de Cinépolis, cadena de cines mexicana que es la tercera más grande del mundo.
Páramo, no Paramount
Sin embargo, cada vez más, las producciones mexicanas encuentran una auténtica ventaja. La llegada de cadenas estadounidenses bien capitalizadas que cortejan al público local ha supuesto una gran inyección de dinero. Netflix abrió una oficina en México hace cinco años; ahora ocupa seis plantas de un rascacielos céntrico, con vistas a una ciudad donde sus anuncios parecen cubrir todas las paradas de autobús. En el primer semestre de este año, Netflix encargó casi cuatro de cada diez películas y series de televisión producidas en México, según Ampere Analysis, una empresa de investigación.
Además de dinero, los servicios de emisión en continuo están aportando un poco de valor. En la era de la televisión por cable, los productores de México y de cualquier otro país tenían que hacer programas para la mayor audiencia posible, lo que daba lugar a esos tropos familiares. “La gente se imaginaba que México eran mariachis y gente a caballo por la calle”, aseguró Francisco Ramos, jefe de contenido de Netflix en Latinoamérica. Por el contrario, las plataformas de emisión en continuo pueden atender a nichos de mercado, permitiendo vistazos realistas a distintos estilos de vida. “El secreto del río”, una serie dramática sobre el paso a la madurez ambientada en la zona rural de Oaxaca, podría no haberse producido nunca en la era de la televisión por cable, cree Ramos.
Netflix afirma que sus datos sugieren que es más probable que las series viajen al extranjero si también son populares en su país. La empresa ha respondido con una estrategia de “local para local”, produciendo contenido mexicano dirigido al público mexicano y contratando a más personal mexicano (en lugar de latinoamericano) para hacerlo.
Ahora, al cine independiente también le resulta más fácil recuperar su inversión. El largo dominio de la televisión mexicana por parte de Televisa, una cadena con conexiones políticas, significaba que las películas de producción local obtenían pocos ingresos de los derechos de transmisión, y en su lugar dependían de la taquilla para obtener alrededor del 80% de sus ingresos.
Desde la llegada de los servicios de emisión en continuo, el mercado televisivo se ha vuelto más competitivo, y los derechos de transmisión aportan ahora casi la mitad de los ingresos de las películas mexicanas, según estima un conocedor del sector. La desventaja para los cinéfilos es que muchas de esas películas ahora van directamente a la pantalla chica, renunciando a una temporada en cartelera a cambio de un gran cheque de un servicio de emisión en continuo.
Esta no es la primera oleada de interés por el cine mexicano. Hace veinte años, los críticos se volcaron con los “tres amigos”, un trío de directores mexicanos. Los amigos, que ahora rondan los 60 años, se han convertido en estrellas consolidadas en Hollywood: Alfonso Cuarón acaba de rodar “Disclaimer”, un ‘thriller’ para Apple TV+; Guillermo del Toro trabaja en una nueva adaptación de “Frankenstein” para Netflix; Alejandro Iñárritu dirige una película sin título con Tom Cruise para Warner Bros.
La diferencia hoy es que los creativos mexicanos tienen más opciones para contar sus propias historias en casa, en lugar de irse al norte a trabajar. “Antes éramos un país que exportaba talento. Cada vez que aparecía uno de estos niños prodigio, Estados Unidos los adquiría... Ahora estos niños están regresando y dicen: ‘Quiero hacer mi serie, pero a escala global’”, dice Alonso Aguilar, jefe de producciones originales mexicanas en Amazon Studios.
La nueva generación, a la que Aguilar apoda “los hijos de los tres amigos”, ya está cosechando elogios en el circuito de festivales. A principios de este año, Astrid Rondero y Fernanda Valadez ganaron el gran premio del jurado de cine mundial en el festival de Sundance con “Sujo”, una película sobre el hijo de un asesino a sueldo. Lila Avilés se llevó varios premios el año pasado por “Tótem”, un retrato de la relación de una niña con su abuelo, tras haber sido galardonada por “La camarista” en 2018.
Esa generación de cineastas también tiene una buena dosis de ingenio comercial, y un ojo puesto en el mundo más allá de México. Michel Franco ganó el gran premio del jurado del Festival de Venecia en 2020 con “Nuevo orden”, una película distópica que imagina una dictadura militar que toma el control del país.
Desde entonces ha realizado largometrajes internacionales con actores como Tim Roth (“Sundown”, 2021) y Jessica Chastain (“Memoria”, 2023). Alonso Ruizpalacios, que fue reconocido en el Festival de Berlín en 2018 por “Museo”, la historia de un atraco ambientado en Ciudad de México, este año realizó “La cocina”, una película ambientada en un restaurante de Manhattan y rodada en inglés y español. A medida que México cuenta más de sus propias historias, el público de todo el mundo está atento.
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