Aunque ahora casi todos los titulares avivan el temor, los brasileños pueden consolarse con algunas noticias más positivas: la tierra no es plana.
Incluso cuando el presidente, Jair Bolsonaro, se burla del distanciamiento social y otras medidas efectivas para mantener a raya la pandemia de coronavirus -y como resultado es abucheado y maltratado-, el ministro de Salud de Brasil, Luiz Henrique Mandetta, ha ganado aplausos por sus nervios inalterables y su mantra calmante de “ciencia, disciplina, planificación y enfoque”.
Uno de los beneficios adicionales extraños de la pandemia de coronavirus es que los profesionales de la salud de pronto se han convertido en algunas de las figuras públicas más creíbles de América Latina.
Este no siempre ha sido el caso. Recientemente, en el 2018, los científicos de la región tenían relativamente poco prestigio. Según Wellcome Global Monitor, basado en una encuesta de Gallup que sondeó a más de 140 países, una cuarta parte de los sudamericanos dijeron que tenían poca o ninguna confianza en los médicos y enfermeros.
Estos resultados fueron muy similares a las encuestas en África Central, que es la región que menos confía en su personal de salud. Menos de 7 de cada 10 encuestados dijeron que acudirían a un profesional de la salud en busca de asesoramiento médico, superado solo por los habitantes de Medio Oriente (65%). Ninguna región mostró menos confianza en los hospitales y clínicas: 37% de los encuestados en comparación con el promedio mundial de 19%.
Afortunadamente, a medida que el coronavirus se expande en la región, el escepticismo parece estar perdiendo fuerza. A juzgar por la fila de automóviles de dos kilómetros que se extendía frente a la clínica de salud de mi vecindario a fines del mes pasado, incluso el movimiento antivacunas está en retirada: 8.7 millones de brasileños de edad avanzada se vacunaron contra la gripe estacional durante la semana de apertura de la campaña de vacunación y duplicaron el número de la campaña de 20 días del 2019.
Mientras algunos que niegan de manera persistente la ciencia todavía se lamentan, las autoridades estatales y los obispos de Río de Janeiro realizaron un espectáculo de luces de Pascua proyectando la postal de la ciudad del monumento al Cristo Redentor vestido con una bata de laboratorio y un estetoscopio.
Mandetta, un ortopedista pediátrico, ha visto que sus índices de aprobación se disparan a 76% mientras lidera la lucha de Brasil contra el brote. Otra encuesta mostró que 87% de los brasileños aprueba a los profesionales de la salud del país. Ver diariamente las sesiones informativas de prensa de Mandetta junto con los altos funcionarios del Ministerio de Salud se ha convertido en una actividad nacional obligatoria.
No así las apariciones públicas del presidente Jair Bolsonaro, quien se enfureció cuando su ministro lo superó de forma sostenida en las encuestas. (De ahí su índice de desaprobación del 42%, en comparación con el 29% en febrero).
Supuestamente, solo una contraofensiva del círculo interno de militares y legisladores juiciosos de Bolsonaro lo disuadieron de despedir a Mandetta a mitad de la crisis. Por ahora, al menos, es poco probable que un líder que basa las acciones de su gestión en las de Donald Trump permita que un Anthony Fauci local siga recibiendo las reverencias.
Lo que está en juego es amenazante para Brasil, donde la enfermedad se está acelerando. Oficialmente, hay más de 23,700 contagiados y 1,355 muertos por Covid-19. (Estudios independientes dicen que la cantidad de casos reales puede ser 12 veces mayor).
Aunque los científicos han recuperado la credibilidad de quienes negaban el virus, esos avances se verán amenazadas a menos que los líderes nacionales destinen más dinero a los hospitales públicos, incrementen las pruebas clínicas masivas y aumenten el suministro de ventiladores y equipos de salud de emergencia. Hacer que el matasanos-en-jefe de Brasil siga esa receta, es otro asunto.
Además, Bolsonaro no es el único líder que está en una burbuja. Su homólogo mexicano, el populista de izquierda Andrés Manuel López Obrador, ignoró a los epidemiólogos del país hasta que el brote comenzó a tomar vuelo. Ahora el ministro de Salud se ha vuelto el centro de la atención: un reconocimiento alentador, aunque no explícito, al creciente consenso regional de que solo la ciencia sólida y los protocolos de salud adecuados pueden vencer el brote.
Iván Duque de Colombia, Lenin Moreno de Ecuador y Nayib Bukele de El Salvador nombraron nuevos ministros en medio de la pandemia y confiaron la respuesta nacional a los médicos y especialistas en salud pública. El presidente de Perú, Martín Vizcarra, fue más allá: declaró que el momento requiere “alguien con más experiencia”, cambió a su ministro de Salud a fines de marzo y creó un Comando Covid-19, dirigido por Pilar Mazzetti, una destacada cirujana y exministra de Salud.
El presidente de Uruguay, Luiz Alberto Lacalle Pou, Vizcarra y Duque encabezan la lista de líderes latinoamericanos cuyos niveles de aprobación han aumentado después de seguir los consejos de sus instituciones de salud de aislar la economía y hacer cumplir las órdenes de confinamiento y el distanciamiento social.
Si bien Costa Rica ha sido lenta para anunciar medidas fiscales para responder a la crisis económica, el país implementó rápidamente pruebas y monitoreos generalizados de presuntas infecciones, me dijo Giancarlo Morelli, analista de Economist Intelligence Unit para América Latina. Morelli debe saber: oriundo de Costa Rica, recientemente dio positivo por Covid-19. Todos los días, alguien del Ministerio de Salud lo controla a él y a su familia, ya sea por teléfono o visita domiciliaria.
Con una de las tasas de camas de hospital más bajas per cápita de la región (la mitad del promedio mundial y una cuarta parte de las naciones avanzadas de la OCDE), el monitoreo diligente de epidemias y el control de pacientes para Costa Rica son vitales. “El virus no desaparecerá”, dijo el ministro de Salud, Daniel Salas, el mes pasado y advirtió a sus compatriotas del peligro de la autocomplacencia. “Necesitamos reaccionar”.
En la América Latina autoritaria, los profesionales de la salud tienen una tarea más difícil. El Gobierno nicaragüense, bajo el mandato del presidente Daniel Ortega, desafió a sus profesionales de la salud y provocó una amonestación por parte de la Organización Panamericana de la Salud por desestimar las salvaguardas de distanciamiento social, mantener abiertas las escuelas y tiendas, e incluso permitir partidos de fútbol.
De manera reveladora, tal vez, el propio autócrata gobernante, que se rumoreaba que estaba enfermo, no se ha visto en público desde finales de marzo.
En Venezuela, el presidente, Nicolás Maduro, ha promocionado elixires y drogas maravillosas, y ordenó que se hospitalizara a cualquier persona con resultado positivo. No importa que los hospitales no tengan agua corriente, medicamentos básicos y ventiladores.
El 4 de abril, las Fuerzas de Seguridad de Venezuela arrestaron a un investigador biomédico de 30 años que le envió un mensaje de texto a sus colegas con una directriz médica sobre las pruebas de Covid-19 mientras se extendía en Trujillo, un estado occidental. Fue despedida de su puesto en el hospital y acusada de “traición a la patria”.
Puede que la tierra no sea plana, pero declarar esa verdad aún puede resultar peligroso para algunos de los que están en la primera línea de la mayor emergencia de salud de América Latina.