La madre del soldado ucraniano Gilb Stryzhko sabía que este había caído en manos rusas pero hasta que el joven de 25 años, herido, la llamó en secreto por teléfono no pudo averiguar dónde se encontraba. “Uno de sus guardias tuvo piedad de él”, explicó.
Ese pequeño gesto de indulgencia y los detalles de su experiencia le permitieron entrever cómo es la trágica y a menudo opaca realidad de los intercambios de prisioneros de guerra.
Stryzhko, que casi murió en los intensos combates en la ciudad portuaria de Mariúpol, en el sureste de Ucrania, fue capturado en abril. Según dijo, desde allí se lo llevaron a Rusia, antes de que lo enviaran de vuelta a casa junto a otros militares apresados, en el marco de un intercambio de prisioneros entre Moscú y Kiev.
El cautiverio de Stryzhko duró solo unas semanas, un periodo breve para los cautivos de guerra, cuyos destinos suelen depender de un proceso marcado por las emociones, los giros y, a veces, unas negociaciones políticas que pueden prolongarse mucho tiempo.
En el caso de Ucrania, más de 350 de sus soldados han sido liberados hasta ahora en el marco de intercambios, que se realizan caso por caso entre personas del mismo rango, explicó la viceprimera ministra ucraniana, Iryna Vereshchuk.
El agitado camino de Stryzhko hacia casa empezó en las redes sociales. Un camarada lo detectó en un canal de Telegram en el que los separatistas prorrusos de Ucrania publican fotos de soldados enemigos capturados.
El recluta llamó a la madre de Stryzhko, que recibió la noticia horrorizada, pero también con alivio al saber que su hijo seguía con vida.
“Ese hombre tenía nuestro número de teléfono. Gilb se lo había dado, como si se figurara que esto podía ocurrir”, declaró su madre, Lesia Kostenko, de 51 años.
Su hijo estaba desplegado cerca de la acería de Ilych, en Mariúpol, cuya batalla atrajo las miradas de todo el mundo porque muchos civiles se refugiaron en otra planta siderúrgica de ese municipio, Azovstal.
La negativa rusa
Stryzhko fue alcanzado por los disparos de un tanque y se vio sepultado bajo los escombros el 10 de abril, antes de que su unidad lo llevara a un hospital donde, según afirma, fue apresado.
Ahora, se recupera en un hospital de Zaporiyia, en el sur, de las graves heridas que tiene en la pelvis, la mandíbula y en un ojo. Según contó, sus captores lo fueron trasladando junto a otros cautivos de un lado a otro. Primero los llevaron a Novoazovsk, cerca de la frontera con Rusia.
“Allí estábamos, en el hospital y no nos daban ningún tratamiento médico serio”, relató.
En ese establecimiento permaneció alrededor de una semana, antes de ser trasladado a un hospital de Donetsk, también en el este del país, donde, increíblemente, consiguió tener acceso a un teléfono y llamar a casa. “En su primera llamada, nos dijo dónde estaba”, contó su madre.
Su familia pidió ayuda al gobierno para que trajeran de vuelta a Stryzhko, incluyendo a la viceprimera ministra ucraniana, quien -según dijo la interesada- presionó a Rusia para intercambiar al joven por otro soldado.
Sin embargo, los rusos negaron que el joven estuviera capturado, hasta que Vereshchuk les dijo que sabía que el soldado se encontraba en el Hospital Nº 15 de Donetsk.
Tras pasar cerca de una semana en Donetsk, Stryzhko indicó que los rusos lo volvieron a trasladar. Esta vez, a prisión. Luego se lo llevaron en una sábana y lo dejaron en el suelo de un autobús.
“Estuve en el bus algún tiempo. Luego, me metieron en una ambulancia y la siguiente parada era la frontera rusa”, explicó Stryzhko. Le dijeron que se lo llevaban a Taganrog, a una hora por carretera de la frontera de Ucrania.
“Llorar de nuevo”
El relato que hace Stryzhko de sus captores tiene tintes de indiferencia y, en parte, de crueldad.
Según dijo, en general, los médicos hacían su trabajo pero había una enfermera que lo maldecía en ruso y que le dejaba la comida junto a su cama, a sabiendas de que él no podía alimentarse solo. “Entonces, la enfermera regresaba y decía: ‘¿Ya habéis terminado?’, y se llevaba la comida”, contó.
En el hospital, permanecía alerta todo el tiempo, pues según dice, los guardias podían ser aterradores.
Uno de ellos le pasaba un cuchillo por el cuerpo pero sin hincárselo, amenazándole, diciéndole cosas como: “Me encantaría cortarte la oreja o hacerte cortes, como los ucranianos hacen con nuestros prisioneros”.
Lo que Stryzhko no sabía es que no permanecería en Rusia mucho tiempo. La ambulancia que lo llevaba a Taganrog iba, de hecho, rumbo al aeropuerto. En unas horas estaba volando con otros heridos y cautivos, con las manos atadas y los ojos tapados con cinta adhesiva.
Una vez en tierra, en Crimea, le dijeron que lo iban a intercambiar. Eso fue el 28 de abril.
Los rusos lo condujeron, a él y a otros tres ucranianos gravemente heridos, al lugar fijado para el intercambio. Entre ambas partes había alrededor de un kilómetro de distancia.
“Al recorrer ese kilómetro estaba muy aterrorizado porque ¿quién sabe qué podría suceder? Podían anularlo todo”, explicó el soldado. Pero poco después ya estaba a bordo de un autobús ucraniano, llorando.
Cuando Iryna Vershchuk llamó a la madre para contarle la noticia, a esta se le cayó el celular. “Empecé a llorar de nuevo”, contó la mujer.