Por Shannon K O’Neil
América Latina está atrapada en medio de la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China, y enfrenta algunas decisiones incómodas en términos de geopolítica, comercio y trayectorias futuras.
Sin embargo, la mayor atención de ambas superpotencias también les da a los líderes latinoamericanos la oportunidad de beneficiar a sus pueblos y economías al participar, negociar y, en la medida de lo posible, evitar una elección de suma cero entre los dos competidores.
Estados Unidos ha sido durante mucho tiempo la superpotencia dominante de la región. Sin embargo, durante las últimas dos décadas, China ha aumentado en importancia e influencia. Se ha convertido en uno de los mejores clientes comerciales de la región.
El espectacular crecimiento de las ciudades e industrias de China ha absorbido cobre, mineral de hierro, soja, carne de cerdo y decenas de otros productos, hasta el punto de que ahora Brasil, Chile, Perú y Uruguay comercian más con China que con ninguna otra región.
China también se ha convertido en un inversionista confiable e importante para la región. Si bien el capital estadounidense sigue siendo más abundante, las empresas chinas han construido puentes en Panamá, carreteras en Argentina, puertos en Perú y redes eléctricas en Brasil. Poseen las minas de cobre más grandes de Perú, la mitad de la distribución eléctrica de Chile, minas de oro en Argentina y han estado comprando tierras de cultivo de soja en Brasil.
Los bancos de China han otorgado más de US$ 140,000 millones en préstamos durante las últimas dos décadas, más que el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el CAF Banco de Desarrollo de América Latina juntos.
China ha invertido mucho dinero en obras públicas. Cuatro países que cambiaron el reconocimiento diplomático de Taiwán al continente durante los últimos 15 años han ganado centros de convenciones, bibliotecas, hospitales y estadios de fútbol. Desde que asumió el poder en 2012, el presidente de China, Xi Jinping, ha visitado casi tantos países de la región (11) como lo hizo el presidente Barack Obama durante sus dos mandatos (12). (La única incursión latinoamericana del presidente Donald Trump fue a Argentina). Y China fue el primer país en enviar vacunas contra el COVID-19, vendiendo hasta la fecha unos 165 millones de dosis de Sinovac a una región desesperada. Esta atención y seguimiento han impulsado el crecimiento, creado puestos de trabajo y, en ocasiones, mejorado la prosperidad.
Sin embargo, fundamentalmente, China sigue siendo un competidor económico. Su creciente influencia comercial frena el ascenso económico de Latinoamérica. El choque es más visible en México, donde las importaciones chinas destruyeron las industrias locales de calzado, textiles y juguetes. Nación tras nación, los fabricantes latinoamericanos se están viendo perjudicados, dado que China prefiere comprar insumos en bruto que sus fábricas y trabajadores transforman en acero, concreto, computadoras portátiles y autopartes.
Luego envía estos productos terminados y de mayor valor agregado a los consumidores latinoamericanos, lo que socava a los fabricantes locales. Esto ha estimulado lo que el economista de Harvard Dani Rodrik llama “desindustrialización prematura” en toda la región, donde los sectores manufactureros se están reduciendo antes de que sus economías hayan apalancado la producción para ascender en las escalas socioeconómicas y tecnológicas.
El gigante asiático también puede mostrarse arrogante con respecto a la transparencia y la buena gobernanza. Sus contratos de deuda son notoriamente reservados. Sus empresas han violado reiteradamente las leyes laborales, las regulaciones ambientales y los derechos humanos: reprimiendo a mineros en Perú, desplazando por la fuerza a familias indígenas en Ecuador y contaminando aguas subterráneas, ríos y glaciares en Argentina, Bolivia y Chile. Y como lo demuestra su firme apoyo financiero a Venezuela, le importa más el petróleo que los controles y equilibrios democráticos.
Cuando ya lidiaban con la presencia de doble filo de China, las naciones latinoamericanas ahora enfrentan una posición de Estados Unidos cada vez más endurecida con respecto a todo lo relacionado con China. El único consenso bipartidista en Washington hoy es la amenaza de China. La guerra comercial de Trump demostró ser solo el comienzo de una estrategia más amplia de contención.
La Administración Biden ha mantenido la mayor parte de estos aranceles y ha agregado sanciones y controles de exportación e importación para reducir a los rivales industriales y tecnológicos. Mientras tanto, el Congreso busca fabricar semiconductores de cosecha propia y producir docenas de minerales críticos para competir con las ambiciones tecnológicas de China.
Les pide a los aliados que se unan al frente. Las conversaciones entre Estados Unidos y la Unión Europea son las más completas hasta la fecha, diseñadas para impulsar la cooperación en torno al establecimiento de normas internacionales, la gobernanza de datos y la ciberseguridad a través de un Consejo de Tecnología y Comercio recientemente anunciado.
El Reino Unido, Alemania y Eslovaquia se encuentran entre los que están eliminando o limitando la tecnología china en sus sistemas de telecomunicaciones. En todo el Pacífico, Estados Unidos y los aliados del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, India, Japón y Australia, han intensificado su diplomacia, cooperando en cuestiones que van desde la navegación marítima hasta la resistencia de la cadena de suministro y la distribución de vacunas.
A medida que las naciones latinoamericanas reciben la llamada, ellas también pueden aprovechar la atención e interés de Estados Unidos para obtener ventaja. Los beneficios ya han dado frutos en el lado de la salud. Si bien Estados Unidos tardó en exportar vacunas contra el COVID-19, ahora ha donado más de 38 millones de dosis (más efectivas) al sur. Como resultado, se han vacunado decenas de millones de ciudadanos más.
En infraestructura, están en juego las redes de telecomunicaciones. La Administración Trump hizo un llamado a Colombia, México y Perú y otras naciones donde Huawei ya permeaba los sistemas. El Gobierno de Biden se está acercando a Brasil para que mantenga a Huawei fuera de su próxima subasta de red 5G (Brasil les permitió regresar después de recibir un envío de vacunas chinas contra el COVID-19).
En respuesta a estas propuestas, América Latina puede pedirle a Estados Unidos que brinde alternativas para 5G y que financie esta y otra infraestructura, comenzando por aumentar los préstamos de la Corporación Financiera de Desarrollo Internacional de Estados Unidos y de instituciones financieras multilaterales.
En el frente económico más amplio, Latinoamérica puede utilizar la misión de Estados Unidos para desvincular productos e industrias fundamentales de China para fortalecer y diversificar sus propias economías. El reciente informe de la cadena de suministro publicado por el Gobierno de Estados Unidos destaca la abundancia de cobre y el litio de Chile y Argentina, y de níquel y manganeso de Brasil.
La región tiene potencial en otros sectores vitales para los objetivos de seguridad nacional de Estados Unidos, incluidos los productos farmacéuticos y los vehículos eléctricos. Los Gobiernos y el sector privado de América Latina deberían solicitar que los incentivos del Gobierno de Estados Unidos para reubicar las cadenas de suministro se amplíen a los socios comerciales del hemisferio occidental.
Políticamente, un Gobierno de Biden más orientado a los valores está devolviendo los derechos laborales, la lucha contra la corrupción y la democracia a un primer plano en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. Este impulso también crea una apertura para las democracias afines, ya que una gran mayoría de ciudadanos latinoamericanos rechaza la alternativa autoritaria de China.
El respaldo de Estados Unidos puede ayudar a los reformadores a impulsar una mayor transparencia, responsabilidad y apertura en los tratos comerciales, incluidos aquellos con financiamiento chino.
Sortear las brechas no será fácil. América Latina es una región de poderes intermedios, en el mejor de los casos, con una capacidad limitada para hacer retroceder cuando las solicitudes se convierten en demandas. Ambos gigantes geopolíticos no han tenido reparos en mostrar su poder. China prohibió efectivamente muchas importaciones australianas después de que el Gobierno se atreviera a cuestionar la historia del origen del COVID-19, un claro ejemplo para las naciones que no siguen su línea de partido.
Estados Unidos ha amenazado con dejar de compartir información con naciones que tienen redes de telecomunicaciones fabricadas en China. Sin embargo, las amenazas de represalia de China parecen menos temibles a la luz de su dependencia de muchos productos básicos latinoamericanos. De hecho, las exportaciones totales de Australia a China aumentaron a pesar de las prohibiciones, debido al aumento de las ventas de mineral de hierro. Y Estados Unidos parece más interesado en desplegar incentivos que castigos para crear una coalición.
Durante la Guerra Fría, las naciones latinoamericanas fueron más a menudo peones que protagonistas, y el conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética precipitó algunos de los momentos más oscuros de la región. Estas consecuencias históricas durante los enfrentamientos geopolíticos anteriores son otra razón por la que los líderes latinoamericanos de hoy intentan equilibrar a los pesos pesados. En lugar de elegir un bando, deberían intentar aprovechar las ventajas que pueden derivarse de la intensificación de la competencia entre las superpotencias.