¿Qué tienen en común el apartheid en Sudáfrica, Libia en la época de Muamar Gadafi o la invasión rusa de Ucrania? Las sanciones, una herramienta a la que los Estados occidentales recurren desde hace 30 años, pero cuya eficacia está aún por demostrarse.
“Nunca habíamos hablado tanto de sanciones, se ha convertido en un tema común”, señala el abogado Olivier Dorgans, del gabinete Ashurst, cuyo trabajo consiste en aconsejar a las empresas occidentales implicadas en el mercado ruso ante la maraña de sanciones.
Las sanciones se han ido acumulando a medida que los tanques rusos avanzaban en Ucrania: exclusión de varios bancos del sistema interbancario Swift, congelación de activos del banco central y de oligarcas, restricciones de exportaciones y embargo sobre el carbón.
“Esta herramienta tuvo un auge considerable cuando las respuestas militares ya no eran populares”, afirma Dorgans.
Y han sido cada vez más utilizadas en los conflictos entre Estados desde 1950, hasta cerca de 30 ocasiones por año hasta 1990, para luego aumentar claramente.
Entre 1950 y el 2019, 1,101 conflictos entre Estados implicaron sanciones, según la organización Global Sanctions Data Base (GSDB), que mantiene un registro detallado.
La multiplicación de los acuerdos económicos regionales supuso un aumento de las sanciones con países terceros, explica Erdal Yalcin, profesor de economía internacional en la Universidad de Constanza en Alemania, y miembro fundador del GSDB.
Impacto a largo plazo
Otra razón de su uso recurrente es el desarrollo de la integración financiera internacional desde finales del siglo XX.
“La mayoría de países fueron integrados a un sistema financiero internacional, y hay una gran tentación de castigar a los países con instrumentos económicos”, dice.
El recurso a las sanciones fue sobre todo decidido en los casos de derechos humanos, de restauración de la democracia y de guerras, describe el GSDB.
Algunos casos pasaron a los anales de la historia, como la lucha contra el apartheid en Sudáfrica, el embargo de Estados Unidos contra Cuba, o las sanciones contra el programa nuclear iraní.
Pero pese a su uso cada vez más importante, su eficacia está en entredicho.
El investigador Gary Hufbauer, colaborador del grupo de reflexión Peterson Institute (PIIE) en Washington, recordó que las penalidades eran eficaces en menos de un tercio de los conflictos, generalmente cuando se imponían contra pequeños países.
“Estas sanciones son muy eficaces en los daños económicos que conllevan. A nivel político, el nivel de eficacia es del orden de 30 a 40%”, afirma por su parte Erdal Yalcin. Según él, pueden pasar años hasta que estas medidas punitivas produzcan efectos reales.
Para este especialista, su eficacia es además difícil de medir ya que muchas de ellas acompañan a otros dispositivos, como las sanciones estadounidenses contra Irak durante la invasión de Kuwait en 1990, que se sumaban a una intervención militar de Washington.
En Rusia, la eficacia económica de las sanciones ya se está notando: el Banco Mundial (BM) prevé una recesión de 11.2% este año y la agencia de calificación S&P Global Ratings declaró que el país estaba en situación de “impago selectivo” después de que pagara en rublos una deuda en dólares.
La moneda rusa se mantiene, no obstante, a un nivel elevado tras haber sufrido una fuerte caída inicialmente.
En el plano político, “las sanciones no pueden hacer que los tanques den media vuelta, al menos inmediatamente”, señaló a la AFP Juan Zarate, consultor del Center for Strategic and International Studies (CSIS).
Según este antiguo consejero de estrategia antiterrorista de Estados Unidos bajo la presidencia de George W. Bush, “el efecto total de las sanciones no se sentirá hasta dentro de semanas, meses o quizás años”.