El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) confirmó mucho de lo que ya sabíamos: las actividades humanas han provocado un calentamiento sin precedentes de la Tierra y, como resultado, estamos experimentando de forma más frecuente sequías y olas de calor, lluvias extremadamente intensas y temperaturas récord.
Sin embargo, muchos aspectos del clima siguen siendo inciertos y algunos son bastante desconcertantes. Un aspecto importante es la sensibilidad climática, definida como el incremento de la temperatura media de la superficie del planeta en respuesta a algún aumento (a menudo estimado como una duplicación) en la concentración atmosférica de dióxido de carbono.
En 1979, el meteorólogo del MIT Jules Charney estimó por primera vez que esta sensibilidad climática estaba en el rango de 1.5 °C a 4.5 °C. Sorprendentemente, en los 42 años transcurridos desde entonces, los científicos han averiguado muy poco más sobre esta cifra, incluso pese a que las computadoras que usan para hacer modelos del clima y las condiciones atmosféricas son ahora un billón de veces más poderosas.
Lo que es especialmente extraño es que esta persistente incertidumbre proviene, al menos en parte, de algo que incluso las personas ajenas a la ciencia conocen muy bien: las nubes.
Las nubes están relacionadas en cuanto a la realidad básica de que una temperatura levemente más alta en la atmósfera provoca la evaporación del agua, lo que produce más nubes. A su vez, se esperaría que más nubes elevaran aún más las temperaturas o las redujeran. Pero los investigadores no están seguros sobre la dirección que tomarán las cosas, ya que las nubes pueden tener diferentes efectos.
Durante el día, reflejan la luz hacia el cielo, reduciendo la cantidad de calor que llega al suelo. Más nubes reflejan más luz y calor. Por la noche, por otro lado, las nubes actúan como mantas, atrapando el calor que, de otro modo, podría escapar de la atmósfera e irradiarse.
Se podría pensar que los científicos pueden usar computadoras para simular la complejidad y resolver su acertijo. Pero las nubes, aunque grandes a escala humana (abarcan hasta un kilómetro y medio o más de ancho) son diminutas en comparación con toda la atmósfera, demasiado pequeñas para que los científicos las incluyan de manera sensata en los modelos climáticos computacionales de hoy. En los modelos, los científicos dividen la atmósfera en distintas secciones, generalmente de mucho más de 16 kilómetros de ancho, y dejan las nubes fuera o solo aproximan sus efectos. Por ejemplo, la cantidad de nubosidad que cubre una región podría estimarse de forma proporcional a la humedad local.
Otro problema con las nubes es que están formadas por agua, una de las sustancias más complejas del universo, capaz de cambiar fácilmente de sólido a líquido y a vapor, pudiendo coexistir en una pequeña región en los tres estados. Por lo tanto, la cantidad de posibles vías para conseguir más retroacción es alucinante. Incluso los mejores modelos climáticos contienen una importante incertidumbre sobre el estado de las nubes a cualquier temperatura, en particular, la cantidad de agua que contienen y si esa agua es líquida o está congelada. Y estas incertidumbres se traducen en errores en las proyecciones de la sensibilidad climática al cambio de temperatura.
Un resultado levemente perverso de esta situación es que se ha descubierto que los esfuerzos por mejorar algunos de los componentes de los modelos climáticos —por ejemplo, haciendo que la mezcla de hielo líquido de las nubes sea más realista— empeoran los modelos generales. Esto se debe a que otros componentes de los modelos, como los cálculos de la rapidez con que las nubes expulsan su humedad, han cometido errores de compensación. Se necesitarán mejoras en ambos para obtener un mejor resultado final.
Por lo tanto, el camino hacia la perfección en los modelos climáticos es sinuoso y está lleno de obstáculos. El informe más reciente del IPCC ahora estima que la sensibilidad climática se encuentra en el rango de 2,5 °C a 4,5 °C, y que se desplaza levemente hacia el extremo superior de la estimación original de Charney. Esto sugiere que es probable que el planeta sea un poco más susceptible a las continuas emisiones de gases de efecto invernadero de lo que pensaban los científicos, lo que no es precisamente un pensamiento tranquilizador.
El pronóstico del clima es un poco más seguro que antes. Pero el panorama sigue estando empañado, en parte debido a las nubes.