Por Max Nisen
Hubo muchos pasos en falso en la respuesta de Estados Unidos al COVID-19, especialmente al comienzo del brote. Uno de los que se destaca es la decisión preliminar de la administración Trump, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades e incluso Anthony Fauci de no recomendar el uso público generalizado de mascarillas.
En retrospectiva y a la luz de las actuales pautas que recomiendan el uso de mascarillas, es fácil molestarse con lo que parece un consejo inconsecuente y una reacción tardía, pero la capacidad de cambiar las opiniones sobre la base de nueva información es lo que deberíamos desear de los funcionarios de salud pública, incluso mientras deseábamos que reaccionaran de forma más rápida o correcta desde un principio.
Así es como funciona la ciencia, especialmente durante la rápida propagación de un virus que antes no se conocía. Es fácil de olvidar, pero las recomendaciones iniciales tuvieron un origen.
Existía una preocupación legítima de que recomendar el uso de mascarillas podría conducir a una disminución de disponibilidad de equipamiento especializado para los trabajadores de la salud.
Además, existía la preocupación de que las personas confiaran demasiado en la capacidad de protección de mascarillas mal utilizadas de diversa calidad. Lo confieso, yo era uno de los que consideraban que esos argumentos eran convincentes a principios de año.
Desde entonces, el mundo ha aprendido más sobre cómo se propaga el virus, y la cantidad desconcertante de contagios asintomáticos ha ayudado a justificar el uso generalizado de mascarillas.
Varios países asiáticos donde el uso de mascarillas era frecuente incluso antes de la pandemia han tenido resultados sustancialmente mejores, y es probable que otras medidas efectivas de salud pública también tengan un papel importante.
En muchas partes de EE.UU., incluso en los estados que están volviendo a abrir, ahora se exige el uso de mascarillas, y usarlas se ha vuelto cada vez más rutinario.
El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, está recurriendo a celebridades como el comediante Chris Rock en un esfuerzo por hacer de la práctica un hábito. En otras áreas, se considera que usar una mascarilla es como tomar partido en una guerra cultural, un problema que empeora por la continua insistencia de Trump de andar a cara descubierta. Esta actitud debería cambiar.
El hecho es que las mascarillas pueden tener una función vital en la prevención y contención. Los estadounidenses deberían acostumbrarse a la idea de que es posible que a veces sean necesarias incluso después de que disminuya la crisis actual.
Hasta ahora, gran parte del esfuerzo respaldado por el Gobierno para elaborar equipamiento de protección se ha centrado en abastecer a hospitales. Si bien esa debería seguir siendo la prioridad, vale la pena tomar medidas adicionales para aumentar las existencias de mejores mascarillas quirúrgicas con el fin de respaldar a los estados que están reabriendo.
Incluso protecciones faciales relativamente simples pueden detener gotas contaminadas que puedan traspasar el COVID-19 a otras personas, especialmente si se usan junto con otras medidas de higiene y distanciamiento.
Sin embargo, las mascarillas quirúrgicas detienen mejor las gotas contaminadas y son más fáciles de usar en el calor del verano. Cualquier nivel de disminución de la transmisión a otras personas es muy importante en la contención del virus. Un aumento en la disponibilidad ayudaría a proporcionar mascarillas efectivas a personas en áreas y situaciones de especial preocupación.
Las mascarillas no son tan fundamentales en espacios con poca gente y al aire libre en regiones donde el virus no circula mucho. Se puede decir que son esenciales en áreas abarrotadas y con poca ventilación, particularmente en lugares con muchos contagios; por lo tanto, una disponibilidad fácil e incluso una aplicación selectiva deben ser la regla en esas situaciones. Los lugares donde las mascarillas no son tan vitales hoy podrían ser áreas de preocupación mañana. Las autoridades en esas áreas deben estar listas para responder.
Finalmente, el enfoque puede cambiar para la próxima crisis, donde las mascarillas pueden ser vitales para prevenir –en lugar de intentar detener– una propagación. Contar con reservas a escala pandémica para un extenso uso público debería ser comparativamente fácil y su fabricación debería ser barata en el largo plazo, una vez que la amenaza inmediata de la epidemia haya terminado.
Debería haber una reacción más rápida a futuro para recomendar o exigir mascarillas cuando surja una amenaza transmitida por el aire, y sólidos planes para implementar su uso como medida generalizada de salud pública. Y, con suerte, para entonces, la peligrosa politización de usar mascarillas y tomar otras medidas de salud de sentido común que se están implementando hoy en algunos lugares habrá sido superada por mensajes y educación pública más efectivos.
La preparación para una pandemia es difícil y solo es efectiva y duradera bajo un buen liderazgo. Aprender una lección relativamente fácil sobre las mascarillas podría ayudar a proporcionar, al menos, un poco de protección.