Bajo una ligera llovizna caribeña, voluntarios suben sillas de plástico, una cómoda y una estufa de gas a una lancha motorizada militar. A bordo, hombres uniformados ayudan a una mujer indígena que viste una blusa tradicional del pueblo guna, de color verde con rojo, a bajar del embarcadero.
Ella es, o era, una residente de Gardi Sugdub, una pequeña isla coralina a más o menos un kilómetro de la costa norte de Panamá. El 3 de junio, el gobierno panameño comenzó a trasladar a 300 familias de la isla a nuevas viviendas construidas por el gobierno en territorio continental.
Poco a poco, un clima cambiante y el alza del nivel del mar están inundando a esta y a otras 37 islas cercanas que no están pobladas, la mayoría de las cuales se encuentran a menos de un metro por encima del nivel de mar. Ese nivel se eleva 3.4 milímetros cada año. Las tormentas son cada vez más potentes y frecuentes. Steve Paton del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales en la Ciudad de Panamá dice que las islas ya no serán habitables para fines del siglo.
Las familias de Gardi Sugdub son las primeras en mudarse. Si todo sale bien, pronto podrían trasladarse otras más. “Este es un evento histórico”, comenta Rogelio Paredes, ministro de Vivienda y Ordenamiento Territorial de Panamá. “Es la primera vez en la historia de América Latina que toda una comunidad se reubica a un nuevo lugar como consecuencia del cambio climático. Todo el mundo tiene la mirada puesta en Gardi Sugdub”.
Pero es demasiado simple decir que el cambio climático está desplazando a gente desafortunada de sus hogares. Los residentes mayores de Gardi Sugdub sin duda han notado los efectos progresivos del calentamiento; las inundaciones en temporada de lluvias se han vuelto más frecuentes, y el nivel del agua ahora les llega un poco arriba del tobillo. Pero durante los últimos 20 años, su mayor preocupación ha sido el saneamiento, no quedar sumergidos.
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Conforme creció la población, varias familias empezaron a vivir en cada una de las pequeñas viviendas con muros de carrizo. Se redujo el espacio al aire libre en el que podían jugar los niños. El suministro de agua, que pasa por un conducto canalizado a un río en el territorio continental, era escaso e intermitente. Los baños de la isla son chozas en el extremo de muelles, cuyos desechos caen directamente al agua que hay debajo.
José Davis, el dirigente octogenario de la isla, afirma que la comunidad empezó a planear su traslado en la década de los noventa. La idea recibió apoyo financiero y técnico del Banco Interamericano de Desarrollo como un proyecto de migración climática en 2018. Entonces, el gobierno inició una licitación de contratos para la construcción del nuevo asentamiento en el territorio continental.
La nueva aldea, bautizada Isber Yala en honor a los árboles nísperos de la región, se edificó en tierras de cultivo propiedad de la comunidad, ubicadas a media hora de Gardi Sugdub por mar y por tierra. Desde lo alto, se ven 300 casas de plástico color beige con techos de teja alineadas en un patrón cuadriculado. Cada una tiene dos habitaciones, un baño con agua corriente y un amplio jardín trasero.
Marcos Suira, director de arquitectura en el Ministerio de Vivienda y Ordenamiento Territorial, enfatiza que Isber Yala es el primer proyecto de su tipo. Si se cuenta con presupuestos más amplios, más adelante se podrían construir viviendas más sofisticadas.
Pero los residentes reubicados no parecen quejarse. A pocos minutos de llegar a Isber Yala ya habían colgado hamacas, las camas preferidas de los guna, en las vigas de metal de las casas.
“Es linda, es más grande de lo que estoy acostumbrada. Me encanta”, comenta Yany Prestán, de 46 años. En Gardi Sugdub, compartía casa con cuatro familias; había poca privacidad y discusiones frecuentes por comida y dinero. Prestán quiere construir una cocina en el pórtico y dos habitaciones en el jardín para que ahí viva su familia de siete integrantes. La pequeña porción de césped entre el asfalto y el canal de drenaje es perfecta para un macizo de flores.
En la siguiente calle, Genaro Fernandez de 45 años llegó con anticipación para construir una cerca de carrizo en el perímetro de su parcela. De la tierra, brotan retoños de plátano y yuca.
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Aunque sí hay problemas. Todavía no conectan la electricidad. No hay un sistema de recolección de basura y no hay transporte público al puerto, un descuido importante, ya que la mayoría de los residentes trabaja en el sector de la pesca y el turismo en la isla. La estructura de hormigón de un hospital que se planeaba construir está abandonada, pudriéndose bajo el sol.
Sin embargo, a su lado hay una escuela grande y moderna, que abrirá sus puertas a finales de este año. Con aulas equipadas con aire acondicionado, dormitorios y una cancha de futbol, la escuela es un gran atractivo para los residentes nuevos. Las clases se impartirán tanto en español como en guna.
Los miembros del pueblo guna tampoco sienten que la mudanza vaya a causar un desarraigo cultural importante. Habitaron el territorio continental hace 200 años, antes de mudarse a las islas para escapar de las enfermedades y los conflictos con los colonizadores españoles. Existen muchos cantos ceremoniales que hacen referencia a los ríos y las montañas del territorio continental.
Según la ONU, unos 41 millones de personas en América Latina y el Caribe viven en zonas costeras que están expuestas a tormentas e inundaciones mortales. El traslado de los habitantes de Gardi Sugdub parece ser el tipo de retirada gestionada que tiene bastantes probabilidades de éxito, en gran medida porque cumple con otros objetivos de desarrollo, como la mejora de la vivienda, el saneamiento y la escolarización. Sabrina Juran de la ONU señala que los programas de retirada gestionada tienen más probabilidades de funcionar cuando incluyen a las comunidades en la toma de decisiones, porque así logran cubrir múltiples necesidades.
Van y vienen
Tras mostrar algo de escepticismo al principio, la mayoría de los habitantes de Gardi Sugdub aceptaron que, con el tiempo, las olas se llevarían sus casas. Pero todavía no están dispuestos a abandonar su isla. Algunos de los nuevos residentes continentales dicen que pretenden visitarla cada fin de semana. Otros comentan que les permitirán a amigos y primos que viven en las islas vecinas sobrepobladas colgar sus hamacas ahí. También se está renovando un edificio en la isla. Su propietario, Gustavo Denis de 64 años, piensa que, ahora que la competencia se está mudando al territorio continental, es el momento ideal para abrir un negocio nuevo.
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