En 2024, nuestras páginas han estado llenas de sufrimiento. La guerra ha causado estragos en tres continentes: el mundo ha seguido más de cerca a Gaza, Líbano y Ucrania, pero los combates en Sudán han sido los más mortíferos.
Las tormentas, las tempestades, las inundaciones y los incendios han arruinado vidas, y dejado muertos. Mientras tanto, la rivalidad entre los países que se alinean con China o la alianza occidental liderada por Estados Unidos se ha agudizado, pese a que Estados Unidos eligió como presidente a un hombre cuyo compromiso con esa alianza está en entredicho.
A primera vista, por tanto, 2024 ha amplificado la creciente sensación de que el orden multilateral surgido de la Segunda Guerra Mundial se está desmoronando. Cada vez más, los gobiernos actúan como si la fuerza diera la razón. Los autócratas se saltan las normas y las potencias occidentales que las predican son acusadas de emplear un doble rasero.
Sin embargo, desde una perspectiva más amplia, el año 2024 encierra un mensaje más esperanzador. Afirmó la resistencia de las democracias capitalistas, incluida la estadounidense. Al mismo tiempo, dejó al descubierto algunas de las debilidades de las autocracias, incluida China.
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No hay un camino fácil para volver al viejo orden. Pero las guerras mundiales ocurren cuando las potencias emergentes desafían a las que están en declive. La fuerza de Estados Unidos no solo sirve de ejemplo, sino que hace que el conflicto sea menos probable.
Una medida de la resistencia democrática fue cómo las elecciones del año condujeron a un cambio político pacífico. En 2024, 76 países con más de la mitad de la población mundial acudieron a las urnas, más que nunca. No todas las elecciones son reales: las de Rusia y Venezuela fueron una farsa.
Pero, como demostró el Reino Unido al expulsar a los conservadores después de 14 años y cinco primeros ministros, muchas de ellas fueron un reproche a los gobernantes en turno.
Las elecciones sirven para evitar malos resultados. En India, en una estridente celebración de la democracia, el gobierno cada vez menos liberal de Narendra Modi esperaba aumentar su dominio. Los votantes pensaban lo contrario. Querían que Modi se centrara menos en el nacionalismo hindú y más en su nivel de vida, así que lo obligaron a formar una coalición. En Sudáfrica, el Congreso Nacional Africano perdió la mayoría. En lugar de rechazar el resultado, como han hecho muchos movimientos de liberación, optó por gobernar con la Alianza Democrática, de mentalidad reformista.
En Estados Unidos, el año comenzó entre advertencias de violencia electoral. La clara victoria de Donald Trump significó que Estados Unidos escapó ese destino. Es un baremo bajo, pero quizá ahora los estadounidenses no se enfrenten a circunstancias tan peligrosas durante muchos años, tiempo en el que su política evolucionará. El hecho de que tantos afroestadounidenses e hispanos votaran por los republicanos sugiere que la divisiva y perdedora política de identidad de los demócratas ha alcanzado su punto máximo.
La naturaleza perdurable del poder de Estados Unidos también se hizo visible en la economía. Desde 2020, ha crecido al triple de ritmo que el resto del G7. En 2024, el índice S&P 500 subió más de un 20%. En las últimas décadas, la economía china ha ido recuperando terreno, pero el PBI nominal ha pasado de tres cuartas partes del de Estados Unidos en su punto álgido de 2021 a dos tercios en la actualidad.
Este éxito se debe en parte al gasto público inspirado por la pandemia. Pero la razón fundamental es el dinamismo del sector privado. Junto con el enorme mercado estadounidense, es un imán para el capital y el talento. Ninguna otra economía está mejor situada para crear y sacar provecho de tecnologías revolucionarias como la biotecnología, los materiales avanzados y, sobre todo, la inteligencia artificial, donde su liderazgo es asombroso. Si no fuera por el creciente proteccionismo, las perspectivas de Estados Unidos serían aún más prometedoras.
Todo ello contrasta con China. Su modelo autoritario de gestión económica tendrá menos admiradores después de 2024, pues quedó claro que la desaceleración del país no es solo cíclica, sino producto de su sistema político.
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El presidente Xi Jinping se ha resistido a un estímulo para el consumo, por miedo a un endeudamiento excesivo y porque considera que el consumismo distrae de la rivalidad con Estados Unidos. Más bien, instruye a los jóvenes para que “coman amargura”. En lugar de mostrar los decepcionantes resultados económicos de su país, ha preferido censurar las estadísticas, aunque ir a ciegas conduce a peores decisiones económicas.
Los fallos del autoritarismo han quedado aún más patentes en Rusia. Por el momento tiene ventaja sobre Ucrania en el campo de batalla, pero sus avances son lentos y costosos. En el interior, la inflación aumenta y los recursos que deberían haberse invertido en el futuro de Rusia se malgastan en la guerra. En una sociedad libre, Vladimir Putin habría pagado por su ruinosa agresión. Incluso si la guerra termina en 2025, parece que los rusos no se librarán de él.
Los intentos de cambiar al mundo usando la fuerza son difíciles de sostener, como ha afirmado Irán. Junto con Rusia, gastó miles de millones de dólares para mantener a Bashar al-Assad en el poder en Siria después de que un levantamiento estuviera a punto de derrocarlo en 2011.
A medida que la economía iraní se hundía y el descontento se acentuaba contra su nefasta política exterior, los mulás de Teherán ya no podían permitirse sostener a un dictador cuyos súbditos lo habían rechazado. La victoria del poder popular en Siria se produjo después de que Hamás y Hezbolá, ambos títeres iraníes, fueran derrotados por Israel.
Las democracias también son vulnerables. Esto es más claro en Europa, donde el centro político se está desmoronando puesto que los gobiernos no logran hacer frente a la agresión rusa y a su debilidad en las industrias del futuro. Si Europa se desvanece, Estados Unidos también sufrirá, aunque Trump piense que no.
Y son muchos los interrogantes que se ciernen sobre Trump. La retirada de Irán y la promesa de un alto el fuego en Gaza le brindan la oportunidad de forjar relaciones entre Israel y Arabia Saudí, e incluso de llegar a un acuerdo con Irán. También podría supervisar una paz que permita a Ucrania escapar de la órbita rusa. Pero los riesgos abundan.
Los mercados han asumido la desregulación muskiana y el crecimiento impulsado por la inteligencia artificial. Si Trump se hunde en el amiguismo, hace deportaciones masivas, castiga a sus enemigos y desencadena una guerra comercial en serio, su presidencia será muy perjudicial. De hecho, estos riesgos eran lo suficientemente preocupantes como para que The Economist apoyara a Kamala Harris. Seguimos preocupados.
Pero supongamos que Trump opta por no sabotearse a sí mismo. A partir de 2025, el cambio tecnológico y político seguirá creando oportunidades extraordinarias para el progreso humano. En 2024, las democracias demostraron que están hechas para aprovechar esas oportunidades, destituyendo a los líderes malos, desechando ideas obsoletas y eligiendo prioridades nuevas. Este proceso suele ser complicado, pero es una fuente de fortaleza perdurable.
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