Desde hace dos años, las universidades de todo el mundo se han visto afectadas por la pandemia de COVID-19, obligándolas a incrementar sus recursos digitales, pero esto ha profundizado las diferencias entre las regiones y las desigualdades entre los estudiantes.
“El gran cambio observado durante la pandemia es claramente el cierre generalizado de los campus a nivel internacional y una transición hacia la enseñanza a distancia, con una gran heterogeneidad en las respuestas aportadas y los niveles de preparación”, explica Mathias Bouckaert, analista en la OCDE y especialista de cuestiones universitarias.
“En algunos países, la enseñanza en línea ya se practicaba, como en Canadá, donde los inviernos rigurosos hacen a veces imposibles los desplazamientos. En otros países como en Turquía, donde la ley imponía un nivel importante de enseñanza presencial, estas prácticas eran mucho menos corrientes”, señala.
El COVID-19, que supuso el cierre de las universidades en marzo del 2020 en la mayoría de los países y la puesta en marcha de las clases a distancia y luego una forma híbrida (entre presencial y desde casa), tuvo “un impacto variado según las regiones y el nivel de recursos”, con países de Europa y de Norteamérica “mejor (preparados) para hacer frente a las perturbaciones”, indica también un informe de la Unesco publicado a principios del 2021.
Es el caso de Estados Unidos, donde la inscripción de los estudiantes a los programas a distancia ya aumentó 29% entre el 2012 y 2018. Según estadísticas nacionales, 16% de los alumnos seguían las clases exclusivamente desde casa a finales del 2018.
“¿Dónde están las instalaciones?”
En este país, donde la mayoría de establecimientos universitarios cerraron de marzo del 2020 a agosto del 2021, la pandemia afectó a un gran número de alumnos --17 millones de inscritos este año, un millón menos que en el 2019--, y sobre todo a los estudiantes internacionales, cuyos los efectivos bajaron un 17% entre el 2019 y 2021, según el centro de investigaciones National Student Clearinghouse.
“De manera general, las universidades que tenían estudiantes internacionales se han visto muy impactadas por la digitalización”, resume Mathias Bouckaert, que cita como ejemplos el Reino Unido, Estados Unidos o Australia.
Aunque la enseñanza a distancia ha funcionado bien en ciertos países, como Canadá, en otras regiones del mundo, mucho menos, como en África.
En Kenia, el acceso a internet y a los ordenadores es uno de los principales problemas. “Estamos muy mal equipados”, cuenta Masibo Lumala, conferenciante en la Universidad Moi (oeste). “Tenemos las competencias para enseñar en línea, la mayoría de nosotros hemos recibido formaciones. Pero, ¿dónde están las instalaciones?”.
Phylis Maina, estudiante en cirugía dental en la Universidad de Nairobi, también critica la mala calidad de la conexión a internet. Y lamenta que “las interacciones sociales entre profesores y estudiantes hayan desaparecido”.
La pandemia no sólo ha transformado la enseñanza de los jóvenes, también se han quedado sin vida estudiantil. Esto ha tenido repercusiones psicológicas en algunos de ellos y ha aumentado las desigualdades.
“Mis padres me dijeron que la facultad era años en los que conocíamos a gente de por vida, no es lo que veo”, dice Emil Kunz, de 22 años, estudiante en agronomía en Berlín.
En Alemania, donde la mayoría de universidades siguen aplicando la telenseñanza, para los jóvenes que permanecen en casa de sus padres, “la escuela acabó, pero la vida de adulto no puede empezar”, afirma Klaus Hurrelmann, investigador en educación en la Hertie School de Berlín, para quien “la pandemia marcará probablemente para toda la vida a esta multitud de estudiantes”.
“Desigualdades exacerbadas”
“A nivel general, ha habido un impacto en la salud mental. El aislamiento y los confinamientos fueron complicados”, reitera Mathias Bouckaert. La pandemia también “exacerbó las desigualdades ya existentes”, añade.
“Los estudiantes menos favorecidos se han encontrado con más dificultades”, sobre todo los que tenían niños o no disponían de ordenador.
En Francia, los estudiantes, que regresaron a las facultades en septiembre, también han tenido que enfrentarse a grandes problemas. “Ha habido una demanda fuerte para volver a (las clases) presenciales”, indica Raphaëlle Laignoux, vicepresidenta a cargo de la vida estudiantil en la Universidad París I Sorbona.
En este establecimiento, se crearon en el 2020 ayudas para la alimentación y para la conexión (sobre todo con préstamos de ordenadores). “Actualmente, la mayoría de nuestros estudiantes están equipados”, añade. “Es más en las condiciones sociales --en qué lugar están, cómo se alimentan-- que persisten las desigualdades”.