Tras la caída de Kabul en manos de los talibanes, internautas paquistaníes celebraron la ocasión compartiendo en redes sociales un vídeo de Hamid Gul, exjefe del ISI, el principal cuerpo de espionaje de Pakistán.
“Cuando la historia sea escrita se dirá que el ISI derrotó a la Unión Soviética en Afganistán con la ayuda de América”, afirmaba Gul en un programa de entrevistas paquistaní en el 2014.
Tras una pausa, Gul continúa: “Después se dirá otra frase. El ISI, con la ayuda de América, derrotó a América”.
Tal y como profetizó Gul la llegada a Kabul de los talibanes supone de alguna forma una victoria para Pakistán, que ayudó a los insurgentes en los años 90 del siglo pasado y fue uno de los tres únicos países que reconocieron entonces al régimen extremista junto con Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí.
Mucho se ha hablado del “Gran Juego” en Afganistán, término acuñado por Rudyard Kipling por la rivalidad entre el Reino Unido y Rusia en Asia central en el siglo XIX.
Pero quien de verdad es experto en el “Gran Juego” es Pakistán, un peligroso juego que ya ha costado caro en el pasado al país asiático.
Durante los últimos 20 años, Pakistán ha jugado un doble papel en el conflicto afgano: por un lado recibió miles de millones de dólares de Estados Unidos por apoyar la guerra en suelo afgano, pero por otro lado permitió que los talibanes usaran su territorio contra Washington.
Esta es la versión de Estados Unidos. Pakistán siempre ha admitido tener influencia con los talibanes, pero ha negado que les ayudase.
Cadenas de la esclavitud
Así, entre los pocos mandatarios que parecieron celebrar la victoria talibán se encuentra el primer ministro paquistaní, Imran Khan.
“Los afganos han roto las cadenas de la esclavitud”, dijo Khan un día después de la toma de Kabul por parte de los insurgentes.
Además entre el caos en el que se ha visto engullido Kabul en los últimos días, la paquistaní es una de las pocas embajadas que continúan operando, y es el único país que tiene acceso a la parte civil del aeropuerto capitalino.
Por si fuera poco, los insurgentes afganos han asegurado a Islamabad que no permitirán operar en su suelo a los talibanes paquistaníes (el Tehreek-e-Taliban Pakistan, TTP), según afirmó el lunes el ministro de Interior de Pakistán, Sheikh Rashid.
Pakistán, sin duda, disfruta de influencia con los talibanes, cuyos líderes se refugiaron en suelo paquistaní tras su derrota en el 2001 con la invasión de Estados Unidos.
Un alto coste
El objetivo paquistaní en Afganistán es la llamada “profundidad estratégica”, que consiste en contar con un gobierno amigo en Kabul para poder hacer un mejor frente al verdadero enemigo de Pakistán: la India.
Pero esa “profundidad estratégica” ha tenido ya un alto coste para Islamabad en el pasado.
La victoria contra los soviéticos en los 80 se saldó con cuatro millones de refugiados afganos en suelo paquistaní, además de la llegada de la conocida como “cultura del kalashnikov y la heroína”.
Pakistán alberga hoy a 1.4 millones de afganos registrados legalmente y se estima que cerca de otro millón se encuentra indocumentado.
Islamabad ya anunció que no permitirán la entrada de ningún afgano sin visado en esta ocasión.
En torno al 2007, se sumó la aparición de los talibanes paquistaníes, que comenzaron entonces un conflicto contra el Estado que ha dejado 70,000 muertos hasta ahora en atentados y ataques.
El TTP, el principal grupo talibán paquistaní, está en horas bajas tras ser diezmado en una serie de operaciones del Ejército paquistaní desde el 2014, pero en los últimos meses han aumentado sus ataques.
Así, Pakistán por un lado lucha contra los “talibanes malos”, los paquistaníes, y ayuda o al menos no interfiere con los “talibanes buenos”, los afganos.
Ahora, en una suerte de repetición de 1996, cuando llegaron al poder los talibanes por primera vez, aparecen los mismos temores.
“El éxito talibán al otro lado de la frontera es una amenaza para la seguridad nacional de Pakistán”, escribió recientemente el columnista y analista paquistaní Zahid Hussain.
Según el escritor, la victoria insurgente puede exacerbar los problemas del país con los talibanes paquistaníes e insuflar nueva energía al extremismo religioso nacional.