Después de dos años de pandemia, el COVID-19 podría estar controlado, pero la incapacidad de la comunidad internacional para distribuir de forma igualitaria las vacunas puede prolongar o agravar en el 2022 una pandemia que ya ha costado millones de vidas.
Pese a la explosión de casos que experimenta Europa actualmente, numerosos expertos en sanidad pública consideran que el mundo dispone ahora de las herramientas y la pericia para dominar el virus. Pero poderes públicos y sociedad deben tomar decisiones difíciles y a veces discutidas.
“La evolución de esta pandemia está en nuestras manos”, insiste Maria Van Kerkhove, encargada de la lucha contra el COVID-19 en la Organización Mundial de la Salud (OMS), en primera línea desde la aparición de la enfermedad a finales del 2019 en China.
¿Podemos “alcanzar un estadio en que controlemos la transmisión en el 2022? ¡Absolutamente!”, exclama. “Podríamos haber llegado ya, pero no lo hemos hecho”, indica.
Un año después de su llegada al mercado, las vacunas demostraron su eficacia contra las formas más graves de la enfermedad, aunque no frenan completamente su transmisión lo que permite apariciones de nuevas variantes como la delta o la reciente ómicron.
Rostros del COVID-19
La producción mundial debe alcanzar los 24,000 millones de dosis en junio, una cantidad en teoría más que suficiente para inmunizar a toda la población mundial.
Por ahora se han administrado 7,500 millones de dosis, pero sobre todo en países ricos que, pese a los discursos solidarios, distribuyen vacunas para sus niños y de refuerzo, mientras naciones menos favorecidas siguen con amplios porcentajes de población desprotegidos.
Por todo el mundo se han repetido escenas de pacientes intubados o postrados en camas en los pasillos por falta de espacio, atendidos por un personal médico exhausto. Y en las calles de países como Brasil o Indonesia se han visto colas interminables de familiares buscando oxígeno.
La estampa de cientos de piras improvisadas para incinerar las víctimas del COVID-19 en India reflejó la magnitud de la tragedia: oficialmente 5.1 millones de personas, aunque la OMS estima que puede ser dos o tres veces más.
Ningún país ha registrado tantas víctimas como Estados Unidos, con 800,000 decesos por la pandemia. El flujo constante de breves necrológicas en la cuenta @FacesofCovid (Rostros del COVID-19) humaniza esta cifra impersonal.
“Christopher Mehring, 56 años, de Dillon, Montana, muerto de COVID-19 el 2 de noviembre del 2021. Las palabras son inútiles para describir su amor por sus nietos”.
Y Europa, que parecía haber pasado página con el amplio despliegue de vacunas, volvió a la realidad pandémica a finales del 2021 con una virulenta quinta ola que ha forzado a los gobiernos a hacer nuevamente equilibrios entre libertades y restricciones.
En este tiempo, el movimiento antivacunas y antirestricciones se ha radicalizado, con disturbios en Países Bajos, Francia o Bélgica.
O todos o nadie
Aun así, los expertos confían que la etapa de “pandemia” puede llegar pronto a su fin.
Como en el caso de la gripe, el mundo podría continuar conviviendo con el COVID-19 como una enfermedad endémica pero controlable, asegura Andrew Noymer, epidemiólogo de la Universidad de California Irvine.
Para el consejero de la Casa Blanca sobre la pandemia Anthony Fauci, el rostro del combate contra el virus en Estados Unidos, con la vacunación esta enfermedad “será un ruido de fondo más o menos fuerte, pero que no nos dominará como lo hace ahora”.
Pero la desigualdad en el acceso a las vacunas sigue siendo un desafío y se suma a los desequilibrios preexistentes entre países ricos y pobres.
Los primeros vacunaron de media a un 65% de la población, mientras que los segundos no alcanzan el 7%, según cifras de la ONU.
Como repite hasta la saciedad el dirigente de la OMS Tedros Adhanom Ghebreyesus: “Nadie está seguro si no lo está todo el mundo”.
Cuanto más circule el virus, más probable es la emergencia de una variante más contagiosa, más mortífera o más resistente a las vacunas.
El ejemplo son los temores generados este mes por la detección de la variante ómicron, identificada por primera vez en África austral y que la OMS ha calificado de “preocupante”. Aunque la organización estima que representa un “riesgo muy alto”, también reconoce que por ahora hay muchos interrogantes sobre su peligrosidad, su transmisibilidad y sobre todo su resistencia a las vacunas.
Los países ricos demostrarían “miopía pensando que vacunándose ellos se libran del problema”, advierte Gautam Menon, profesor de biología y física en la universidad Ashoka en India.
Una hipótesis de escenario catastrófico recientemente elaborado por la OMS como advertencia plantea una pandemia del COVID-19 fuera de control provocada por mutaciones cada vez más peligrosas, que se junta a otra pandemia tipo zika.
En este escenario, la confusión, la desinformación y las crisis migratorias desencadenadas por las enfermedades reducen a la nada la confianza en autoridades políticas y científicas y hunden los sistemas sanitarios.
Es un planteamiento todavía más inquietante considerando que “tenemos un virus en el origen de la pandemia actual y numerosos candidatos para la siguiente”, reconoce Michael Ryan, director de la OMS para las situaciones de urgencia.
“No es ciertamente el último de los patógenos peligrosos”, señala Jamie Metzl, especialista en las ciencias y la salud.
Sea como sea que evolucione el COVID-19, “está claro que nosotros ya jamás nos podremos desmovilizar”, añade.