La urgencia del plazo de cinco años que ha dado el presidente francés, Emmanuel Macron, para reconstruir Notre Dame no es la misma que plantean los arquitectos, que abren una reflexión sobre la conveniencia de no limitarse a reproducir de forma idéntica materiales y técnicas medievales.
"Para nosotros, el objetivo no es ir lo más rápido posible", al tratarse de un edificio que debe durar siglos, explica a Efe el presidente del Colegio de Arquitectos francés, Denis Dessus.
Macron se marcó este martes como meta que Notre Dame esté lista para los Juegos Olímpicos de París en 2024.
La arquitecta Christiane Schmukle Mollard, que ha trabajado en la renovación de la catedral de Estrasburgo, muestra a Efe sus dudas de que se pueda acabar en cinco años, y calcula que "harán falta tal vez diez para los detalles".
Para Schmukle Mollard, una cuestión fundamental para avanzar rápido es que todas las empresas implicadas se constituyan en un grupo integrado. Al mismo tiempo, señala que una concentración de especialistas en ese tipo de restauraciones en Notre Dame podría suponer retrasos en otras obras patrimoniales.
El copresidente de la organización de empresas de restauración de monumentos históricos (GMH) Frédéric Létoffé estima, por su parte, que el tiempo "razonable" de una restauración sería "entre diez y quince años".
Dessus pone el acento en que lo que hay que hacer en primer lugar es consolidar el edificio y hacer un diagnóstico preciso de su estado, teniendo en cuenta que ha sufrido dos impactos, el del fuego pero también el del agua utilizada en la extinción.
Solo después llegará el momento de abordar el proyecto arquitectónico y entonces también habrá que tomar la decisión sobre si se busca reproducir el perfil medieval de Notre Dame, acercarse a la arquitectura neogótica planteada en el siglo XIX por Viollet-Le-Duc o dar una interpretación más contemporánea.
El inspector general de los monumentos históricos, François Goven, está convencido de que "la importancia simbólica hará que se reconstruya de forma bastante fiel" para borrar rápidamente la cicatriz del siniestro.
Sin embargo, el presidente del Colegio de Arquitectos cree que "no hay que buscar el mimetismo absoluto" sino preparar un edificio que pueda "durar 1,000 años", y eso significa que debe tener en cuenta la historia de nuestras sociedades, los nuevos usos, así como la evolución de la arquitectura.
"El patrimonio debe estar vivo, adaptado a sus usos. Los usos de la catedral no son ahora los mismos que en el siglo pasado" porque, entre otras cosas, recibe a millones de visitantes cada año y hay que tener en cuenta fenómenos como la contaminación o el cambio climático, que antes no existían, argumenta.
Una de las cuestiones que habrá que estudiar es qué materiales se utilizarán para reemplazar el envigado de cientos de troncos de roble y las placas de plomo de la cubierta que han quedado destruidos por el fuego.
Algunos de esos maderos tenían unos mil años y habían sido secados durante décadas antes de ser colocados en Notre Dame. En cuanto al plomo, es un material que se sabe peligroso para la salud y que puede causar graves daños en las bóvedas en caso de incendio.
Dessus cree que la madera sigue siendo una buena solución pero haría falta un análisis técnico en profundidad de la estructura para confirmar la elección.
El metal, por su parte, resiste mal al fuego y necesita un envoltorio de protección, mientras el cemento, utilizado en la reconstrucción de la catedral gótica de Reims -destruida parcialmente en la Primera Guerra Mundial- tiene el inconveniente de su peso.
Schmukle Mollard sí considera como una alternativa posible el cemento, y se refiere de nuevo al ejemplo de la catedral de Reims, cuya reconstrucción ha obtenido la calificación de monumento histórico.
En cuanto al coste de los trabajos, después de que ya se hayan conseguido compromisos de donaciones por cerca de mil millones de euros por parte de grandes fortunas y ciudadanos francesas, estos dos expertos consideran que son cifras ampliamente suficientes para lo que requerirá Notre Dame.