El presidente de Rusia, Vladimir Putin, presentó su propia versión de la historia de Ucrania al afirmar que, básicamente, el país fue siempre parte de Rusia. Aunque esto sirve a su propósito, también es ficticio. Ucrania tiene su propia historia milenaria.
Lo que es ahora Ucrania fue una región disputada de fronteras cambiantes durante siglos que no quedó completamente bajo el dominio ruso hasta finales del siglo XVIII, durante el reinado de Catalina la Grande, y ni entonces el Imperio Ruso pudo absolverla fácil o completamente.
En su esfuerzo por llevar a una Ucrania independiente y de corte occidental de nuevo a la órbita rusa, Putin está siguiendo un camino bien trazado por muchos de los gobernantes rusos que le antecedieron, desde Pedro el Grande a Josef Stalin.
Para Occidente, la cuestión es si puede limitar las ambiciones revanchistas de Putin mediante la diplomacia, las sanciones y la resistencia militar ucraniana. El reconocimiento de dos regiones separatistas por parte de Putin y el envío de tropas rusas que ya amenazan al país podrían ser fácilmente el detonante de una guerra para el resto del país.
“Considero necesario tomar una decisión esperada desde hace tiempo: reconocer de inmediato la independencia y soberanía de la República Popular de Donetsk y de la República Popular de Luhansk”, dijo Putin en referencia a las dos zonas prorrusas de la región ucraniana de Donbás, que desde el 2014 libran una guerra contra el gobierno de Kiev que se ha cobrado un estimado de 14,000 vidas.
Todos los estados modernos, en especial en Europa, tienen a sus espaldas siglos de cambios fronterizos, y el empuje emocional del nacionalismo puede derivar en demandas, ultimátums y a menudo guerras por el territorio, el poder y la influencia.
En su discurso del lunes en la noche a la población rusa, Putin, a veces con un tono sombrío y otras enfadado, se mostró despectivo con la Ucrania actual señalando que su creación como estado soberano fue una tragedia y un accidente de los líderes comunistas en el siglo XX.
Actuando como si Ucrania nunca hubiese existido históricamente hasta la época soviética, Putin culpó unas veces a Vladimir Lenin y otras a Stalin, y en un momento dado criticó la decisión de Nikita Kruschev de sacarle la península de Crimea a Rusia en 1954 y entregársela a Ucrania.
Como en todas las narraciones históricas, en las palabras de Putin había elementos de verdad. Los ucranianos y los rusos son pueblos eslavos orientales emparentados cuyos destinos se han entrelazado y separado a lo largo de la historia.
Pero el mandatario prefirió centrarse en el momento de máximo dominio de Rusia sobre Ucrania, olvidando de forma oportuna que es una nación independiente reconocida por tratados internacionales y explícitamente por Moscú desde hace 30 años.
En su lugar, presentó a la Ucrania actual como un país corrupto y apenas funcional, un títere de Estados Unidos que amenaza la seguridad de Rusia y que, según su punto de vista, no tiene razón real para existir salvo si está unida a Rusia.
Tanto Ucrania como Rusia tienen sus orígenes en la Rus de Kiev, un centro comercial establecido por los vikingos a orillas del río Dniéper hace más de 1,000 años, mucho antes de que existiese Moscú, que originalmente era pagano y más tarde abrazó el cristianismo ortodoxo.
La Rus de Kiev cayó ante las invasiones mongoles de Europa a principios del siglo XIII. Moscovia, o Gran Ducado de Moscú, no dejó de ser un estado vasallo hasta finales del siglo XV.
En lugar de estar conectada al Moscú ruso, la totalidad del territorio que ahora conforma Ucrania formó parte durante siglos del Gran Ducado de Lituania, a partir del siglo XIV, y más tarde de la Mancomunidad de Polonia-Lituania, conocida como la República de las Dos Naciones, un vasto estado plurilingüe y multiétnico que abarcaba casi todo lo que hoy en día es Polonia, Lituania, Bielorrusia y Ucrania (y partes de la Rusia actual).
En sus regiones orientales y surorientales, las lenguas dominantes de la unión eran el polaco y el ruteno, el predecesor del ucraniano y del bielorruso modernos. Su población incluía a ucranianos, polacos, bielorrusos, lituanos, judíos y tártaros.
El levantamiento de un ejército de cosacos ucranianos contra los señores y terratenientes polacos a mediados del siglo XVII derivó en una alianza de los cosacos con Moscú y en la escisión del este de Ucrania de la Mancomunidad, que juró lealtad al zar en 1654.
El oeste de Ucrania siguió formando parte de la República de las Dos Naciones otros 150 años más, hasta que Polonia se dividió por última vez en 1795 y desapareció del mapa de Europa.
Polonia volvió a surgir tras la Primera Guerra Mundial y libró una guerra territorial con la Rusia soviética entre 1919 y 1922, recuperando gran parte de Ucrania. Esas tierras volvieron a manos soviéticas una generación más tarde, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, pero tras el conflicto, los partisanos nacionalistas ucranianos se enfrentaron a los soviéticos con una resistencia de guerrillas durante varios años.
La “gran hambruna”, o Holodomor, que Stalin impuso a Ucrania a principios de la década de 1930 causó millones de muertes y sembró las bases del rencor ucraniano hacia el control ruso soviético.
Que los bolcheviques reconocieran a Ucrania como una república socialista independiente cuando se creó la Unión Soviética no fue accidental.
Abordaba la realidad de la historia e identidad independientes de Ucrania, situada entre Moscú y Occidente durante gran parte de su existencia, pero sin tener nunca la posibilidad de autogobernarse hasta el colapso de la Unión Soviética en 1991.
Al contrario de lo que afirma Putin, la mayoría de los ucranianos no claman por ser parte de Rusia hoy en día, y el sentimiento antirruso en la mayoría de la nación no ha hecho más que aumentar desde la toma de la península de Crimea en el 2014 y de que los separatistas prorrusos se hicieran con el control de la región del Donbás ese mismo año.
Ahora, con las tropas rusas marchando de nuevo hacia el Donbás, parece que el milenario tira y afloja por el dominio de la región, con el uso de la fuerza, las armas o la diplomacia según sea necesario, está a punto de renovarse.
(*) Es vicepresidente de The Associated Press y excorresponsal en Europa del Este, que ha cubierto la actualidad europea desde la década de 1980.