Mientras Brasil se recuperaba el lunes de los daños causados por los partidarios del expresidente Jair Bolsonaro, era difícil no ver similitudes con el asalto del 6 de enero de 2021 al Capitolio de Estados Unidos, sobre todo porque ambos incidentes fueron avivados por la actividad en las redes sociales. Los usuarios brasileños de WhatsApp, de Meta Platforms Inc., así como de Telegram y TikTok, vieron un aumento de los llamados a asistir a una “fiesta del grito de guerra” en la capital los días previos a que estallara la violencia el domingo en Brasilia, según el Washington Post.
Incluso antes del incidente, de cara a las elecciones presidenciales de octubre pasado, Twitter, Facebook y WhatsApp se llenaron de desinformación sobre la integridad de la votación en Brasil, en la que Luiz Inácio Lula da Silva derrotó a Bolsonaro por estrecho margen. No ayuda el hecho de que Meta permita que la desinformación de los candidatos políticos no se controle, una política que debería haber cambiado hace mucho tiempo.
Pero no es solo Meta.
Una búsqueda de #bolsonaro en TikTok el lunes por la mañana llevó a al menos dos vídeos populares que elogiaban a los manifestantes calificándolos de “patriotas” o argumentando que luchaban por la “libertad”. Los canales de YouTube que promocionan las acusaciones de fraude electoral de Bolsonaro tuvieron decenas de millones de visitas antes de la elección. Y los negacionistas de las elecciones brasileñas han visto aumentar sus seguidores en Twitter, según un análisis de Rest Of World, una organización periodística sin fines de lucro.
Todo ello pone de manifiesto un problema mayor: las empresas de redes sociales siguen sin invertir lo suficiente en el control de la desinformación, que puede descontrolarse, recurriendo a métodos más baratos, como software y contratistas, para eliminar los contenidos nocivos y, lo que es más grave, no financian suficientemente estos esfuerzos fuera de Estados Unidos.
La denunciante Francis Haugen, que en el 2021 sacó a la luz una serie de perjuicios desatendidos por Facebook, se centró en los esfuerzos inadecuados de la empresa para controlar la desinformación en países extranjeros como India. Advirtió sobre las próximas elecciones en el mundo y dijo que el sitio “toma atajos y proporciona defensas desiguales e inadecuadas”. En el caso de Twitter, su nuevo propietario, Elon Musk, habría despedido al personal brasileño de la empresa tras hacerse cargo de ella.
Irónicamente, Facebook y Twitter lograron avances impresionantes a la hora de impedir que grandes campañas de desinformación perturbaran las elecciones de mitad de período en Estados Unidos el año pasado, según múltiples encuestas. Pero a estas plataformas les quede mucho camino por recorrer en otros ámbitos.
“A veces vemos que el contenido se mantiene en español y portugués mucho más que en inglés, incluso cuando su contraparte en inglés ha sido eliminada”, afirma Roberta Braga, investigadora brasileña-estadounidense de Equis Research, un grupo de investigación de la opinión pública centrado en los latinos.
“No se enfocan en ningún sitio como lo hacen en Estados Unidos”, afirma Jiore Craig, responsable de investigación electoral del Institute for Strategic Dialogue, un think tank con sede en Londres que rastrea la desinformación en internet.
Dice que las narrativas en línea que precedieron a los disturbios de Brasil eran similares a las utilizadas en el período previo al 6 de enero, y que también aparecieron antes de las elecciones en Francia y Australia, donde los carteles exhiben palabras como “traidores” y “fraude” y hashtags en inglés como #StopTheSteal (traducido al español como “detengan el robo”).
Una gran diferencia con Estados Unidos es que WhatsApp se ha convertido en una de las plataformas más populares para difundir desinformación sobre las elecciones, según Braga.
Mientras que los brasileños más radicales acuden a Telegram, una aplicación de mensajería y difusión poco moderada, para relacionarse con grupos afines, la gran mayoría utiliza WhatsApp para comunicarse con amigos y familiares y hacer negocios, donde muchas narrativas negacionistas de las elecciones se han impuesto. Braga, cuya propia familia y amigos en Brasil se han convertido en partidarios radicalizados de Bolsonaro, dice que WhatsApp podría hacer más para mitigar el alcance de sus herramientas de difusión, que “exacerban la circulación de la desinformación, nos guste o no”.
WhatsApp lleva desde el 2018 intentando imponer límites más estrictos al reenvío de mensajes para dificultar que la desinformación sobre la integridad de las elecciones o las vacunas contra el COVID-19 se vuelvan virales. También agrega una etiqueta que dice “reenviado muchas veces” para ayudar a frenar la propagación de rumores y noticias falsas. La empresa debería hacer más, pero eso significaría disgustar a los defensores de la libertad de expresión y la privacidad: gran parte del contenido incendiario se difunde en grupos privados que WhatsApp no puede ver ni en los que no puede interferir, ya que todas las comunicaciones están cifradas.
Lo que complica las cosas es que el contenido viral en WhatsApp o Telegram a menudo comienza en otro lugar, como YouTube o TikTok. “Gran parte de la actividad es multiplataforma”, dice Craig. “En un lugar se puede ver el mensaje y en el otro amplificarlo. Eliminar uno no elimina el otro”.
Para atajar el problema, las empresas de redes sociales tendrán que redoblar sus esfuerzos para comunicarse entre sí sobre las próximas elecciones y las denuncias de fraude electoral. Los investigadores también afirman que las empresas de redes sociales deben ser más transparentes sobre la forma en que los contenidos fluyen y ganan adeptos en sus sitios, para ayudarlas a encontrar nuevas formas de evitar que se descontrolen.
Pero hay que reconocer que gran parte del problema está fuera de su alcance. Bolsonaro, al igual que Donald Trump, sentó gran parte de las bases para la narrativa de las elecciones robadas, después pasar meses reclamando un trato injusto a manos de la autoridad electoral de Brasil.
“Lo que estamos viendo en Brasil es muy similar a lo que vimos en Estados Unidos”, dice Braga: “la trayectoria de cómo la narrativa del fraude electoral penetró en la sociedad, y los tipos de personas influyentes que la difunden”.
Por Parmy Olson