Fue un vigilante nocturno, intrigado por un trozo de cinta adhesiva en una puerta del edificio que alberga la sede del Partido Demócrata en Washington, quien, al llamar a la policía el 17 de junio de 1972, desencadenó sin saberlo el escándalo del Watergate e hizo volar en pedazos el gobierno de Richard Nixon.
El “robo” fallido que ese guardia acababa de descubrir reveló un asunto de Estado resonante: cinco hombres habían recibido instrucciones de funcionarios vinculados a la Casa Blanca de instalar micrófonos y tomar fotografías de documentos en busca de información que pudiera incriminar a opositores a Nixon.
Dos años después, y por primera vez en la historia del país, el presidente republicano, acusado de haber tratado de encubrir el asunto, se vio obligado a dimitir para evitar la humillación de la destitución.
“Se encontró cinta en la puerta”
La madrugada del 17 de junio, Frank Wills, un vigilante de 24 años, hacía su ronda por los pasillos del Watergate, un opulento complejo de edificios de la capital, cuando notó que habían colocado cinta adhesiva en la cerradura de una puerta del sótano para impedir que se bloqueara.
Al principio, no le dio importancia. Quitó la cinta, la puso en su bolsillo y reanudó su ronda. Pero cuando regresó, había cinta de nuevo. Esta vez, sospechó de un robo.
Frank Wills -que se interpreta a sí mismo, durante unos segundos, al comienzo de “Los hombres del presidente”, la película sobre este caso protagonizada por Robert Redford y Dustin Hoffman- llamó inmediatamente a la policía.
“Encontré cinta en la puerta; llamé a la policía para que inspeccione”, escribió en el registro del Watergate, conservado en los Archivos Nacionales.
Los agentes llegaron al lugar “en un minuto, un minuto y medio”, según dijo uno de ellos, John Barrett, en un programa del 2017 en ABC News.
Al igual que su colega Paul Leeper, Barrett iba vestido de civil y ambos lucían incluso algo desaliñados.
Esto último jugó ciertamente a su favor: Alfred Baldwin, el hombre que se supone que debía hacer de centinela para los cinco supuestos ladrones, no pareció percatarse de la presencia de ambos policías.
Quizás su atención estuviera captada por la película de terror que se transmitía por televisión al mismo tiempo que él debía montar guardia, “Attack of the puppet people”.
Baldwin “estaba pegado a la televisión”, aseguró Barrett. “Cuando alertó (a sus cinco cómplices), ya era demasiado tarde y debieron correr y esconderse como ratas”.
Adrenalina y manos arriba
Una vez dentro del edificio, los policías encontraron cinta adhesiva en varias puertas. Comprendieron entonces que algo extraño estaba ocurriendo. “La adrenalina nos aumentó de golpe”, dijo Leeper a ABC.
Descubrieron oficinas patas arriba y sospecharon que los autores del robo seguían allí. De repente, Barrett vio un brazo. “Me asusté”, admitió. “Grité algo como ‘Sal de ahí con los brazos en alto o te vuelo la cabeza’. Diez manos se levantaron y comenzaron a salir”.
Al otro lado de la calle, Baldwin hablaba por un walkie-talkie. “En medio de susurros, escuché una voz: ‘nos agarraron’”, dijo Barrett.
Las diez manos pertenecían a James McCord, Virgilio González, Frank Sturgis, Eugenio Martínez y Bernard Barker, quienes fueron detenidos de inmediato.
La policía se dio cuenta rápidamente de que no se trataba de un hecho “común y corriente”, señaló Barrett.
Los extraños ladrones no solo iban vestidos de traje y corbata, sino que “había micrófonos, montones de rollos de película, lapiceras de gas lacrimógeno, herramientas de cerrajería, miles de dólares en billetes de cien”, explicó.
El 18 de junio de 1972, The Washington Post publicó su primer artículo sobre el tema, firmado por Alfred E. Lewis, el periodista que cubría los casos policiales.
Pero en la lista de colaboradores, al pie de la nota, también figuraban los nombres de Bob Woodward y Carl Bernstein.
Los dos jóvenes reporteros tomaron a su cargo el caso, investigaron hasta los más mínimos detalles y acabaron ganando un prestigioso premio Pulitzer para su periódico, haciendo de paso estallar la presidencia de Richard Nixon.