Por Mihir Sharma
Sea lo que sea que uno piense sobre la estrategia de negociación comercial de Donald Trump -que se ha basado en gran medida en aranceles que han perjudicado más que todo a empresas y consumidores de Estados Unidos, de muchas partes del país económicamente frágiles y que apoyaron a Trump en la última elección- tiene razón en una cosa. Un sistema de comercio mundial destinado a beneficiar a todo el mundo ha terminado beneficiando de manera desproporcionada a la República Popular de China.
Trump no está solo en creer esto. El problema es que se comporta como si así fuera.
En todo el mundo, se han acumulado resentimientos similares contra las prácticas comerciales de Pekín. País tras país está convencido de que los déficits comerciales persistentes con China son mayores de lo estrictamente natural, que el complejo sistema de subsidios y apoyo a las empresas estatales de China continental les da una ventaja competitiva que los productores locales no pueden igualar.
Sin embargo, si todas las economías intentaran abordar el problema de manera unilateral, como lo ha hecho Trump, no solo sufrirían los consumidores del mundo. Todo el sistema de comercio mundial se vería sometido a una presión sin precedentes.
Los problemas compartidos requieren soluciones globales. Se debe rediseñar, y no abandonar, el sistema comercial para enfrentar el desafío chino. Idealmente, EE.UU. lideraría la coordinación de este esfuerzo global en lugar de librar una guerra comercial mal dirigida y unilateral.
Es cierto que ya se divisan los inicios de un esfuerzo conjunto para reformar el comercio mundial. En septiembre del año pasado, cuando se reunió la Asamblea General de las Naciones Unidas, también se reunieron funcionarios de comercio de EE.UU., Japón y la Unión Europea. En una declaración posterior que nunca mencionó a China, presentaron sus quejas: que "algunos países" seguían políticas "no orientadas al mercado"; que los "gigantes nacionales" subsidiados por el estado distorsionaban los mercados globales; y que la clasificación de los países en desarrollo era "demasiado amplia".
En enero, las tres naciones se reunieron nuevamente y reafirmaron sus preocupaciones, agregando que pronto tendrían algo que presentar a otros miembros de la OMC sobre subsidios industriales. Una vez más tenían algunas claridades que expresar sobre los "países en desarrollo avanzados".
Lo que las tres grandes potencias comerciales del mundo desarrollado no parecen entender es que casi todos los países en desarrollo, excepto China, también están preocupados por estos problemas. Al no indicar claramente el propósito y la dirección de las reformas que buscan, estas potencias están generando temores entre las economías emergentes de que se verán atrapadas en una red destinada a atrapar a China.
Por ejemplo, un grupo de países en desarrollo se reunirá en Nueva Delhi en pocos días para averiguar cómo proteger el "trato especial y diferenciado" para las naciones más pobres que se incluye en todos los acuerdos de la OMC, con el fin de permitirles el espacio para adaptarse a la competencia abierta. Temen que EE.UU. quiera eliminar tales disposiciones en futuros acuerdos comerciales que abarquen áreas como la pesca y el comercio electrónico.
Esto sería injusto y, más importante aún, sería un error. Si China es el problema, como la mayoría estaría de acuerdo, entonces cualquier solución debe estar bien enfocada. No hacerlo aumenta las posibilidades de que Pekín cree alianzas en todo el mundo en desarrollo para bloquear cualquier esfuerzo que la lleve a cambiar su forma de actuar. De hecho, debería haber una manera objetiva de determinar si un país se ha "graduado" del estado "en desarrollo" -como efectivamente es el caso de China- pero es algo en lo que los países en desarrollo también deberían estar de acuerdo.
La incorporación de otras naciones en desarrollo hará que cualquier reforma sea más aceptable políticamente. Entonces sería el producto de un acuerdo entre una amplia base de miembros de la OMC, en lugar de una acción unilateral de EE.UU. Esto reduciría las posibilidades de que se perciba como un intento del mundo desarrollado por diluir los privilegios ganados con tanto esfuerzo asignados a los países más pobres.
La simple verdad acerca de la guerra comercial de Trump es que es la guerra equivocada y se está peleando de manera incorrecta, aunque sí sea en contra del objetivo correcto. EE.UU. debería, en cambio, hablar con los países desarrollados y en desarrollo, formar una coalición con los que estén de acuerdo y luego dejar en claro que China debe abrir sus mercados adecuadamente, detener los subsidios ocultos a sus exportadores y gigantes nacionales y, en general, cumplir con el contrato implícito que le permitió ingresar a la OMC.
La mejor manera de convencer a China de cambiar es mostrándole a la República Popular lo aislada que realmente está.