Por Tyler Cowen
A medida que los talibanes toman el control de Kabul y, de hecho, de todo Afganistán, vale la pena reflexionar sobre las lecciones menos obvias de este episodio de 20 años. Es un recordatorio de por qué no puedo tener una línea dura respecto de la política exterior, a pesar de que acepto ampliamente la cosmovisión y los valores subyacentes de quienes la tienen.
Dejemos de lado si está a favor o no del retiro de tropas del presidente Joe Biden y tengamos en mente que era probable que tarde o temprano sucediera. El expresidente Donald Trump había favorecido el retiro, al igual que el anterior candidato presidencial republicano Mitt Romney. Trump también negoció para alcanzar ese fin. La Administración de Barack Obama también barajó la idea de retirar las tropas.
No importa si fueron opiniones sinceras o posturas cínicas, pero el liderazgo estadounidense no envió exactamente señales de apoyo absoluto y constante al Gobierno afgano. Y, por lo tanto, el problema con la línea dura en política exterior es este: la democracia estadounidense no es muy buena para hacer compromisos a largo plazo fuera de nuestras fronteras.
No es como el apoyo duradero del Gobierno para, digamos, el Seguro Social, que tiene muchos millones de votantes esperando pagos. No se puede decir lo mismo de la política sobre Afganistán.
Si un país no puede asumir compromisos a largo plazo en el extranjero, no será fácil que pueda darle una nueva forma al mundo según su visión ni llevar a cabo políticas de línea dura. Y, de hecho, los talibanes están en esto a largo plazo y Estados Unidos no, por lo que no es de extrañar que se apoderaran de Afganistán tan rápidamente una vez que Estados Unidos anunció su partida. Los afganos en terreno entendieron la lógica básica mucho mejor que la Administración de Biden.
Estados Unidos ha asumido algunos compromisos exitosos de política exterior a largo plazo, por ejemplo, con Alemania y Corea del Sur. Aquellos que normalmente datan de la Guerra Fría y de las épocas inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, y se mantienen en su lugar, en parte, por inercia. Aunque también parecen desmoronarse lentamente. Los votantes estadounidenses ya casi no están pidiendo más compromisos de este tipo.
A los de línea dura que conozco, especialmente aquellos con una inclinación políticamente conservadora, normalmente admitirán o quizás incluso enfatizarán que el electorado estadounidense no tiene estómago para intervenciones a largo plazo. Pero en lugar de considerar las implicaciones prácticas de tal admisión, rápidamente se vuelven moralizantes.
Escuchamos que la ciudadanía estadounidense no está lo suficientemente comprometida, o quizás que los políticos no conservadores están moralmente en quiebra, o que la Administración de Biden ha cometido un gran error. Pero esas reivindicaciones morales, incluso si son correctas, son una distracción de la lección principal en cuestión. Si su propio país no es lo suficientemente fuerte moralmente para llevar a cabo sus políticas de línea dura preferidas, tal vez esas políticas no resulten sostenibles y, por lo tanto, deben reducirse.
Todavía estoy de acuerdo, en gran medida, con la mayor parte de la cosmovisión de línea dura: Estados Unidos puede ser una gran fuerza para el bien en el mundo, la noción del mal en los asuntos globales es muy real, los principales rivales de Estados Unidos en el escenario global no están tramando nada bueno, y hay una gran ingenuidad y un inmenso número de ilusiones en la mayoría de los que no se consideran de línea dura. Lo que no veo es una receta muy convincente para el éxito de la política de línea dura a lo largo del tiempo.
Dicho todo esto, sigo pensando que el retiro de las tropas de Afganistán de Biden fue un error político. Estados Unidos ha permitido que un gran mal gobierne a unos 38 millones de personas, sin restricciones, y ha dañado la credibilidad de Estados Unidos El futuro afgano nunca pareció prometedor, pero sí existen los cambios de suerte repentinos en los asuntos mundiales, por ejemplo, el proceso de paz irlandés de la década de 1990 o el cese de la guerra en Sudamérica.
Esperar tal reversión y extender el compromiso estadounidense anterior parecía una mejor opción. Quizás la mejor oportunidad para la credibilidad era, desde el principio, vender al público estadounidense la noción de una guarnición permanente para prevenir el desastre, en lugar de construir una nación.
En realidad, Estados Unidos nunca tuvo muchas opciones. En el 2001, fue necesario emprender algún tipo de acción militar porque había sido atacado desde Afganistán y se planeaban más ataques. Pero ¿cuándo era exactamente el momento adecuado para retirar las fuerzas? Podría haber sido un año antes, pero calcular todos los hechos hipotéticos necesarios siempre ha sido extremadamente difícil, y sospecho de aquellos que afirman saber las respuestas correctas con tanta certeza.
Este debate involucra una serie de puntos de vista insostenibles. Un sector condena las intervenciones estadounidenses en Afganistán, pero ofrece pocas alternativas constructivas. Otros se afilian con la línea dura, pero no pueden hacer cumplir la voluntad de Estados Unidos. También hay quienes reconocen la fragilidad de la situación actual, pero no desean entregar las llaves del mal en este momento y esperan alcanzar una serie de alternativas diferentes.
Muy a regañadientes, me anoto por la última opción.