Por James Stavridis
A pesar de toda la tensión y la agitación que se ha instalado en la relación entre Estados Unidos y China, es posible que 2022 se convierta en un pequeño respiro. Durante los próximos 10 meses, el presidente Xi Jinping tiene otros asuntos de qué preocuparse.
Más importantes que las disputas con Estados Unidos, el próximo año habrá dos acontecimientos nacionales: los Juegos Olímpicos de Invierno en febrero y el XX Congreso del Partido Comunista a mediados de otoño. En los juegos de Pekín, China tratará de demostrar su dominio tanto del espectáculo global como del COVID-19. Y, lo que es más importante, Xi querrá un proceso tranquilo de preparación del congreso del partido, donde espera obtener otro mandato de cinco años como líder, lo que lo elevaría al nivel histórico de Mao Zedong y Deng Xiaoping.
Aunque Estados Unidos y China tienen desacuerdos en diversos frentes —derechos humanos, reclamaciones territoriales en el mar de China Meridional, un oscuro conflicto en la esfera cibernética, una acelerada carrera armamentista naval y discusiones comerciales—, el próximo año probablemente no será de confrontación. Y Washington estará distraído por las elecciones de mitad de período, las mutaciones del COVID y las agudas discordias internas.
Estados Unidos debería aprovechar este año de vida tranquila y tomarse el tiempo para considerar todos los aspectos de su relación con China.
El primer paso sería publicar por fin la estrategia global sobre China que ha estado preparando el personal del Consejo de Seguridad Nacional. Lo ideal sería que ésta incluyera un componente militar (que prevea la disuasión), una estrategia tecnológica (para planificar el éxito en la fabricación de chips, la inteligencia artificial y la computación cuántica), prescripciones diplomáticas (por ejemplo, esfuerzos para unir a Estados Unidos, India, Japón y Australia en el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, o “Quad”, y para atraer a los europeos al Pacífico), una sección de valores (derechos humanos) y un plan creativo de comunicación estratégica. La unión en torno a esta estrategia coherente permitiría a Estados Unidos enfrentarse mejor a China.
La pausa en las tensiones también podría aprovecharse para avanzar en un esfuerzo que ambos países en última instancia apoyan: la mitigación del cambio climático. Aunque ESTADOS UNIDOS y China no siempre han coincidido en el calendario y los métodos para limitar las emisiones, la acidificación de los océanos, la sobrepesca y el deshielo de los polos, en ocasiones han unido sus fuerzas para arrastrar al resto del mundo. El próximo año sería un buen momento para apoyar el enérgico impulso de John Kerry para que ambas naciones se pongan de acuerdo sobre los próximos pasos concretos.
Un tercer buen uso de la pausa sería trabajar con China en la preparación de la próxima pandemia. El mundo va a convivir con nuevas variantes del COVID (¿pi? ¿sigma? ¿tau? Soy griego y conozco las letras) durante mucho tiempo. Y dado nuestro mundo superpoblado, las masas urbanas y los frenéticos viajes internacionales, otra pandemia es una certeza.
Por último, este podría ser un buen año para retomar el comercio, los aranceles y la igualdad de acceso de las empresas a los mercados chino y estadounidense. Las conversaciones iniciadas por la Administración del presidente Donald Trump nunca cobraron fuerza, los aranceles de Trump siguen vigentes, las compras chinas de productos estadounidenses no se han producido y todo el proceso parece ir a la deriva en el ancho y vacío mar. Los dos países deberían tratar de consolidar lo que tiene sentido de las conversaciones hasta ahora, y luego trabajar para avanzar en cuestiones comerciales más importantes. Nuestros mercados y negocios entrelazados pueden servir de base para una mejor comunicación.
Desde el punto de vista militar, el próximo año podría ser un momento razonable para ayudar a Taiwán a fortalecer sus defensas, para que se convierta en una especie de puercoespín, una entidad espinosa e indigerible que pueda disuadir a China de utilizar la fuerza para doblegar a la que consideran una “provincia rebelde”. Esto podría incluir la venta de armas antibuque, minas inteligentes y herramientas cibernéticas por parte de Estados Unidos, así como ejercicios y entrenamientos a pequeña escala.
Naturalmente, las condiciones subyacentes en esta relación plantean desafíos. Pero dada la confluencia de los Juegos Olímpicos y el XX Congreso del Partido, se abrirá una pequeña ventana de oportunidad. La inminente llegada a Pekín del embajador Nicholas Burns, un alto diplomático de carrera (y antiguo embajador estadounidense en la OTAN), es propicia. Él puede ayudar a garantizar que el próximo año se dedique a establecer las condiciones para mejorar las relaciones.