La Hispanic Society (HS) de Nueva York, una institución que pronto cumplirá 120 años y atesora una impresionante colección de arte español de todos los tiempos, necesita hacerse “más latina” para sobrevivir a una difícil coyuntura en la que todo -la geografía, la historia y la economía- juega en su contra.
Cinco goyas, siete grecos, tres Velázquez, más de 200 Sorollas, además de piezas de Zurbarán, Fortuny, Rusiñol...: los fondos de la HS harían palidecer de envidia a muchos museos del mundo, pero en sus mejores tiempos, hace 70 años, lo máximo que llegaron a tener fueron 50,000 visitantes anuales, cifra que ha ido reduciéndose sin remedio.
Para agravar las cosas, cerró en el 2017 para entrar en profundos trabajos de restauración, que se alargaron por la pandemia, y ahora sus responsables prometen que reabrirán al menos la emblemática “sala Sorolla” para el 2023, cuando se cumple el centenario de la muerte del pintor valenciano, tan unido a la HS desde sus inicios.
“Nuestro problema es que nos conocen mejor en Europa que en esta ciudad”, dice uno de sus trabajadores, poniendo el dedo en la llaga de su pecado original. Con otras palabras, dice lo mismo Luis Miranda, histórico activista hispano en Nueva York: “Durante décadas, lo único que les importaba eran los reyes de España, y no su barrio que está lleno de dominicanos”.
Algo parece estar cambiando con el nuevo director, el francés Guillaume Kientz, que se hizo cargo de la institución en el 2021: “Es cierto que no se podía leer su identidad -reconoce- pero ahora vamos a hacer que esto sea una celebración y promoción de las comunidades hispana y lusohablante”.
Una joya escondida
Se suele decir que la Hispanic Society es una joya escondida, y es más que una metáfora: situada entre las calles 155 y 156 de Manhattan, colindante con Harlem, se ha quedado muy lejos del corazón cultural de Nueva York, donde se encuentran los principales museos.
No es casualidad que los centros culturales que se fundaron a su vera -la Sociedad Geográfica de América, la Sociedad Numismática y el Museo del Indio Americano- abandonaran el lugar para “bajar” al corazón de Manhattan, en compañía de los museos más visitados de la ciudad. Solo quedó a su lado la Academia Americana de Artes y Letras.
Ahora, el nombre de la Hispanic Society no aparece en ninguna de las listas de museos más populares de Nueva York o en las guías turísticas. De hecho, los turistas son casi invisibles en esa zona del Alto Manhattan.
Cuando la HS fue fundada en 1904 por el magnate Archer M. Huntington -un enamorado de España y coleccionista compulsivo-, había expectativas de que el centro comercial y cultural de Manhattan se desplazara hacia el norte, pero sucedió lo contrario y el barrio se degradó al verse golpeado por la inseguridad en los años ochenta.
Hoy en día, la actividad cultural de este barrio donde dominan los dominicanos y puertorriqueños tiene más que ver con los conciertos de merengue y reguetón que con los museos, y de hecho los locales de la HS y la explanada de la Terraza Audubon están casi siempre vacíos. No ayuda que la verja que da acceso a la terraza aparezca las más de las veces cerrada o entornada.
Pero además, el propio nombre de la Hispanic Society remite más a un club -de los tantos que abundan en Nueva York, con estrictas reglas de acceso- que a un museo, y también la configuración arquitectónica casa mal con el concepto moderno de un museo: su galería principal, de terracota roja, recuerda más a una iglesia que a una sala de exposiciones, y además el edificio carece de auditorio, cafetería o tienda de suvenires.
La Junta Directiva de la HS ha barajado en las pasadas décadas distintos planes para revitalizar la institución, como cambiar el nombre, cambiar la ubicación y hasta descatalogar el edificio como histórico -para poder acometer obras sin tantas limitaciones-, pero ahora nada de esto está sobre la mesa.
En cuanto al carácter de sociedad sin ánimo de lucro -que limita sus ingresos- Kientz reconoce que la colección principal nunca podrá recibir visitas de pago, pero cabría cobrar entradas por exposiciones temáticas.
El hecho es que los gastos de funcionamiento se elevan a US$ 5.6 millones anuales, y a ello hay que sumar US$ 25 millones que necesita la restauración de su “ala este” y US$ 30 millones más que se requieren para dar accesibilidad al patio de la terraza y convertirlo en espacio cultural abierto.
Abrirse a un barrio latino
La tabla de salvación de la HS no es tanto su colección -pese a que es su gran riqueza- como su apertura al barrio donde se encuentra, principalmente en la explanada donde ya han empezado a promocionar a algunos artistas locales.
Luis Miranda reconoce que la nueva dirección se ha vuelto muy activa en su apertura al barrio -con actividades escolares incluidas-, pero lanza un consejo: “para sobrevivir, no importa el edificio, importa la comunidad”.
“Tienen un pecado original, pero en la religión católica -bromea-, el pecador siempre tiene una oportunidad de arrepentirse, así sea minutos antes de morir”.
En el imponente edificio de la HS, están grabados en piedra los nombres de Calderón, Góngora o Santa Teresa, además de conquistadores como Hernán Cortés o Cabeza de Vaca. Y en la explanada, domina una estatua casi amenazante del mismísimo Cid Campeador, que empuña una lanza en el Alto Manhattan.
Rehabilitar el cuerpo y el alma del lugar parece una difícil empresa. Sin embargo, Kientz no quiere rendirse al pesimismo: “Queremos ser una vitrina, una embajada y un instrumento de diálogo entre culturas”.