En un majestuoso edificio frente al Capitolio en Washington, la Corte Suprema actúa como árbitro final en temas legales fundamentales para Estados Unidos, que pueden incluir la pena de muerte, los derechos de las minorías, el racismo y las controversias electorales.
Creado en virtud del artículo III de la Constitución, el tribunal consta de un presidente y ocho jueces asociados, todos designados de manera vitalicia.
El presidente Joe Biden nominó este viernes a Ketanji Brown Jackson como la primera mujer negra en la historia para integrar el alto tribunal. Todavía debe recibir el aval del Senado en una audiencia de confirmación.
Jackson fue designada en reemplazo del progresista Stephen Breyer, quien se jubilará a finales de junio, por lo que, de confirmarse su nombramiento, no cambiará la composición ideológica de la máxima corte, con seis de los nueve miembros de tendencia conservadora.
Algunos de sus integrantes deciden retirarse y otros ejercen el cargo hasta su muerte, como la progresista Ruth Bader Ginsburg, quien falleció en el 2020 a los 87 años y que llegó a ser la jueza en funciones de mayor edad.
El tribunal cuenta hoy con tres conservadores designados por el predecesor de Biden, Donald Trump.
Al igual que todos los funcionarios públicos y presidentes de Estados Unidos, los jueces de la Corte Suprema pueden ser acusados y destituidos de sus cargos si son declarados culpables de traición, corrupción u otros delitos graves, algo que hasta ahora nunca ha sucedido.
El Senado decide
La corte celebró su primera sesión en 1790 y los jueces han servido durante un promedio de unos 15 años.
Sin embargo, algunos sirven mucho más tiempo. Anthony Kennedy, quien se jubiló en el 2018, fue designado en 1987 por el entonces presidente Ronald Reagan y confirmado al año siguiente.
Cualquier candidato a juez del máximo tribunal debe ser propuesto por el presidente y, posteriormente, sobrevivir a una audiencia de confirmación por parte del Comité Judicial del Senado. Por último, debe ser aprobado por el pleno de la Cámara alta.
Para que un asunto llegue a la Corte Suprema, el demandante tiene que impugnar la constitucionalidad de un fallo de un tribunal federal de apelaciones o, en algunos casos, de un tribunal estatal.
Sin embargo, los jueces son los que deciden qué casos admitirán para examinar.
El alto tribunal abre su sesión anual el primer lunes de octubre y se reúne hasta finales de junio.
Tras la irrupción del coronavirus, celebró audiencias de forma remota antes de reanudar de manera presencial en octubre pasado.
“¡Oyez! ¡Oyez! ¡Oyez!”
Los magistrados ingresan a la sala del tribunal a las 10H00 locales para las sesiones públicas.
El sonido del mazo indica que los presentes deben ponerse de pie y permanecer así hasta que los jueces con sus togas negras se acomodan en sus asientos.
El alguacil de la corte anuncia el inicio de la sesión con la tradicional frase: “El honorable, el presidente del tribunal y los jueces asociados de la Corte Suprema de Estados Unidos. ¡Oyez! ¡Oyez! ¡Oyez!”, una expresión antigua que significa “escucha”, con la que se pide silencio y atención.
“Se exhorta a todas las personas que tengan asuntos ante la honorable Corte Suprema de Estados Unidos que se acerquen y presten atención, porque la corte ya está sentada. ¡Dios salve a Estados Unidos y a esta honorable corte!”
Tras recibir los argumentos escritos de ambas partes en litigio, así como los testimonios de los amicus curiae (“amigo de la corte”) no litigantes, los abogados que representan a cada parte tienen solo 30 minutos para argumentar su caso, tiempo durante el cual los jueces pueden hacer preguntas.
En ocasiones, la Corte Suprema devuelve los casos a un tribunal inferior para que los vuelva a examinar y los jueces también pueden escuchar solicitudes urgentes, como una apelación para detener o posponer una ejecución inminente.
Los fallos de los tribunales son aprobados por mayoría y sus opiniones son redactadas por uno de los jueces. Los demás magistrados pueden agregar sus propios comentarios o, si se oponen al fallo aprobado por la mayoría, escribir una opinión disidente.