¿Qué hacer con los cientos de locales que se han quedado vacíos en Nueva York por culpa de la pandemia? Una idea: llenarlos de esculturas, pinturas, conciertos, danza y otras formas de arte, según el proyecto de una organización cultural sin ánimo de lucro ligada a una dinastía inmobiliaria de la ciudad.
“Llevo en esto 27 años y cuando la pandemia empezó, pensamos que era un momento importante para nosotros, para estimular, porque había muchos locales a pie de calle vacíos y mucha gente estaba aislada”, explica la creadora de ChaShaMa, Anita Durst, al mostrar dos locales recién “reanimados”.
ChaShaMa colabora con grandes propietarios para ofrecer a la comunidad artística espacios comerciales en desuso a precios asequibles y, más recientemente, se los alquila gratis temporalmente a “start-ups” o empresas emergentes en colaboración con el Ayuntamiento de Nueva York, para que ganen visibilidad y tráfico.
“Una vez Nueva York abrió, pusimos tiendas en nuestros espacios para crear actividad, y lo estamos haciendo para negocios que son propiedad de minorías y mujeres”, explica la empresaria, que ha reactivado sesenta locales en ocho meses y está de estreno en la céntrica estación de autobuses.
La estación, conocida como Port Authority, luce ahora un teatro donde antes había una tienda de galletas, de la mano de la compañía TheLoveShowNYC, que realizará una “performance” llamada “Welcome Home” en la que los viandantes se asoman a un escenario “onírico” poblado por intérpretes, titiriteros y bailarines.
Angela Harriell, su directora y coreógrafa, está ensayando antes de su primera función y se emociona al recordar su vuelta a los espectáculos hace unos meses detrás de un escaparate de ChaShaMa. Considera este nuevo proyecto un “peldaño importante”: “Siempre he querido abrir mi propio teatro, y esto es un paso”.
“Queremos compartir nuestro arte con la gente y ver lo que ocurre, poner el corazón y hacerlo lo mejor posible. Desde la pandemia parece que no hay nada definitivo, así que estoy tomándome esto poco a poco”, dice, feliz de alegrar el día a su nuevo público, generalmente trabajadores que van y vienen a sus labores.
Durst, que se define como la hija de unos “padres hippies” sin otras precisiones en la web de su organización, saluda con un abrazo a Harriell, se quita los zapatos, hace estiramientos en el suelo y habla con entusiasmo de las solicitudes de espíritus creativos de lo más curiosos, como unos bailarines que usan espadas de luz al estilo Star Wars.
La impronta Durst
Pero su apellido es ilustre en Nueva York, ya que es hija del magnate inmobiliario Douglas Durst, heredero y presidente del imperio Durst Organization, fundado a principios del siglo XX, que ha desarrollado y posee numerosos inmuebles por toda la ciudad, incluidos algunos rascacielos del área de Times Square.
Es más: cuenta con un pasaje a su nombre, Anita’s Way, en una céntrica calle neoyorquina, junto a la torre del Bank of America -sede de la compañía Durst- en el que a diario actúan artistas bajo el famoso Reloj de la Deuda Nacional inventado por su abuelo, que cuelga en lo alto del lugar.
Su impronta artística destaca en esta zona donde se mueven los hilos del capitalismo. A un bloque hay un local de ChaShaMa en el que el artista italiano Tomaso Albertini exhibe coloridos retratos que captan la mirada de muchos empleados enchaquetados, y todo por un precio de alquiler nimio, indica con un gesto.
Y es que la trayectoria de Anita contrasta con la de todos sus familiares, al haber elegido dedicarse a poner espacios a disposición de unos 30,000 artistas y pequeñas empresas: “Empecé a hacer esto a los 19 años, cuando alguien me pidió encontrarle un lugar para hacer arte donde normalmente no se ve”.
Uno de esos negocios es Art To Ware, una tienda impulsada por la afroamericana Lesley Ware que expone los productos, mayoritariamente de moda, de más de una decena de diseñadores y artistas locales con el denominador común de ser sostenibles, hechos a mano y “socialmente conscientes”, según dice.
“Ha sido genial reabrir con la ciudad como empresaria”, señala Ware, quien gracias al programa “Storefront Startup” ha abierto tres tiendas y que considera que está aportando su granito de arena para hacer más inclusivos el comercio minorista y la moda junto a su equipo de ocho empleados.