La palabra sueca “flygskam”, o su versión alemana “Flugscham”, significa “vergüenza de volar” y es una de las palabras insignia del año 2019. Si bien no es fácil separar su efecto en los negocios de las aerolíneas de otros factores, parece que se evidencia una caída en el tráfico aéreo en países donde las personas se preocupan más por el cambio climático.
En noviembre, el número de personas que optaron por vuelos nacionales en Alemania cayó 12% interanual, mientras que el número de pasajeros intercontinentales aumentó y los viajes dentro de Europa tuvieron una caída menos brusca. A medida que el tráfico ferroviario sigue en aumento, parece que muchas personas prefieren el tren cuando no toman mucho más tiempo que volar y esperar en los aeropuertos.
Esto no resulta necesariamente de la vergüenza de volar. La Organización Europea para la Seguridad de la Navegación Aérea, también conocida como Eurocontrol, resaltó en su informe de noviembre sobre tráfico aéreo europeo que la caída en los vuelos nacionales de Alemania se explicaba en gran medida por la huelga de la tripulación de cabina de Deutsche Lufthansa AG.
Además, la reducción de tráfico en otros países europeos, como Francia y el Reino Unido, fue una consecuencia de la bancarrota del operador de viajes Thomas Cook Group Plc. Los vuelos nacionales han venido cayendo en India también, debido a una desaceleración económica y no por temores de cambio climático.
Datos de Eurocontrol, sin embargo, revelan que hay algo en la hipótesis de la vergüenza de volar. De acuerdo con una reciente encuesta de Eurobarometer, Suecia, Dinamarca, Malta, Finlandia, Alemania y el Reino Unido son los países europeos con el porcentaje más alto de personas que creen que el cambio climático es el problema número uno del mundo.
En Suecia y Finlandia, el número de vuelos dentro de Europa ha caído entre enero y octubre; en otros países que se preocupan más por el cambio climático, ha aumentado, pero de manera menos marcada que en países donde las personas no están tan preocupadas.
Por supuesto, con base en estos datos, es imposible establecer una correlación científica entre el sentimiento de las personas sobre el cambio climático y sus preferencias de transporte. En cada país, las elecciones de las personas dependen de una combinación entre geografía, el estado de la infraestructura, las vacaciones y tradiciones laborales y, lo más importante, la economía.
Además, no hay mucha evidencia que indique vergüenza en otros modos de transporte. Sus emisiones han aumentado más rápido que las del sector aéreo en años recientes. La mayor fuente está en automóviles y camiones.
De hecho, el año pasado, en la respetable Suecia, las emisiones del transporte terrestre aumentaron —en gran parte debido a un tráfico de camiones más pesado. Sin embargo, también porque —a pesar de toda la consciencia de cambio climático en el país—, las personas no están manejando mucho menos o haciendo rápidamente el cambio a automóviles con un uso eficiente del combustible o a vehículos eléctricos.
El número de automóviles en uso ha ido aumentando en Suecia, y su edad promedio, de 9.9 años —aunque es menor que el promedio de la UE de 10.8 años—, es más alto que en algunos países menos preocupados por el cambio climático.
Aun así, al menos en los países con mayor consciencia climática, las personas están dispuestas a cambiar sus hábitos de vuelos para reducir las emisiones. Infortunadamente, eso no significa que los cambian en las maneras más eficientes.
Menos vuelos cortos tendrá un cierto efecto positivo: dado que las emisiones llegan al grado más alto durante el despegue y el aterrizaje, los vuelos más cortos son los que emiten más carbono en la atmósfera por kilómetro volado. Sin embargo, si uno decide viajar en un vehículo que ya está viejo, y sin el cupo lleno de acompañantes, la vergüenza de volar es una simple moda en lugar de una contribución útil a la reducción de emisiones.
Probablemente es hora de que los formuladores de políticas ayuden a las personas a organizar sus prioridades al adoptar la antigua idea de comercio de carbono. Si las personas reciben un mismo monto de créditos de carbono a inicio de año, y pueden gastar en diferentes tipos de viaje y uso de energía según una lista de precios nacional unificada, pronto entenderán qué funciona para ellas a nivel personal.
La necesidad de comprar créditos adicionales, o la capacidad de vender una parte de lo asignado, debería ser un incentivo para solucionar el tema.
Dichos esquemas serían complejos y difíciles de manejar. Sin embargo, al menos en los países nórdicos, dado que tienen una población pequeña y una excelente infraestructura de Internet, no son imposibles. La vergüenza que se genera ante una motivación ambiental está muy bien, pero una motivación económica probablemente sería más efectiva.
Por Leonid Bershidsky