Levantar el puente levadizo ha sido una respuesta a la guerra y a la peste a lo largo de la historia de la humanidad, y el tumultuoso invierno boreal del 2022 ha llevado igualmente a los países a mirar hacia dentro, aunque parece prematuro hablar de que la era de la globalización puede estar llegando a su fin.
El daño al comercio internacional derivado de la invasión rusa de Ucrania y de la pandemia COVID-19, aún no superada, ha hecho que los gobiernos y las empresas sean más conscientes de que necesitan cadenas de suministro más resistentes, aunque eso les cueste más.
Y a medida que la confianza en los mecanismos que impulsan la economía mundial se pone en tela de juicio en medio de una lucha por los recursos, voces destacadas -entre ellas la del jefe del gigante de la gestión de activos Blackrock, Larry Fink- han advertido del fin de la globalización.
La Organización Mundial del Comercio (OMC), por su parte, presiente al menos una desaceleración.
Es probable que en las próximas semanas reduzca a la mitad su actual previsión de crecimiento del comercio mundial del 4.7% para este año, según un funcionario en Ginebra.
Para su directora general, Ngozi Okonjo-Iweala, el mejor remedio para el doble choque de la guerra y el COVID es redoblar la apuesta por el comercio.
“No es el momento de replegarse”, dijo a los miembros de la OMC esta semana. “Es el momento de subrayar la importancia del multilateralismo, la solidaridad global y la cooperación”.
Okonjo-Iweala dijo que una oferta resistente se lograba mejor con un mercado internacional más profundo y diverso, en lugar de concentrar el abastecimiento y la producción en el país, lo que conlleva otros propios riesgos.
La invasión rusa de Ucrania y las sanciones occidentales impuestas a Moscú ya han provocado recortes del suministro de alimentos, al reducirse las exportaciones de grano de la región.
Global Trade Alert, una base de datos sobre las políticas gubernamentales en materia de comercio internacional, afirma que este año se ha producido el mayor número de cambios de políticas que afectan a bienes esenciales desde el estallido del COVID-19, cuando se limitaron los suministros médicos, y que 18 países han establecido controles a la exportación de alimentos y fertilizantes.
Según la base de datos, se han establecido 49 controles sobre estos dos productos, 31 de ellos en el mes transcurrido desde la invasión rusa de Ucrania, y sólo dos se han eliminado desde entonces.
Ojos en China
A más largo plazo, los responsables políticos están pendientes de China, que podría fragmentar la economía mundial si decide alinearse estrechamente con Rusia.
Abordando esa preocupación, el gobernador del Banco de Inglaterra, Andrew Bailey, dijo que la situación, junto con las fuertes oscilaciones de los precios de las materias primas, era aún más difícil que las consecuencias de la crisis financiera mundial de 2007-2009.
“Creo que es importante que dejemos claro que no estamos abandonando nuestro compromiso con una economía mundial abierta”, afirmó en un evento el lunes.
China se ha opuesto a las sanciones contra Rusia y ha dicho que mantendrá relaciones económicas normales con Moscú.
Su comercio bilateral se ha disparado, aunque las cifras son pequeñas respecto del comercio chino con el resto del mundo.
Los analistas afirman que China podría compensar parte del dolor de su vecino comprando más a Rusia, pero evitaría caer en las sanciones. Entre bastidores, Pekín está presionando a las empresas para que tengan cuidado con las inversiones en Rusia.
Sin embargo, Wang Yiwei, director del Instituto de Asuntos Internacionales de la Universidad Renmin de Pekín, dijo que la crisis de Ucrania había puesto de manifiesto la dependencia de Europa de la energía rusa y aumentaría su preocupación por la dependencia de China.
“El conflicto entre Ucrania y Rusia ha puesto de manifiesto los riesgos de la globalización y de la tendencia a la desglobalización”, afirmó.
La economía mundial está evolucionando hacia la regionalización, dijo, y citó como ejemplo el pacto comercial de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) de 15 miembros.
En su carta a los accionistas de hace una semana, Fink, de Blackrock, fue más contundente al declarar el fin de tres décadas de globalización. Las empresas estaban volviendo a analizar sus estructuras de fabricación, algo que el COVID ya les había estimulado a hacer.
“Y aunque la dependencia de la energía rusa está en el punto de mira, las empresas y los gobiernos también analizarán de forma más amplia su dependencia de otros países”, manifestó Fink.
Patrick Harker, presidente de la Reserva Federal (Fed) de Filadelfia, dijo que las constantes oleadas de COVID que afectan a las cadenas de suministro han impulsado un esfuerzo concertado para construir una red más resistente, pero este seguro tendrá un costo.
Como recordatorio de que la pandemia no ha terminado, el enfoque chino de “cero COVID” ha dejado a Shanghái, la ciudad más poblada del país y el mayor puerto de contenedores del mundo, en estado de cierre.
El exjefe de la OMC, Pascal Lamy, afirmó que, más que una desglobalización, el mundo parece abocado a un periodo de “equilibrio lento”.
El comercio de servicios, en particular, debería mantener el crecimiento de las transferencias a través de las fronteras nacionales, pero es probable que se produzca una cierta deslocalización de las mercancías, aunque limitada.
“El COVID y, hasta cierto punto, Ucrania, nos han dicho que tenemos que tener en cuenta más riesgos”, declaró. “La deslocalización se produjo porque era más eficiente. La relocalización se produce porque han aparecido fragilidades que no se habían tenido en cuenta. Está limitado por el hecho de que es costoso y que los consumidores tendrán que pagar este precio extra”.