Por Javier Blas
Las luces se están apagando sobre la industria petrolera rusa, literalmente.
El Kremlin está haciendo todo lo posible para ocultar el impacto total de las sanciones formales e informales sobre la energía tras su invasión a Ucrania. Pero Moscú no puede esconderse de los satélites que sobrevuelan Siberia y que miden la cantidad de luz que emiten sus yacimientos petrolíferos al quemar el gas no deseado: mientras mayor sea la producción, más quema y más luz, y viceversa.
Los datos de quema, combinados con la información anecdótica de los comerciantes y filtraciones de las estadísticas oficiales rusas, sugieren que, tras ocho semanas de guerra, Moscú finalmente está sucumbiendo al impacto de las sanciones impuestas por los Gobiernos y las autosanciones de las empresas. En promedio, la producción de petróleo rusa ha descendido un 10% con respecto al nivel anterior a la guerra.
Es probable que se produzcan más pérdidas de producción a medida que las refinerías y los comerciantes occidentales abandonen Rusia tras el vencimiento de los contratos de suministro en las próximas semanas.
La Unión Europea también está estudiando la posibilidad de reducir sus compras de petróleo ruso, tratando de encontrar la forma de sortear la oposición alemana a las medidas. “Estamos desarrollando mecanismos inteligentes para que el petróleo también pueda incluirse en el próximo paquete de sanciones”, declaró la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, al periódico Bild am Sonntag.
Para los consumidores —y los bancos centrales en modo de lucha contra la inflación—, la disminución de la producción rusa señala el comienzo de una segunda ola, y probablemente más duradera, de alzas de los precios del petróleo. Para Vladímir Putin, lo que está en juego es aún mayor: los ingresos por las ventas de petróleo y gas han contribuido hasta ahora a amortiguar el impacto de las sanciones internacionales, estabilizando el rublo y financiando su maquinaria militar. Un descenso duradero de la producción que supere cualquier aumento de precios sería un obstáculo a largo plazo para la economía rusa, además de los costos directos de la guerra.
La primera fase de la crisis del precio del petróleo provocada por la invasión de Putin fue tan intensa como breve. La producción rusa demostró ser más resistente de lo esperado; los cierres por el covid en China redujeron la demanda, y Estados Unidos y sus aliados liberaron millones de barriles de sus reservas estratégicas de petróleo. El Brent, la referencia mundial, subió inicialmente a US$ 139.13 el barril el 7 de marzo en los primeros días de la campaña militar rusa, pero retrocedió casi un 30% hasta un mínimo de US$ 97.57 el barril el 11 de abril.
La segunda fase probablemente se desarrollará en cámara lenta durante un período más largo, con el riesgo de que se produzcan más estragos económicos. El crudo Brent ya ha vuelto a subir hasta cerca de los US$ 110 por barril, y es probable que los precios aumenten gradualmente a medida que el mercado absorba las pérdidas de oferta. Todavía faltan dos meses y medio para la máxima demanda estacional, con el período de vacaciones de verano del hemisferio norte; y los precios minoristas de la gasolina seguramente subirán.
El Brent ha alcanzado un promedio de US$ 99.20 por barril en lo que va del año. En el 2008, cuando los precios llegaron a un máximo histórico, el precio promedio hasta la fecha era de US$ 98.40 el barril. El único alivio potencial son las malas noticias económicas: una recesión en Estados Unidos y Europa es el obstáculo más claro para que el petróleo supere los US$ 100.
Es probable que la producción rusa de petróleo caiga aún más en los próximos meses, a juzgar por las estadísticas de OilX, una consultora que utiliza datos de imágenes de los satélites de la NASA para medir la quema. Se estima que la producción cayó a principios de este mes a un mínimo de 9.76 millones de barriles diarios.
En promedio, Rusia bombeó unos 10,2 millones de barriles diarios en las dos primeras semanas de abril. Si bien las pérdidas parecen haberse estabilizado en los últimos días, abril representa una gran caída desde los 11.1 millones de febrero, antes del impacto de la invasión a Ucrania, y los 11 millones de marzo.
El comportamiento de las propias compañías petroleras rusas pone de manifiesto el descenso de la demanda internacional de su producto. Rosneft PJSC, controlada por el Estado, está intentando vender millones de barriles de crudo en Europa y Asia a través de licitaciones que se cierran el jueves.
Normalmente, Rosneft vende a través de acuerdos a largo plazo con comerciantes de materias primas como Vitol Group, Trafigura Group y Glencore Plc. Pero los agentes occidentales se enfrentan a una fecha límite del 15 de mayo de la UE que restringe sus tratos con Rosneft y otras empresas rusas a la actividad “esencial” necesaria para abastecer a la UE. Lo que significa esencial está abierto a la interpretación, y, por ahora, muchos comerciantes se limitan a reducir sus transacciones.
Si las pérdidas de producción en lo que va de abril continúan y aumentan en mayo, como esperan muchos en la industria, las leyes de la oferta y la demanda se impondrán. Los mercados del petróleo son como el proverbial buque petrolero: tardan en girar. Pero están girando. Y eso significa que los precios vuelven a subir.