La campaña de vacunación de China tuvo un comienzo difícil dado que la eliminación del COVID-19 a nivel local significó que la mayoría de las personas no sintió ninguna urgencia por protegerse. Pero una combinación de propaganda, obsequios y presión a través de los comités vecinales y las redes de oficinas pronto dio resultados.
Ahora, China vacuna a 20 millones de personas todos los días, un ritmo líder en el mundo. Se han distribuido más de 700 millones de vacunas en total, y las principales ciudades como Pekín alcanzarán la inmunidad colectiva en cuestión de semanas.
Mientras que otros países abren sus puertas rápidamente, suavizan las restricciones y levantan los mandatos de uso de tapabocas después de la vacuna, China parece no tener ningún deseo de pasar página.
Sus fronteras permanecen firmemente cerradas al mundo exterior, y en un último brote en Guangzhou, las personas estuvieron sujetas a las mismas cuarentenas estrictas y pruebas masivas que han sido su modus operandi contra el COVID-19 desde el primer brote en Wuhan.
La mayoría de chinos han llevado una vida normal durante el último año, salvo la posibilidad de viajar al extranjero y no necesitaban vacunas para reunirse con sus seres queridos, como fue el caso en Estados Unidos. Pero que China no tenga planes posteriores a la vacunación va en contra incluso de otros lugares asiáticos cautelosos que también frenaron la transmisión del COVID-19, como Hong Kong y Singapur, donde los Gobiernos están ansiosos por unirse al mundo.
Hay algunas razones por las que China va con tanta cautela. Primero, se desconoce si sus vacunas detendrán la transmisión o solo mantendrán a raya la enfermedad y la muerte. De ser la última opción, la apertura podría provocar una oleada de infecciones. Eso no debería ser un problema mientras la gran mayoría de las personas no se enfermen, pero como Pekín se enorgullece enormemente de contener el coronavirus, es difícil imaginar que las autoridades chinas toleren titulares tan globales.
Dado su enorme mercado interno, China también puede mantenerse aislado del mundo durante mucho más tiempo que los lugares más pequeños que dependen de los viajes.
Pero no podrá hacerlo de forma indefinida. Y mientras otros lugares abren sus economías y dejan el COVID-19 atrás, China corre el riesgo de pasar de ser un ganador de la contención a una especie de “reino ermitaño” en un mundo posterior al coronavirus.