Una recesión, la creciente pobreza y medidas de austeridad acosan a la clase media y a los pobres de Argentina. Casi el 11% de la población no tiene trabajo. El peso sigue devaluándose y el Fondo Monetario Internacional calcula que la inflación llegará al 57% este año. Mientras el país se prepara para las elecciones presidenciales del domingo, muchos argentinos abrumados por la crisis cuentan sus historias.
-Macarena Contreras-
Macarena Contreras, una indigente que perdió su trabajo como niñera hace dos años, sacó de la basura dos animales de peluche. Se los va a dar a sus tres hijos, de tres a ocho años, que viven con su madre.
Esta madre soltera de 31 años dice que no ha podido encontrar trabajo como niñera porque la gente ya no tiene dinero para ese gasto. Terminó durmiendo debajo de un puente tras romper con su pareja y quedarse sin ingresos. “Nos estamos haciendo la guerra entre argentinos”, afirma.
Dice que no hay solidaridad con personas como ella y que impera una paranoia que hace que los pobres sean considerados ladrones. “La calle es un rato nomás, no es para vivir, no es vida para nadie la calle”.
-Luciano Carpigniano-
Luciano Carpigniano, de 37 años, perdió su trabajo en una tienda de electrodomésticos hace un año.
Dice que la inflación hace que piense seriamente en abrir su propio negocio, para no depender de un empleador, o irse a España.
“Acá la economía del país te cambia la realidad de tu negocio en pocos días”, señala. No cree que ninguno de los candidatos a la presidencia pueda modificar eso.
-Camila Di Cesare y Sofía González-
El negocio donde trabajan en una de las avenidas más transitadas de la capital está por cerrar. Su patrón les avisó con diez días de anticipación.
Di Cesare, madre soltera de 27 años, dice que el 80% de su sueldo se va en el cuidado de su hijo de un año, para que ella pueda trabajar.
“Mi generación está acostumbrada a romperse el cu.. y quedarse sin laburo (trabajo) de la nada”, se queja.
Dice que quiere irse de Argentina, “en un máximo de dos años”. “No creo que esto vaya a cambiar nunca”, se lamenta.
-Zulma Pérez-
Zulma Pérez recicla basura y sobrevive con el equivalente a unos US$ 160 al mes. No puede pagar un alquiler, por lo que a los 61 años se fue de la ciudad de Salta a una casucha en una villa miseria llamada Virgen de Urkupiña, con calles de tierra que da paso al barro cuando llueve.
No puede pagar por gas, por lo que su familia de cuatro personas cocina con leña.
Ella y su marido esperan que el gobierno les dé a ella y a sus vecinos los títulos de la tierra donde viven y que se construya un alcantarillado y se pavimenten las calles. Pérez puede tomar la medicina que necesita para el corazón gracias a donaciones de cardiólogos.
-Sebastián Figueroa-
En el 2018 Sebastián Figueroa fue despedido por la azucarera para la que trabajaba en Salta. Cuando estaba casado, Figueroa, de 43 años, sostenía a su esposa y su hija en un barrio donde surgieron de repente cuatro comedores comunitarios donde no había ninguno.
Hora que se separó, recibe ayuda de sus tías para pagar por la universidad de su hija de 21 años.
Figueroa responsabiliza al gobierno por lo que describe como la explotación de quienes todavía tienen trabajo y la falta de oportunidades para quienes no lo tienen.
-Vanesa Rivarola-
Vanesa Rivarola se sienta con una de sus dos hijas en un parque, donde espera cambiar un par de zapatos por dos bolsas de harina, en un arreglo que hizo con un desconocido a través de la internet.
Hace tres años, esta mujer de 40 años dejó su trabajo en una fábrica de zapatos para cuidar a sus hijas y a su madre enferma, ya que no podía pagar para que alguien estuviese con ella. Hoy participa en un grupo online cuyos miembros intercambian comida por alimentos.
“El pobre ayuda al pobre, porque los que están allá arriba, olvidate”, expresó. “El que está ahí arriba no lo ve”.
-Carlos Araya-
Carlos Araya vive en una casucha de bloques de hormigón en San Justo, un barrio pobre de la provincia de Salta.
Su familia de ocho miembros comparte una cama y cocina con leña. Hace cuatro años, este hombre de 62 años mantenía a su familia trabajando como pintor y jardinero, y pagaba por un terreno donde empezó a construir una casita.
Pero en el 2017 la economía se vino abajo, perdió lo que había invertido y se esfumó su sueño de salir de la pobreza. Construyó él mismo la casucha donde vive ahora. Sus hijos reciben una comida en la escuela.
En la casa, se come solo arroz y papas. Apenas sobreviven con lo que gana la esposa de Araya vendiendo cosméticos y con una pensión por incapacidad.
-Victoria Canetes-
Victoria Canetes trabajó por 20 años en la fábrica de golosinas Suschen que hace poco fue tomada por algunos de sus trabajadores después de que su dueño la abandonase tras 47 años de operaciones.
Canetes y otros empleados dicen que el dueño les debe sueldos atrasados, pero esta mujer con una hija adolescente se siente optimista acerca del futuro de la empresa.
Conocida por producir una de las golosinas más famosas de Argentina, las “Mielcitas”, el negocio está siendo convertido en una cooperativa, propiedad de sus trabajadores.
Por ahora no gana un sueldo y su familia de tres vive con lo que gana su esposo en un restaurante.
-Claudio Sosa-
Claudio Sosa, de 29 años, de la provincia de Salta, consigue ropa en el vertedero donde busca cosas para reciclar, lo que le genera unos 60 dólares por mes.
Obrero de la construcción que no encuentra trabajo, Sosa se fue de la casa de su madre y se construyó una modesta vivienda de madera, lona plastificada y ladrillos que encontró en la calle.
Tiene una sola lamparita. Dado que no consigue trabajo en la construcción, dice que seguirá escarbando en el vertedero en busca de cartones y plásticos que pueda vender.
-Mari Roldán-
Mari Roldán cerró hace seis meses la tienda de ropa que tuvo durante ocho años.
Hoy se la ve en una plaza tratando de vender o intercambiar algunas de las prendas que le quedaron.
Lo poco que consigue no da para pagar por el tratamiento para el cáncer de su marido, la comida y los demás gastos.
“Es humillante estar acá”, dijo en alusión a su presencia en la plaza.
-Carlos Sequeira-
Carlos Sequeira trabajó durante tres décadas en el icónico bar Plaza Dorrego, fundado hace más de 140 años en Buenos Aires.
Cuando su patrón dejó de pagar los sueldos el 1ro de octubre y abandonó la propiedad, Sequeira y otros seis empleados mantuvieron el restaurante abierto y están tratando de crear una cooperativa.
Sequeira dice que el viejo dueño les debe dos meses de sueldos y dos años de aportes jubilatorios.
Afirma que se lleva dinero a su casa solo si sobra algo después de pagar los impuestos, a los proveedores y otras cuentas. Lo que queda se lo dividen en siete partes iguales.