La variante ómicron, reportada el 24 de noviembre, está causando pavor en gran parte del mundo. Los inversionistas han reaccionado vendiendo acciones de aerolíneas y cadenas hoteleras, ante la horrorosa perspectiva de más confinamientos, cierre de fronteras y consumidores nerviosos. El precio del petróleo ha descendido US$ 10 el barril, un nivel de caída que suele asociarse con amenazas de recesión.
Todavía es pronto para afirmar que las 35 mutaciones de ómicron le permiten ser más contagiosa o letal que la predominante variante delta. A medida que los científicos analicen la data, el panorama epidemiológico se aclarará. Pero la amenaza de una nueva ola global de covid-19 se cierne sobre la economía mundial, amplificando tres peligros existentes.
El primero es que restricciones más severas en países avanzados perjudicarán el crecimiento. Muchos han bloqueado o condicionado el ingreso de viajeros procedentes del sur de África. La pandemia puso fin abrupto a una era de viajes internacionales sin restricciones y aunque este año hubo cierta flexibilización, lo sucedido las dos últimas semanas muestra que las puertas se cierran más rápido de lo que se abren.
También es probable que ómicron intensifique las limitaciones al libre movimiento dentro de los países. Varios europeos ya estaban restringiendo muchas actividades, a fin de combatir el aumento de contagios por la variante delta. La largamente esperada recuperación del enorme sector de servicios del mundo rico, desde hospedajes hasta conferencias, ha sido pospuesta.
El segundo peligro es que la nueva variante podría agravar la inflación. El riesgo es mayor en Estados Unidos, donde el excesivo estímulo fiscal ha sobrecalentado la economía y los precios al consumidor subieron 6.2% en octubre (anualizado), la tasa más alta en tres décadas. Pero la inflación también está incómodamente elevada en otros países: 5.3% globalmente, según Bloomberg.
Los precios están al alza en parte porque los consumidores están comprando bienes compulsivamente, lo que ha taponado las cadenas de suministro. Para que la inflación retroceda, los consumidores tendrán que volver a gastar en servicios como turismo y restaurantes. Ómicron podría retrasar ese viraje. También podría provocar más confinamientos en nodos manufactureros clave como Malasia y Vietnam, agravando los desperfectos en el suministro. Y trabajadores cautelosos podrían postergar su retorno a la fuerza laboral, lo cual subiría los salarios.
Esa sería una razón de que el presidente de la Reserva Federal (Fed), Jerome Powell, indicase el 30 de noviembre que está a favor de un ajuste monetario. La postura es apropiada, pero tiene sus propios peligros: sus efectos indirectos podrían perjudicar a economías emergentes, que tienden a sufrir salidas de capital y depreciación de sus divisas cuando la Fed endurece su política.
Si bien esos países tienen mayores reservas y menos deuda en moneda extranjera que durante el fallido intento de la Fed por retirar su estímulo el 2013, también deben hacer frente a ómicron. Brasil, México y Rusia han elevado sus tasas de interés, lo que ayudará a contener la inflación pero podría reducir su crecimiento justo cuando acecha otra ola de contagios. Más economías emergentes podrían afrontar una decisión nada envidiable.
El tercer peligro es el menos valorado: una desaceleración en China, la segunda economía mundial. Hasta hace poco, era un ejemplo de resiliencia económica contra la pandemia, pero ahora lidia con una crisis de deuda en su vasto sector inmobiliario, campañas ideológicas contra el sector privado y una insostenible política de “cero covid” que mantiene aislado al país y sometido a draconianos confinamientos localizados cuando surge algún caso.
La economía china solo está creciendo 5%, la tasa más baja en unos 30 años (con la excepción del breve shock al inicio de la pandemia). Si ómicron resulta ser más transmisible que delta, dificultará la estrategia de China, pues tendrá que endurecer sus medidas ante cada brote, lo que perjudicará su crecimiento y alterará las cadenas de suministro.
También podría complicar la terminación de la política de “cero covid” porque la ola que inevitablemente surgirá será más fuerte, ejerciendo presión sobre la economía y el sistema de salud. Eso es especialmente cierto dados los bajos niveles de inmunidad inducida del país e interrogantes sobre la efectividad de sus vacunas.
Pero no todo es pesimismo. No habrá una réplica de los derrumbes en el PBI del 2020. Personas, empresas y gobiernos se han adaptado al virus, lo que significa que el vínculo entre PBI y restricciones sociales es un tercio de lo que era, señala Goldman Sachs. Algunas fabricantes de vacunas esperan nueva data para mostrar que sus dosis prevendrán incluso los casos más severos.
Pese a ello, ómicron —o las que vengan— amenaza con ralentizar el crecimiento y elevar la inflación. El mundo acaba de recibir un rudo recordatorio de que el camino del virus a enfermedad endémica no estará despejado.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2021