El 13 de junio, The Wall Street Journal publicó un curioso artículo que, sin citar fuentes, señalaba que la Reserva Federal (Fed) “probablemente considere” subir sus tasas de interés en 0.75 puntos porcentuales en una sesión a realizarse dos días después. Resulta que así sucedió y fue el mayor incremento en 28 años. Muchos inversionistas creen que la entidad usó a la prensa para alertar a los mercados financieros de lo que haría (aunque no con mucha antelación), lo que convertiría el artículo en un ejemplo poco convencional de “orientación anticipada”.
Los bancos centrales suelen telegrafiar lo que podrían hacer. Esta forma de orientación anticipada es tan antigua como la propia banca central, indica Willem Buiter, exmiembro del Comité de Política Monetaria del banco central británico. El de Nueva Zelanda fue el primero en adoptar una meta inflacionaria formal, en 1990, y aprendió que podía mover mercados con sus pronunciamientos (los llamó “operaciones a boca abierta”). Este tipo de orientación solo busca ser una predicción, basada en las falibles proyecciones del banco central.
Se la suele llamar “délfica” (por el oráculo de Delfos). Si la economía desafía la proyección, lo que es usual, el banco central puede desafiar la profecía sobre su propio comportamiento. En un trabajo publicado el 2012, Jeffrey Campbell, entonces economista de la oficina de la Fed en Chicago, y sus coautores, distinguieron la orientación délfica de la “odiseica”, la cual es mucho más que una predicción. Incluye una promesa o compromiso. Los bancos centrales las usan para atarse las manos, como Ulises en el mástil de su barco.
El objetivo es cambiar las expectativas del público sobre lo que harán mañana para mejorar la economía hoy. En una recesión, un banco central podría no tener margen para reducir la tasa de interés de corto plazo, así que podría prometer mantenerlas bajas por mucho tiempo, incluso después de que surjan señales de recuperación. Si el mercado le cree, las expectativas inflacionarias subirán, lo que mágicamente reducirá el costo real del crédito, incluso si la tasa de referencia ya no puede bajar más.
El lenguaje odiseico invadió la orientación anticipada tras la crisis financiera de 2007-2009. Por ejemplo, en abril del 2009, el banco central de Canadá prometió, bajo ciertas condiciones, que no elevaría su tasa por catorce meses. Compromisos similares se formularon durante la pandemia. Cuando la tasa de interés es cercana a 0%, un banco central puede decir qué hará –o dejar de hacer–. Pero si la situación es otra, el propósito de la orientación odiseica no es tan claro.
En particular, ¿por qué aplicar orientación anticipada durante un ciclo de ajuste de la política monetaria? Esa pregunta la formuló Jason Furman, execonomista jefe de la Casa Blanca. Si un banco central sabe que las tasas de interés debieran ser más altas en el futuro, nada lo detiene para subirlas ahora mismo. El 2004, Ben Bernanke (antes de ser presidente de la Fed), lo llamó enfoque “bang bang”. Si un banco central lo adopta, tendría poca necesidad de ofrecer orientación sobre sus acciones futuras porque ya habría hecho todo lo que se comprometió, de una sola vez.
Un motivo de que a los bancos centrales les gusta la orientación es porque les desagrada el enfoque bang bang. Prefieren variar las tasas de interés de a pocos y dar señales de que el primer paso no será el único. Pero si los inversionistas creen en esa orientación, los pasos futuros serán incorporados inmediatamente en las tasas de interés a largo plazo. Estos movimientos graduales en la tasa pueden ir acompañados de fuertes cambios en las condiciones financieras.
En principio, un banco central podría abandonar el gradualismo y seguir ofreciendo proyecciones no vinculantes. Pero tales pronunciamientos délficos pueden ser más problemáticos de lo necesario, pues los mercados financieros no suelen considerarlos predicciones sino promesas. Al saber esto, los bancos centrales podrían sentirse muy limitados por sus predicciones pasadas. La Fed pasó esos apuros el 10 de junio, cuando las cifras de inflación invalidaron su reciente predicción de que cada alza de la tasa de interés no superaría el medio punto porcentual.
Los mercados reaccionan mal cuando piensan que un banco central ha roto una promesa. Eso podría retroalimentar la volatilidad así como erosionar la credibilidad de la entidad, de modo que cuando necesite volver a comprometerse, sus palabras ya no serán escuchadas. Dado que es difícil mantener una promesa, un banco central no debería hacer más de las necesarias.
La Fed no podría adoptar una política monetaria de “boca cerrada” de la noche a la mañana, puntualiza Furman. Preparar a los mercados para un cambio de ese tipo requeriría tiempo. Pero podría comenzar teniéndolo en cuenta para su próximo ciclo de ajuste de su política monetaria. Mejor que eso, bromea el analista, quizás un pionero como el banco central de Nueva Zelanda podría intentarlo primero durante un año.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2022