En el 2021, la gente anhelaba algo parecido a la estabilidad. Hasta quienes aceptaron que sus vidas no serán como antes, tenían la esperanza de una nueva normalidad. Con el 2022 ad portas, es hora de aceptar la predecible imprevisibilidad mundial: lo que queda de esta década no será lo rutinario de los años precovid sino la agitación y el desconcierto de la era pandémica. La nueva normalidad ya llegó.
Los ataques terroristas del 11 de setiembre del 2001 propiciaron la transformación del transporte aéreo. Primero fueron las puertas herméticas en las cabinas de pilotaje, mayor seguridad en aeropuertos y prohibición de objetos punzantes. Luego, las sospechas recayeron en líquidos, zapatos y laptops. No se retornó a lo normal ni se estableció una nueva rutina, sino que todo estaba sujeto a modificaciones.
Hoy, el mundo es similarmente impredecible y la pandemia es uno de los motivos. Por casi dos años, el público ha vivido con cambiantes regímenes de uso de mascarillas, test, confinamientos, restricciones de viaje, carnets de vacunación y otros trámites. Cada vez que hay rebrotes de contagios o una nueva variante surge, hay que esperar que esos regímenes varíen. Es el precio de convivir con una enfermedad que aún no se hace endémica.
Aunque pasó un siglo entre la gripe española y el covid-19, el próximo patógeno global podría atacar mucho más pronto. Los gérmenes medran en un entorno de viajes y ciudades atestadas, y la proximidad de gente y animales generará la incubación de nuevas enfermedades humanas. Tales zoonosis –que tienden a emerger cada ciertos años– solían atraer poco interés. Pero al menos los próximos diez años, habrá que esperar que cada nuevo brote provoque paroxismos de precaución.
El covid-19 también ha contribuido indirectamente con propiciar este mundo impredecible al acelerar cambios tecnológicos. Las compras online, el teletrabajo y el boom de Zoom eran el futuro, pero rápidamente se convirtieron en quehaceres comunes. La pandemia también habría puesto fin a la era de baja inflación global, que comenzó en los 90 y se enraizó con la debilidad económica posterior a la crisis financiera.
Los gobiernos gastaron casi US$ 11 millones de millones para que el daño causado por el covid-19 fuese transitorio. Lo lograron, pero ese estímulo fiscal y las congestionadas cadenas de suministro han elevado la inflación global a 5%. Para reducirla, los bancos centrales suben sus tasas de interés, pero podrían verse en conflicto si sus gobiernos están endeudados. En medio de una ola de innovación en criptomonedas, divisas digitales y fintech, son posibles muchos escenarios, aunque retornar a la ortodoxia de los 90 es uno de los menos probables.
Asimismo, la pandemia ha agriado las relaciones entre las dos grandes potencias mundiales. Estados Unidos culpa al partido Comunista de China de no haber controlado el virus, que surgió en Wuhan a fines del 2019. Algunos afirman que provino de un laboratorio –idea que el Gobierno ha dejado que se propague por resistirse a investigar–.
Este país ha registrado menos de 6,000 muertes y ya no esconde su desdén por Estados Unidos y su enorme cifra de fallecidos, que a mediados de este mes superó los 800,000 (The Economist las estima en casi 1 millón). El desprecio que sienten entre sí profundizará las tensiones sobre Taiwán, el mar de la China Meridional, los derechos humanos en Sinkiang y el control de tecnologías estratégicas.
En el caso del cambio climático, la pandemia ha sido un emblema de la interdependencia. A pesar de los esfuerzos, las partículas del virus cruzan fronteras casi tan fácilmente como las moléculas de metano y dióxido de carbono. Científicos de todo el mundo han demostrado que vacunas y medicinas pueden salvar cientos de millones de vidas, pero la indecisión y el fracaso en compartir dosis frustró sus planes. Del mismo modo, frente al cambio climático, países que tienen todo para beneficiarse del trabajo conjunto no están a la altura del reto.
El deseo de retornar a un mundo más estable y predecible podría explicar un renacer de los 90. Es entendible el atractivo de una década en que la competencia entre superpotencias terminó abruptamente, la democracia liberal triunfaba, el trabajo concluía cuando la gente se iba de la oficina e Internet no trastornaba industrias ni era la máquina de ira que ha suplantado a la palestra pública.
Ese deseo es demasiado nostálgico. Vale la pena destacar algunos beneficios de la predecible imprevisibilidad: a muchos les gusta trabajar desde casa, los servicios remotos pueden ser más baratos y accesibles, y la rápida diseminación de la tecnología podría traer insospechados avances en medicina y mitigación del calentamiento global.
Aun así, detrás está la inquietante idea de que cuando un sistema cruza cierto umbral, cada impulso tiende a alejarlo del viejo equilibrio. Muchas instituciones y actitudes que trajeron estabilidad en el pasado se ven inadecuadas hoy. La pandemia es como un portal: si lo cruzas, ya no hay vuelta atrás.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2021