La crisis financiera fue seguida de diez años en que el problema de la economía mundial fue la falta de gasto. Las familias pagaron sus deudas, los gobiernos impusieron austeridad y las empresas frenaron sus inversiones, en especial en capacidad física, mientras que reclutaban en una aparente fuente infinita de trabajadores. Hoy, el gasto ha vuelto a rugir debido a los estímulos gubernamentales y el entusiasmo de los consumidores.
El aumento de la demanda es tan fuerte que la oferta tiene dificultades para seguirle el ritmo. Los camioneros están recibiendo bonificaciones, una armada de buques espera frente a California que los puertos se despejen y los precios de la energía se están disparando. Mientras que la inflación en alza asusta a los inversionistas, la superabundancia de la década del 2010 ha cedido el paso a una economía de la escasez.
La causa inmediata es el covid-19. Alrededor de US$ 10.4 millones de millones en estímulos a nivel global han desatado un rebote poderoso pero asimétrico en el que los consumidores están gastando más de lo normal en bienes físicos, ejerciendo presión sobre las cadenas de suministro. La demanda por aparatos electrónicos está en auge pero el desabastecimiento de microchips ha golpeado la producción en economías exportadoras como Taiwán. La propagación de la variante delta ha cerrado fábricas de ropa en partes de Asia.
Pero hay dos factores más profundos. Primero, la descarbonización. El reemplazo de carbón por energía renovable ha dejado a Europa vulnerable a un pánico por suministro de gas natural, que la semana pasada elevó los precios spot por encima de 60%. China enfrenta cortes de electricidad pues algunas de sus provincias bregan por cumplir estrictas metas ambientales.
El segundo factor es el proteccionismo. La política comercial ya no tiene en cuenta la eficiencia económica, sino la búsqueda de una serie de metas, desde la imposición de estándares laborales y ambientales hasta sanciones a oponentes geopolíticos. El Gobierno de Joe Biden mantendrá los aranceles aplicados por el de Donald Trump a importaciones chinas y solo ha prometido que las empresas podrán solicitar excepciones.
En todo el mundo, el nacionalismo económico está contribuyendo con la economía de la escasez. La carencia de camioneros en Reino Unido se ha exacerbado con el Brexit. India tiene desabastecimiento de carbón, en parte por un erróneo intento de reducir sus importaciones de combustibles. Luego de años de tensiones comerciales, el flujo de inversiones transfronterizas ha caído más de la mitad en términos del PBI mundial desde el 2015.
Esto podría parecerse peligrosamente a los años 70, cuando en muchos lugares había que hacer cola en los grifos, había inflación de dos dígitos y el crecimiento era lento. Pero no es tanto así, pues hace medio siglo los políticos aplicaron políticas económicas equivocadas como control de precios para combatir la inflación. Hoy, existe consenso de que los bancos centrales tienen el poder y la obligación de contenerla.
Por ahora, parece improbable una inflación descontrolada. Los precios de la energía bajarían luego del invierno (boreal) y el próximo año, una vacunación más amplia y nuevos tratamientos del covid-19 reducirían las disrupciones comerciales. Quizás los consumidores comiencen a gastar más en servicios y los estímulos fiscales perderán fuerza. Y un impulso a la inversión en algunos sectores se trasladará en más capacidad y mayor productividad.
Pero no hay que engañarse, los factores detrás de la economía de la escasez no desaparecerán y los políticos podrían terminar aplicando medidas desacertadas. Los mayores costos de combustible y electricidad podrían generar reacciones en contra y si los gobiernos no garantizan la disponibilidad de alternativas verdes, podrían solucionar el desabastecimiento relajando metas de emisión de carbono y recurrir a fuentes de energías sucias.
Por tanto, los gobiernos tienen que planificar cómo afrontar costos energéticos más altos y un crecimiento lento que resultará de eliminar las emisiones. Pretender que la descarbonización provocará un milagroso boom generará decepción. Asimismo, la economía de la escasez podría reforzar el atractivo del proteccionismo y la intervención estatal. Muchos votantes culpan a sus gobiernos por las crisis energéticas y las carestías.
Los políticos pueden sacudirse la responsabilidad atribuyéndola a extranjeros, a la fragilidad de las cadenas de suministro y recurriendo a la falsa promesa de impulsar la autosuficiencia. El Gobierno de Reino Unido está tratando de aseverar que la escasez laboral es positiva porque eleva los salarios y la productividad. En realidad, colocar barreras a la inmigración y al comercio ocasiona que ambos se contraigan.
Las disrupciones suelen hacer que el público cuestione la ortodoxia económica. La amenaza que impone la economía de la escasez es que pueda provocar un repudio a la descarbonización y la globalización, lo cual tendría devastadoras consecuencias a largo plazo.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2021