En estos días de confinamiento puede ser difícil contemplar el hecho de que en el 2019 el mundo tuvo su mayor registro de movilidad aérea en la historia, con 4,600 millones de vuelos. Sin embargo, en abril de este año, los aviones transportaron solo 47 millones de pasajeros; ese nivel de movilidad, anualizado, retrasaría los relojes a 1978.
La interrupción casi total de los viajes ha exacerbado los problemas de la economía mundial, obstaculizando lazos comerciales, trastornando negocios y devastando la industria del turismo. No es de extrañar que los gobiernos quieran restaurar las conexiones. Una idea que está ganando relevancia es la creación de “burbujas” de viaje, uniendo países que han tenido buenos resultados contra el coronavirus.
Una mirada más cercana da lugar a cierto optimismo. The Economist ha identificado potenciales burbujas que representan alrededor del 35% del PBI mundial, el 39% de todo el comercio de bienes y servicios y el 42% del gasto mundial en turismo. Pero el desafío de conectar estos destinos también subraya lo difícil que será reiniciar la economía global.
El simple anhelo de tener fronteras abiertas como en los días previos al virus es, por ahora, inconcebible. Muchos expertos en salud, críticos en un inicio de las restricciones de viaje, han llegado a considerar los controles estrictos como útiles, especialmente para los lugares que han contenido infecciones locales. “Cada caso entrante es una potencial semilla que puede convertirse en un brote”, dice Ben Cowling, epidemiólogo de la Universidad de Hong Kong.
La primera burbuja cobró vida el 15 de mayo entre Estonia, Letonia y Lituania, tres países en Europa que han tenido buenos resultados respecto a la contención del virus. Sus ciudadanos ahora son libres de viajar dentro de esa zona sin cuarentena. La siguiente podría ser una burbuja en Oceanía, que conecte Nueva Zelanda con el estado australiano de Tasmania, los cuales han mantenido un registro bajo de nuevos casos. China y Corea del Sur han lanzado un canal de entrada de “vía rápida” para empresarios. “Mi expectativa es que habrá una gran cantidad de pequeñas burbujas de viaje”, dice Cowling.
Pero de la misma manera que los acuerdos comerciales regionales son más eficientes que los pactos bilaterales, los beneficios económicos serían mayores si se logra formar burbujas más grandes. Basado en un análisis de datos de contagio, The Economist ve dos grandes zonas que podrían emerger como burbujas, incorporando las más pequeñas que ahora se están formando.
La primera es en la región de Asia-Pacífico, donde los países desde Japón hasta Nueva Zelanda han registrado menos de diez nuevos contagios por 1 millón de residentes en las últimas semanas. El segundo es en Europa: usando un umbral más laxo (menos de 100 casos nuevos sobre la misma base) la burbuja podría llegar desde el Báltico hasta el Adriático, e incluir Alemania. Nuestra burbuja Asia-Pacífico, gracias a China y Japón, representaría el 27% del PBI mundial. La europea representaría el 8%.
Una medida del valor potencial de las burbujas es su grado de integración comercial, que muestra si las economías son complementarias. Para los países de nuestra burbuja Asia-Pacífico, un promedio de 51% de su comercio total es realizado entre ellos. En nuestra burbuja del Báltico al Adriático, es del 41%. Los países pequeños serían los más beneficiados al reconectarse con vecinos más grandes.
La libre circulación sería especialmente útil para países como Tailandia y Grecia que dependen del turismo. Las industrializadas Asia y Europa también dependen de trabajadores que viajan de ida y vuelta. Antes de la pandemia, en un día normal, hasta 3.5 millones de personas cruzaban una frontera interna en la Unión Europea, y 700,000 iban entre Hong Kong y China continental.
Las burbujas tendrían efectos secundarios más allá de sus fronteras, positivos y negativos. Gran parte del comercio en estos días está en servicios, no en bienes, requiriendo menos presencia física. Gran Bretaña estaría fuera de la burbuja del Báltico al Adriático, pero los hombres de finanzas en Londres seguirían buscando hacer negocios con esa región, incluso si no pudieran visitar a sus clientes. O si, por ejemplo, Vietnam entra en la burbuja Asia-Pacífico e Indonesia no, la inversión que podría haber llegado a este último puede desviarse al primero.
En cualquier caso, los requisitos de salud pública para crear las burbujas de viaje serán tediosos. En términos comerciales, se asemejan a una versión extrema de negociaciones no arancelarias: los países deberán armonizar sus enfoques para gestionar la pandemia. Esa es una tarea difícil cuando Estados Unidos y Europa ni siquiera pueden ponerse de acuerdo sobre si es seguro lavar el pollo con cloro.
También está la posibilidad de tener países con tasas de contagio similarmente altas que quieran formar burbujas de viaje, como es el caso de Gran Bretaña y Francia por el momento: con cientos de muertes al día pero sin poner en cuarentena a los ciudadanos que lleguen del otro país. Esto podría plantear dos problemas: primero, dado que ambos países siguen pidiendo distanciamiento social, en realidad no querrían ver a gente abarrotando el Eurostar. En segundo lugar, si uno comienza a vencer al virus, podría optar por cerrar sus fronteras al otro.
Por lo tanto, es probable que las burbujas de viaje “contaminadas” sean menos productivas y menos estables. Lo ideal son las burbujas “limpias”. Para que esto funcione, los países primero tienen que controlar las infecciones a nivel interno, dice Teo Yik Ying, decano de la Escuela de Salud Pública Saw Swee Hock de la Universidad Nacional de Singapur. Luego tienen que ser abiertos con sus socios: compartiendo datos sobre los niveles de contagio y pruebas, y revelando cómo rastrean y aíslan a quienes podrían tener el virus. “Todo esto estará respaldado por la confianza entre gobiernos”, comenta Teo.
La necesidad de confianza pone inmediatamente en duda la burbuja Asia-Pacífico, como lo resalta la última disputa de la región: China suspendió algunas importaciones de carne de res de Australia después de que solicitara una investigación sobre los orígenes de COVID-19. Las naciones más pobres también podrían ser excluidas. Laos y Camboya han reportado pocas infecciones, pero los países más ricos tienen poca certeza sobre ellas.
Un sólido sistema de pruebas podría ayudar a superar el déficit de confianza. Ahí está el ejemplo de la “vía rápida” entre Corea del Sur y China. Mientras los viajeros de negocios den negativo para el virus antes del despegue, son puestos en cuarentena por solo uno o dos días y vuelven a pasar una prueba antes de que se les permita salir. Pero eso es engorroso, lo que ayuda a explicar por qué China admitió solo 210 surcoreanos en los primeros diez días del acuerdo.
La conclusión es que en verdad no hay atajos. Michael Baker, epidemiólogo de la Universidad de Otago en Wellington, ve a los países desarrollados dividiéndose en dos bloques: aquellos como Nueva Zelanda y Corea del Sur que tienen como objetivo eliminar el coronavirus y aquellos como Estados Unidos y Gran Bretaña que simplemente quieren suprimirlo.
Estos bloques podrían, con el tiempo, resultar en dos zonas de viaje, opina el experto. Los bienes y el dinero seguirían fluyendo entre ellos. Pero la gente vería sus horizontes determinados por estar en el lado limpio o contaminado de la división.