Tener una obra de arte original es sinónimo de contar con muchos recursos económicos. ¿Se trata de una inversión rentable en el tiempo? La revista G de Gestión conversó con coleccionistas y especialistas sobre la coyuntura de este mercado, al cual describen como incipiente a nivel nacional.
Las fuentes consultadas coinciden en que el mercado de arte peruano ha tenido un fuerte impacto desde el 2021. Esto responde no solo a una incertidumbre política generalizada, sino también a acciones que golpean el dinamismo de la escena local.
En el mundo, la historia es diametralmente opuesta. Por ejemplo, a inicios de noviembre la colección de Paul Allen, cofundador de Microsoft, se subastó en la casa Christie’s por poco más de US$ 1,600 millones. Esto supuso un récord histórico en que al menos cinco pinturas estuvieron por encima de los US$ 100 millones cada una, y un 65% de los lotes se vendió por encima de lo que se había estimado.
En la colección había obras de Georges Seurat (“Les Poseuses, Ensemble” fue vendida por US$ 149 millones), Cézanne, Van Gogh, Gauguin, Rivera y Rubens. Lo recaudado se destinará a la filantropía por deseo expreso de Allen, quien falleció en el 2018.
Obstáculos
El caso de Allen es excepcional. El difunto coleccionista empezó su travesía hace unos 30 años, cuando por una pieza se pagaban cientos de miles de dólares. Hoy, de acuerdo con el coleccionista Armando Andrade, por la misma se pueden pagar millones.
“El arte es finito. Hay solo un ‘Guernica’. Pero el mercado local es totalmente distinto porque es muy sensible a varias crisis. Esto no ocurre con mercados más consolidados. Ese fue el caso de Tilsa Tsuchiya”, comenta Andrade.
La referencia es en torno a la pieza “Tristán e Isolda” (1975), la cual estaba en posesión de José Barreda y fue subastada en mayo por la casa Sotheby’s junto con obras de Picasso, Warhol, Bacon, Monet y otros. Se dio un incidente porque la exportación del cuadro no contaba con registro de autorización del Ministerio de Cultura.
Si bien no hay ningún impedimento legal para poner en riesgo la transacción por dicha pieza —en tanto tienen que pasar 100 años para que sea considerada patrimonio cultural de acuerdo con estándares de la Unesco—, el Ministerio de Cultura remitió un informe a Cancillería para que se impida la subasta de la obra, con lo que la operación, que se había cerrado en US$ 882,000 considerando impuestos, se vino abajo.
“Lo único que hace esto es un daño enorme al mercado peruano. En la medida en que no hay un valor internacional, los coleccionistas peruanos van a pensar que es mejor comprar algo de afuera que algo local”, indica Andrade, quien fue presidente del Comité de Subastas del Museo de Arte de Lima (MALI).
“¿Por qué se quejaría el Ministerio de Cultura? Se le dio valor a una artista peruana con una revalorización de varias veces sobre lo que se pensaba vender. Fue realmente patética la queja. Para traer una pieza se tienen que pagar impuestos, algo que no ocurre en otros países. Es una cosa de locos”, señala el coleccionista Jack Cohen.
Oportunidad de rentabilidad
El mercado todavía es pequeño debido a una serie de factores. Por un lado, está el nulo apoyo gubernamental. “El arte peruano es presa de los esfuerzos privados cuando se necesita una batería mucho más pesada”, explica Andrade. Revela, además, que en el país hay unos 50 coleccionistas con un interés de inversión relevante.
Las fuentes coinciden en que entre 5% y 10% de lo que compran los coleccionistas compensa el resto de sus adquisiciones. Esto responde, en parte, a que en ferias o exposiciones internacionales esas son las cifras de los artistas que llegan a tener éxito y rentabilidad en el tiempo luego de que son reconocidos. El rango, aseguran, es similar en la escena local.
Por otro lado, hay una escasa difusión del arte debido a la falta de inversionistas, los cuales han reducido sus tickets o han pausado sus adquisiciones. Para Frank Pait, director ejecutivo de Three Sixty Asset Management, salvo que haya una oportunidad de obtener una pieza por necesidad o urgencia, el mercado peruano está “totalmente retraído”.
“Es simplemente por una cuestión política. Si no estoy generando ingresos por rentas como antes, mi apetito por adquirir arte disminuye. Sin embargo, quienes compran arte lo hacen no solo como inversión, sino también por satisfacción”, apunta Pait.
Hoy la oportunidad está, señalan los expertos, en los nuevos coleccionistas. Se trata de gente de menos de 45 años que está ávida por obtener piezas. El ticket promedio en este mercado aún incipiente ronda entre los US$ 3,000 y US$ 6,000 y, con menor frecuencia, llega hasta los US$ 20,000
La apuesta reside en ver el arte no exclusivamente como una oportunidad de inversión, sino también como una utilidad de satisfacción personal. Aun así, Andrade afirma que hay casos en los que sí puede haber una rentabilidad significativa. “Sara Flores, una artista shipiba, hoy está en una de las galerías más importantes de Inglaterra, White Cube. Una pintura que hace 10 años costaba S/ 180 hoy vale US$ 80,000 allá. Si alguien decide vender esto afuera, se revaloriza y se genera una gran diferencia”, asegura.
Para Cohen, más allá de ferias o galerías que promocionan artistas, lo que hace prevalecer el máximo valor a una obra es si esta se ubica en una tendencia correcta. Solo así es muy probable que una pieza se pueda vender por encima de su valor estimado.
Si bien no hay un promedio de rentabilidad de revalorización por obras de arte, hay ciertos indicadores que pueden ayudar a entender su rendimiento. Uno de estos es la amplitud de la producción de un artista. Otro es la muerte de uno reconocido, que podría elevar en un 20% las piezas del mismo, según Pait. El arte, como la vida, tiene entre uno de sus principales valores lo finito.